Bella y enigmática… ¿quién es la Dama Ibérica? Yo propongo demostrar que es Dios. Sí, he escrito correctamente, no pretendía decir Diosa, ni mucho menos pagana, sino Dios, el Dios judeocristiano, que mira por donde tiene cara de mujer, y en el caso que nos concierne, de mujer española.
Vayamos por partes…
Aclaremos qué se entiende por la Cara de Dios
El Dios judeocristiano proviene de la tradición hebrea según la cual hay dos aspectos a considerar del mismo: una infinita e incomprensible sin forma física, y otra más accesible en cuanto a cómo se manifiesta al hombre. Esta última, su presencia divina, nos viene descrita en el Antiguo Testamento, pero en ningún caso con facciones masculinas.
Entonces, por mencionar un ejemplo, cuando el profeta Ezequiel dice ver a Dios venir a él montado sobre el famoso carro divino, ¿no dice ver a un hombre?:
“… y encima de esa especie de trono, en lo más alto, una figura con aspecto de hombre.” -Ezequiel 1:26
No, la verdad es que nunca dijo tal cosa, pero se ha traducido incorrectamente así a lo largo de los siglos. En hebreo, en lugar de “hombre”, la palabra empleada es kavod que tiene difícil traducción pero significa algo así como “pesado” con el sentido de “meritorio de respeto, honor”. Teniendo en cuenta las connotaciones correspondientes, la traducción más acertada sería “gloria”, y así se ha corregido en las traducciones más recientes de la Biblia.
Atendiéndonos por tanto a los vocablos hebreos que empleó Ezequiel, lo que dijo haber visto es:
… y encima de esa especie de trono, en lo más alto, una apariencia con aspecto de la gloria de Yahveh.
Si es así, ¿por qué cara de mujer?
El Dios con el que nos relacionamos los humanos, siempre atendiéndonos a la tradición judeocristiana, es el que se manifiesta a través de su creación. Esta manifestación, su presencia divina, es a la que los textos bíblicos hebreos se referían como kavod o gloria, a falta de mejor palabra, y la describían con aspecto de luz, resplandor, fuego o nube.
Kavod, no obstante, tiene una limitación: describe lo que el profeta ve en cuanto a su “peso, importancia”, pero no designa el concepto en sí de la presencia divina que se percibe. Por ello, los sabios judíos cuando interpretaban sus escrituras en torno al Siglo I, y las tradujeron al Arameo –recopilación conocida como el Tárgum-, vieron la necesidad de acuñar otro término, Shejiná, un sustantivo que deriva del verbo shaján, que quiere decir “residir”, y escogido por su relación con el vocablo bíblico mishkán, Tabernáculo, “donde reside o mora Dios”. Por tanto, Shejiná, vocablo de género femenino, define a “la residente” de la morada de Dios. Es importante aclarar que no es un atributo distinto de Dios, sino que ha de entenderse como Dios, su presencia entre nosotros. En definitiva, Shejiná es la cara de Dios.
Éste no es tema baladí. La elección de palabra y género se hizo concienzudamente. En la tradición judía, el idioma hebreo se considera sagrado y nada en él ocurre caprichosamente. Tanto es así, que basado en este entendimiento, surgió una rama de filosofía esotérica tan anciana como la Torá que busca la sabiduría trascendental a través del estudio de la esencia de las palabras hebreas y su relación entre sí.
Además, el concepto de Shejiná no era nuevo ni exclusivo de los sabios judíos, sino que venía personificado en las Diosas Madres desde la prehistoria, en particular en el Oriente Medio. Un ejemplo clarísimo es Tanit, la diosa patrona de Cartago, que heredera de una larguísima tradición cananea, ostentaba precisamente como epitafio, “La Cara de Dios”.
Los Judíos eran asimismo cananeos de origen y compartieron panteón divino hasta la invasión babilónica en el siglo VI a.C. Hay evidencias arqueológicas -por el ingente número de figuras femeninas halladas en las excavaciones realizadas en los hogares de la época- de la extraordinaria devoción que tenía el pueblo judío por la Diosa Asera. Ésta, junto a Yahveh, era la Diosa Madre cananea que se veneraba en el Templo de Salomón como su consorte o aspecto femenino.
