Con tal currículo pareciese un desacierto por mi parte centrar mi entrada de hoy en un humilde mueble, una mesa de ofrendas que el Rey Sabio encargó construir para el primer templo de Jerusalén. El caso es que la mística de esta reliquia, desconocida en el extranjero, esconde un secreto de sabor exclusivamente español gracias a la convergencia de los cabalistas judíos e historiadores musulmanes en tierras hispanas durante sus respectivas edades de oro.
Según cuentan los primeros, Salomón hizo grabar el nombre secreto de Dios en la mesa en forma de un jeroglífico, entendiéndose éste en su acepción de escritura sagrada. Y lo hizo codificado porque el conocimiento del nombre divino da acceso al poder divino.
Hoy en España, la Mesa de Salomón está de moda, y son muchos los cazadores de tesoros los la buscan en Toledo o Jaén. Yo me topé con la leyenda indagando para mi novela Las Apósteles de María. Me despertó tal curiosidad que me propuse averiguar si había algún fundamento racional e histórico. Para mi sorpresa, lo había.
Es cierto, por increíble que parezca, el jeroglífico sagrado de la fabulosa mesa existe, y yo lo he encontrado y descifrado. Os lo cuento aquí… ¡Es realmente fascinante!
ACLAREMOS PRIMERO ALGÚN MALENTENDIDO
La narrativa relacionada con la búsqueda de la mesa en España se justifica por un acontecimiento histórico que ocurrió mil años después de su presunta fabricación, cuando en el año 70 d. C., el que más tarde sería emperador romano, el General Tito saquea el Templo de Jerusalén y se la lleva a Roma como parte del espolio.
A partir de aquí se le sigue el rastro a manos de los Visigodos hasta Toledo donde cogen la batuta los historiadores musulmanes. Éstos nos cuentan que Musa y Tariq, los conquistadores de la península, conocedores de su inmensa riqueza, tienen entre sus objetivos apoderarse de la mesa cuando invaden España. Parece ser que Tariq la encuentra primero, pero las voces discrepan en cuanto a su suerte final. Las hay que dicen que acabó en Damasco; otras aducen que desapareció en Jaén camino de Damasco, y luego hay un grupo misceláneo que la localizan en los lugares más dispares y variopintos del resto de España. |
Pese al empeño de argumentar -sin evidencias- que la mesa original pudo esconderse de los pillajes durante mil años hasta caer en manos de Tito, es más posible (con las reservas oportunas) que el comandante romano se hiciese con la mesa referenciada en las Cartas de Aristeas del siglo III a. C. En ellas se constata que el faraón Ptolomeo II ordenó construir una mesa idéntica en opulencia a la de Salomón para donarla al Templo de Zorobabel en sustitución de la original.
LA VERDADERA MESA DE SALOMÓN
Sin desmerecer el valor histórico y material de la mesa que llegase a Toledo, la que me interesa a mí es la original, la que encargó construir el Rey Sabio para su fabuloso templo, y en la cual hizo grabar el nombre secreto de Dios.
Claro que ahora nos hallamos ante otro problema. Dejando a un lado lo inverosímil que pueda parecer tener acceso al infinito poder-todopoderoso del Creador del universo, nos hallamos ante otro detallito importante que no podemos obviar tampoco: Hoy por hoy, no hay ni una sola evidencia de que Salomón existiera. Ni un sello o guijarro con su nombre. Ni una mención de soslayo en los registros arqueológicos de los vecinos colindantes. Éstos, versados en la escritura y dados a dejar sus relaciones internacionales escritas detalladamente, no lo mencionan a él, ni a su imperio. ¡Nada de nada!
Entonces, ¿cómo encontré y descifré su jeroglífico? Haciendo lo que hace todo buen investigador: desgrané el mito buscando cualquier ápice de verdad histórica y así, investigando, investigando, cosa que disfruto enormemente, ¡la encontré!
LA PUNTA DEL HILO: MOISÉS
Empecemos por Moisés. ¿Por qué? Pues porque, según la Biblia, concretamente el Éxodo, fue Moisés quien construyó la primera mesa junto al resto de las reliquias del Tabernáculo que luego replicaría Salomón para su templo. Además -detalle importante- fue a él a quien Dios le reveló su nombre, Así, pues, parece buen lugar para empezar a buscar.
El desafío es considerable. Al igual que Salomón, de Moisés tampoco hay evidencia alguna de que existiese. Lo único que se sabe con certeza, es que su nombre “Moisés” existió y etimológicamente es egipcio. Significa: “nacido o hijo de…”. Es más, era enormemente común entre los faraones quienes lo empleaban siempre antepuesto por el nombre de un dios como es el caso, por mencionar un ejemplo, el de Ramsés (Hijo de Ra).
EL TABERNÁCULO
Moisés, a modo de un faraón nómada, reúne en sí las funciones de líder moral, legislador y espiritual de su pueblo, y es escogido por (nacido de…) Dios para hacer de intermediario. Para ello, ha de construir un templo (primera obligación de todo faraón), en su caso portátil, el Tabernáculo, donde Dios pueda residir entre su pueblo.
Las particularidades de este santuario no tienen nada de especial. Desde Egipto a Mesopotamia y más allá, los templos, todos, se consideraban la residencia del dios correspondiente y se diseñaban con zona santa y otra más santa o santísima. Asimismo, al igual que el Tabernáculo, la mayoría de los templos disponían de arcas o capillas portátiles (para pasear a la deidad en las procesiones anuales), de mesas para las ofrendas, de incienso para los rituales y de lámparas para ver, ya que las zonas sacrosantas por su naturaleza no tenían ventanas. |
Para finalizar, a continuación muestro una capilla portátil y un cofre, ambos egipcios, comparables también en propósito y estilo al Arca de la Alianza.
Ahora vayamos a lo que nos interesa…
LA MESA DE LOS PANES DE LA PRESENCIA
Una mesa de ofrendas tampoco tiene nada de particular. Es lo que es, una mesa donde depositar las ofrendas que se hacen en el templo al dios correspondiente. En el caso de los hebreos, la mesa que le mandó Dios construir a Moisés se llama la mesa de los panes de la presencia. En ella había de colocarse doce panes (en dos pilas de seis) representativos de las doce tribus de Israel como ofrenda a la presencia de Dios.
La pregunta que cabe hacerse entonces es, ¿por qué escogería Salomón un mueble en principio rudimentario para grabar algo tan preciado como la llave que da acceso a un poder infinito?
Para entenderlo tenemos que volver a Egipto donde la mesa adquiere su simbolismo trascendental y destacado.
Tengan presente que la antigua civilización egipcia tuvo una historia “escrita” de más de tres mil años con todos su cambios, altibajos y evolución. El resumen que ofrezco a continuación sobre su religión es tan puntual que resulta casi grotesco, pero necesario en aras de la brevedad.
En tierras del Nilo hace 5.000 años los poblados vivían más o menos aislados, cada uno con sus tradiciones y dioses propios. Con afán de aunarlos bajo un mismo reino sin fisuras, se acomodaron todos los dioses en un panteón general. Aun así, era inevitable que el dios o la diosa de la ciudad predominante en cada momento, adquiriese protagonismo sobre los demás. La ciudad de Menfis (a unos 20 km del Cairo) fue la primera capital del Egipto unificado y permaneció importante como centro comercial y artesanal a lo largo de los tres milenios. Por ello su dios patrón Ptah se alzó y permaneció como uno de los más sobresalientes. Según la teología menfita, en el principio solo había caos. De entre ese caos surge el dios creador Ptah quien en su corazón piensa la creación y con su boca la hace realidad empleando la Palabra Divina. La creación es así orden y armonía en oposición al caos. Consecuentemente, la primera y más importante función del faraón, como intermediario, es ser el custodio de ese orden universal. Y para conservarlo, se le encomienda edificar moradas terrenales a los dioses donde se les adora y satisface simbólicamente con ofrendas. El protagonismo de Ptah fue tal, que el nombre helenizado de su templo Hut-ka-Ptah (Templo de la presencia de Ptah) es el que dio nombre a Egipto. |
Su valor simbólico como apaciguador de los dioses resultó en que hotep deviniera a significar también “estar satisfecho”, “estar en paz” o simplemente “paz”. Y con tal acepción se incorporó a los nombres de los faraones y altos cargos como es el caso por ejemplo de Amenhotep (Amón está satisfecho) o Imhotep (el que viene en paz).