Pero desde la unificación del reino de Israel bajo Saúl, proliferó un movimiento patriarcal que promovía una identidad propia centrada en torno a un solo Dios, Yahveh. Así cuando se produjo la invasión babilónica en el 597 a. de C., un grupo patriarcal de rabinos exiliados en Babilonia culpó a Jerusalén de su propia desgracia por venerar a ídolos paganos. Asera recibió especial despecho por acaparar la devoción popular. Su persecución fue inmisericorde. Y como también coincide que fueron estos mismos sacerdotes y profetas los que durante su exilio plasmaron la tradición oral de la Torá en texto escrito, Asera fue prácticamente eliminada de la memoria histórica y bíblica salvo para referirse a ella como abominación. De este modo quedó cimentada para la posteridad la religión patriarcal de un solo Dios que, con el tiempo y la corrupción de las traducciones, adquiriría atributos exclusivamente masculinos.
¿Y qué tiene que ver todo esto con las Damas Ibéricas?
¡Todo! Es en este punto donde las cosas se ponen realmente interesantes pues es precisamente uno de los profetas exiliados quien nos va a dar las claves.
El profeta Ezequiel, ya mencionado, iba destinado a ser sacerdote en el Templo de Salomón cuando se produjo su exilio a Babilonia donde, según explica él mismo en su libro, fue llamado por Dios a ser profeta. Lo interesante del tema es que Ezequiel es de los pocos elegidos con el honor de ver a Dios cara a cara, y a pesar de pertenecer al movimiento patriarcal, en ningún momento le describe con atributos masculinos. Lo que sí hace, es darnos todos los elementos que nos describen a nuestras hermosas Damas.
Me explico…
Ezequiel tuvo varias visiones, siete en total. En la primera nos relata que Dios aparece sobre un trono-carro algo peculiar. El trono volador es precedido por cuatro seres alados (querubines), cada uno con cuatro caras (las de un hombre, un león, un toro y un águila), mientras que las ruedas se desplazan libres a los lados de éstos, moviéndose al mismo compás.
Prestemos atención a los elementos de la visión:
Vayamos por partes…
Aclaremos qué se entiende por la Cara de Dios
El Dios judeocristiano proviene de la tradición hebrea según la cual hay dos aspectos a considerar del mismo: una infinita e incomprensible sin forma física, y otra más accesible en cuanto a cómo se manifiesta al hombre. Esta última, su presencia divina, nos viene descrita en el Antiguo Testamento, pero en ningún caso con facciones masculinas.
Entonces, por mencionar un ejemplo, cuando el profeta Ezequiel dice ver a Dios venir a él montado sobre el famoso carro divino, ¿no dice ver a un hombre?:
“… y encima de esa especie de trono, en lo más alto, una figura con aspecto de hombre.” -Ezequiel 1:26
No, la verdad es que nunca dijo tal cosa, pero se ha traducido incorrectamente así a lo largo de los siglos. En hebreo, en lugar de “hombre”, la palabra empleada es kavod que tiene difícil traducción pero significa algo así como “pesado” con el sentido de “meritorio de respeto, honor”. Teniendo en cuenta las connotaciones correspondientes, la traducción más acertada sería “gloria”, y así se ha corregido en las traducciones más recientes de la Biblia.
Atendiéndonos por tanto a los vocablos hebreos que empleó Ezequiel, lo que dijo haber visto es:
… y encima de esa especie de trono, en lo más alto, una apariencia con aspecto de la gloria de Yahveh.
Si es así, ¿por qué cara de mujer?
El Dios con el que nos relacionamos los humanos, siempre atendiéndonos a la tradición judeocristiana, es el que se manifiesta a través de su creación. Esta manifestación, su presencia divina, es a la que los textos bíblicos hebreos se referían como kavod o gloria, a falta de mejor palabra, y la describían con aspecto de luz, resplandor, fuego o nube.
Kavod, no obstante, tiene una limitación: describe lo que el profeta ve en cuanto a su “peso, importancia”, pero no designa el concepto en sí de la presencia divina que se percibe. Por ello, los sabios judíos cuando interpretaban sus escrituras en torno al Siglo I, y las tradujeron al Arameo –recopilación conocida como el Tárgum-, vieron la necesidad de acuñar otro término, Shejiná, un sustantivo que deriva del verbo shaján, que quiere decir “residir”, y escogido por su relación con el vocablo bíblico mishkán, Tabernáculo, “donde reside o mora Dios”. Por tanto, Shejiná, vocablo de género femenino, define a “la residente” de la morada de Dios. Es importante aclarar que no es un atributo distinto de Dios, sino que ha de entenderse como Dios, su presencia entre nosotros. En definitiva, Shejiná es la cara de Dios.