En definitiva, se constata que las mesas no eran simples muebles utilitarios, sino elementos sagrados de gran valor simbólico sobre las que, efectivamente, se gravaban imágenes a su vez también altamente simbólicas. La leyenda de la Mesa de Salomón, de momento, se sostiene.
Vale, todo eso está muy bien, pero, ¿existió o no su mesa y qué es eso del nombre secreto de Dios?
El SHEM-SHEMAFORASH
Para entender el nombre secreto de Dios, nos vamos a adentrar en el mundo de la cábala judía, donde nace precisamente la leyenda de la Mesa de Salomón.
Según la tradición judía, el hebreo es un idioma sagrado cuyas palabras ostentan la esencia del concepto que representan. Ello es debido a que Dios creó el mundo empleando el Verbo Divino. (¿Os suena familiar?) Es decir, Dios dijo: “Hágase la Luz”, y por contener la palabra “luz” su energía vital, la luz se hizo. Los mortales no tenemos tal poder… salvo, parece ser, que nos lo propongamos adquirirlo a través del estudio. Los sabios de la cábala se pasan la vida estudiando el Torá al creer que el conocimiento más íntimo de sus palabras sagradas lleva al más alto nivel del conocimiento esotérico, con todo lo que ello conlleva. El proceso iluminador consiste en ascender por cuatro niveles en los que se interpreta la palabra literalmente, metafóricamente, en combinación con otras e incluso alterando el orden de sus letras, así hasta alcanzar su comprensión más oculta o esotérica.
El gran dilema es que si este poder está al alcance de cualquier sabio dedicado, una persona indeseable con la misma entrega tendrían acceso a la esencia y poder de Dios con tan solo conocer su nombre. Se decidió por eso limitar su conocimiento únicamente al sumo sacerdote y su segundo. Salomón era el sumo sacerdote del primer templo.
Los egipcios creían lo mismo. Es más, tenían tanto miedo a que un enemigo hiciera magia -a modo de vudú- con su nombre, que lo mantenían en secreto y solo lo revelavan en muerte para ser reconocidos por los dioses. Asimismo, los egipcios también creían que su escritura era sagrada, y es la razón de que los griegos la denominaran “jeroglíficos”, que en griego significa, pues eso, escritura sagrada. Luego con el tiempo, la palabra “jeroglífico” devino a significar “idea esotérica, misteriosa, oculta” (quizá porque se les olvidó cómo interpretarlos), y es con ésta acepción que la emplean los cabalistas (aunque aplicado al hebreo) para describir el modo en el que Salomón grabó el nombre de Dios en la mesa.
En palabras del historiador Juan Eslava Galán:
PROCEDAMOS A HACER MAGIA
Ahora, hagamos de sabios cabalistas y ascendamos por los cuatros niveles para alcanzar el entendimiento de la esencia misma de su nombre… ¡y su poder!:
- Interpretación literal: Ptah, el nombre del Dios Creador. El que primero se creó a sí mismo y luego a los demás dioses y la Creación. El primero en Ser… ¿Os suena “Yo Soy”, Éxodo 3:14? Es el nombre que se da a sí mismo Dios cuando le pregunta Moisés. En hebreo lo interpretan como la raíz de YHWH.
- Metafórico: por asociación, ptah se emplea también como varios verbos: crear (por lo de la Creación), grabar (por lo de escribir sus Palabras Divinas) y ocupar el trono (su presencia en el templo).
- Combinación de sus letras: Si recuerdan, indiqué más arriba que el jeroglífico de la mesa es redundante. Su imagen, un pan sobre una esterilla, se repite con sus fonemas t y p al coincidir que éstos se representan con un pan y una esterilla. Pues las letras t y p forman parte igualmente de Ptah, resultando en que su nombre contiene la mesa de los panes sin necesidad de su ideograma. Es importante, porque Ptah creó orden, y esa armonía o paz se mantiene con la mesa.
- Más combinaciones. Si los logogramas de p y t forman la imagen de la mesa hotep (paz), sus fonemas pt forman la palabra pet que en egipcio significa el Cielo o Reino de Dios.
Ptah significa “crear” y contiene “paz”
Y he ahí su poder divino: Crear Paz.
Ahora es nuestro.