Éste no es tema baladí. La elección de palabra y género se hizo concienzudamente. En la tradición judía, el idioma hebreo se considera sagrado y nada en él ocurre caprichosamente. Tanto es así, que basado en este entendimiento, surgió una rama de filosofía esotérica tan anciana como la Torá que busca la sabiduría trascendental a través del estudio de la esencia de las palabras hebreas y su relación entre sí.
Además, el concepto de Shejiná no era nuevo ni exclusivo de los sabios judíos, sino que venía personificado en las Diosas Madres desde la prehistoria, en particular en el Oriente Medio. Un ejemplo clarísimo es Tanit, la diosa patrona de Cartago, que heredera de una larguísima tradición cananea, ostentaba precisamente como epitafio, “La Cara de Dios”.
Los Judíos eran asimismo cananeos de origen y compartieron panteón divino hasta la invasión babilónica en el siglo VI a.C. Hay evidencias arqueológicas -por el ingente número de figuras femeninas halladas en las excavaciones realizadas en los hogares de la época- de la extraordinaria devoción que tenía el pueblo judío por la Diosa Asera. Ésta, junto a Yahveh, era la Diosa Madre cananea que se veneraba en el Templo de Salomón como su consorte o aspecto femenino.
Pero desde la unificación del reino de Israel bajo Saúl, proliferó un movimiento patriarcal que promovía una identidad propia centrada en torno a un solo Dios, Yahveh. Así cuando se produjo la invasión babilónica en el 597 a. de C., un grupo patriarcal de rabinos exiliados en Babilonia culpó a Jerusalén de su propia desgracia por venerar a ídolos paganos. Asera recibió especial despecho por acaparar la devoción popular. Su persecución fue inmisericorde. Y como también coincide que fueron estos mismos sacerdotes y profetas los que durante su exilio plasmaron la tradición oral de la Torá en texto escrito, Asera fue prácticamente eliminada de la memoria histórica y bíblica salvo para referirse a ella como abominación. De este modo quedó cimentada para la posteridad la religión patriarcal de un solo Dios que, con el tiempo y la corrupción de las traducciones, adquiriría atributos exclusivamente masculinos.
¿Y qué tiene que ver todo esto con las Damas Ibéricas?
¡Todo! Es en este punto donde las cosas se ponen realmente interesantes pues es precisamente uno de los profetas exiliados quien nos va a dar las claves.
El profeta Ezequiel, ya mencionado, iba destinado a ser sacerdote en el Templo de Salomón cuando se produjo su exilio a Babilonia donde, según explica él mismo en su libro, fue llamado por Dios a ser profeta. Lo interesante del tema es que Ezequiel es de los pocos elegidos con el honor de ver a Dios cara a cara, y a pesar de pertenecer al movimiento patriarcal, en ningún momento le describe con atributos masculinos. Lo que sí hace, es darnos todos los elementos que nos describen a nuestras hermosas Damas.
Me explico…
Ezequiel tuvo varias visiones, siete en total. En la primera nos relata que Dios aparece sobre un trono-carro algo peculiar. El trono volador es precedido por cuatro seres alados (querubines), cada uno con cuatro caras (las de un hombre, un león, un toro y un águila), mientras que las ruedas se desplazan libres a los lados de éstos, moviéndose al mismo compás.
Prestemos atención a los elementos de la visión:
Querubines: En la mayoría de los yacimientos se han hallado junto a las damas una serie de criaturas equivalentes a las cuatro caras: esfinges (cabeza humana, cuerpo de león, alas de águila), grifos (parte águila, parte león), toros y leones; animales mitológicos que por otra parte son propios del periodo orientalizante.
El trono-carro: El trono y el carro por separado eran símbolos habituales y lógicos de un rey, un dios o un guerrero. Pero combinados es importante recordar que se asociaban con las Diosas Madre como se ve con Astarté en las monedas de Sidón o en la iconografía de Cibeles. Por tanto, Ezequiel hace malabarismos con su lenguaje para evitar describir la presencia de Dios como femenina sabiendo que tampoco lo puede hacer como masculina. El resultado es: “una forma o apariencia con aspecto o semejanza de la gloria de Yahveh”.
Y es aquí donde entran nuestras Damas, porque se caracterizan por un elemento único y exclusivo visto asimismo de modo único y exclusivo en las visiones de Ezequiel: las ruedas.
Los rodetes de la Dama de Guardamar no dejan lugar a duda, son ruedas, que colocadas a los lados de la cara de la Diosa, o en su caso de la sacerdotisa que la representara, se movían al compás de la misma al modo que lo hacen en la visión de Ezequiel. Es indicativo que el profeta escribió su libro en el siglo VI a. de C., coincidiendo con la aparición y proliferación de estas Damas en España. Se entiende que con el tiempo y la distancia la representación de las ruedas variase artísticamente. En el caso de la Dama de Elche pasan a ser un tocado bellamente elaborado gracias a una mano helenística, mientras que en el caso de la Dama de Baza apenas si aparece como un disco colocado sobre las mejillas.
Pero no queda ahí el tema. He aquí otro dato curioso: Cuando el profeta describe las ruedas del trono divino, lo hace comparando su brillo con el de la piedra preciosa de Tarsis (Tartessos):
“… y el aspecto de las ruedas eran como el de la piedra de Tarsis.” – Ezequiel 10:9
¿Es posible que lo que el profeta vio venir a él fuese el Dios(a) de Tartessos?
¿Qué hace Dios en España?
Tras la invasión de Jerusalén, y posterior destrucción de su fabuloso Templo, los judíos quedan dispersados. Un grupo importante llega a España, y de ello queda constancia en varios escritos. Por ejemplo, la tradición sefardí basa sus raíces ancestrales españolas en este pasaje en el cual identifican a Sefarad con España:
“La multitud de los deportados de Israel ocupará Canaán hasta Sarepta, y los deportados de Jerusalén que están en Sefarad ocuparán las ciudades del Negueb.” - Libro de Abdías 1:20
No hay que extrañarse de que la Península Ibérica fuese destino de refugiados. Conocido es el caso de Jonás, que queriendo eludir la petición de Dios de predicar el culto patriarcal en Nínive (donde la patrona era la Diosa Ishtar, la Asera Asiria), se embarca con destino a Tartessos (Tarsis):
“Pero Jonás se levantó para ir a Tarsis, lejos de la presencia de Yahveh. Bajó a Yoppe y encontró una nave que iba a zarpar hacia Tarsis. Pagó el pasaje y se embarcó en ella para ir a con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Yahveh.” - Libro de Jonás 1:3
Y más claras no pueden ser las palabras del profeta Isaías, que lamentándose de la caída de Tiro, la capital fenicia, a manos de los Asirios, les dice a sus moradores que vayan a buscar refugio a Tarsis.
“Pasad a Tarsis; gemid, moradores de la costa.” - Isaías 23:6
De hecho, es precisamente Isaías quien profetiza la vuelta de los hijos de Israel liderados por los que se hallan en Tartessos:
“Ciertamente las costas Me esperarán, y las naves de Tarsis vendrán primero, para traer tus hijos de lejos, su plata y su oro con ellos…” –Isaías 60:9
En definitiva, la Biblia deja patente que era habitual buscar cobijo en tierras tartésicas, pero además parece insinuar que un grupo importante de Jerusalén así lo hizo. Ahora cabe preguntarse, ¿qué tenía este grupo de especial para liderar la vuelta? La respuesta quizá la encontremos en la siguiente evidencia…
¿Un Templo “Salomónico” Español?
Al poco de producirse la destrucción del Templo de Salomón en Jerusalén, se construye un santuario en España idéntico a la descripción que hace Ezequiel del nuevo Templo que había de sustituirlo.
El trono-carro: El trono y el carro por separado eran símbolos habituales y lógicos de un rey, un dios o un guerrero. Pero combinados es importante recordar que se asociaban con las Diosas Madre como se ve con Astarté en las monedas de Sidón o en la iconografía de Cibeles. Por tanto, Ezequiel hace malabarismos con su lenguaje para evitar describir la presencia de Dios como femenina sabiendo que tampoco lo puede hacer como masculina. El resultado es: “una forma o apariencia con aspecto o semejanza de la gloria de Yahveh”.
Y es aquí donde entran nuestras Damas, porque se caracterizan por un elemento único y exclusivo visto asimismo de modo único y exclusivo en las visiones de Ezequiel: las ruedas.
Los rodetes de la Dama de Guardamar no dejan lugar a duda, son ruedas, que colocadas a los lados de la cara de la Diosa, o en su caso de la sacerdotisa que la representara, se movían al compás de la misma al modo que lo hacen en la visión de Ezequiel. Es indicativo que el profeta escribió su libro en el siglo VI a. de C., coincidiendo con la aparición y proliferación de estas Damas en España. Se entiende que con el tiempo y la distancia la representación de las ruedas variase artísticamente. En el caso de la Dama de Elche pasan a ser un tocado bellamente elaborado gracias a una mano helenística, mientras que en el caso de la Dama de Baza apenas si aparece como un disco colocado sobre las mejillas.
Pero no queda ahí el tema. He aquí otro dato curioso: Cuando el profeta describe las ruedas del trono divino, lo hace comparando su brillo con el de la piedra preciosa de Tarsis (Tartessos):
“… y el aspecto de las ruedas eran como el de la piedra de Tarsis.” – Ezequiel 10:9
¿Es posible que lo que el profeta vio venir a él fuese el Dios(a) de Tartessos?
¿Qué hace Dios en España?
Tras la invasión de Jerusalén, y posterior destrucción de su fabuloso Templo, los judíos quedan dispersados. Un grupo importante llega a España, y de ello queda constancia en varios escritos. Por ejemplo, la tradición sefardí basa sus raíces ancestrales españolas en este pasaje en el cual identifican a Sefarad con España:
“La multitud de los deportados de Israel ocupará Canaán hasta Sarepta, y los deportados de Jerusalén que están en Sefarad ocuparán las ciudades del Negueb.” - Libro de Abdías 1:20
No hay que extrañarse de que la Península Ibérica fuese destino de refugiados. Conocido es el caso de Jonás, que queriendo eludir la petición de Dios de predicar el culto patriarcal en Nínive (donde la patrona era la Diosa Ishtar, la Asera Asiria), se embarca con destino a Tartessos (Tarsis):
“Pero Jonás se levantó para ir a Tarsis, lejos de la presencia de Yahveh. Bajó a Yoppe y encontró una nave que iba a zarpar hacia Tarsis. Pagó el pasaje y se embarcó en ella para ir a con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Yahveh.” - Libro de Jonás 1:3
Y más claras no pueden ser las palabras del profeta Isaías, que lamentándose de la caída de Tiro, la capital fenicia, a manos de los Asirios, les dice a sus moradores que vayan a buscar refugio a Tarsis.
“Pasad a Tarsis; gemid, moradores de la costa.” - Isaías 23:6
De hecho, es precisamente Isaías quien profetiza la vuelta de los hijos de Israel liderados por los que se hallan en Tartessos:
“Ciertamente las costas Me esperarán, y las naves de Tarsis vendrán primero, para traer tus hijos de lejos, su plata y su oro con ellos…” –Isaías 60:9
En definitiva, la Biblia deja patente que era habitual buscar cobijo en tierras tartésicas, pero además parece insinuar que un grupo importante de Jerusalén así lo hizo. Ahora cabe preguntarse, ¿qué tenía este grupo de especial para liderar la vuelta? La respuesta quizá la encontremos en la siguiente evidencia…
¿Un Templo “Salomónico” Español?
Al poco de producirse la destrucción del Templo de Salomón en Jerusalén, se construye un santuario en España idéntico a la descripción que hace Ezequiel del nuevo Templo que había de sustituirlo.
Salvando las distancias en cuanto a las dimensiones, mucho más grandiosas en el imaginario de Ezequiel, las similitudes abarcan desde el diseño, las funciones y la orientación del edificio, a los más pequeños detalles como la localización de los pavimentos perimetrales y el acceso al agua. Y un dato curioso: en Cancho Roano se halló un telar en una sala adjunta al altar, al igual que los hubiera en el Templo de Salomón para vestir a Asera. Para el Templo Nuevo no se hace mención de ninguno lógicamente por la eliminación de Asera.
En vista del extraordinario parecido, ¿no sería que a Ezequiel le llegaran noticias de la reconstrucción del Templo en tierras lejanas por otro grupo exiliado? Las fechas coinciden. Se estima la construcción de Cancho Roano, el palacio-santuario de los Tartessos, entre principios y mediados del siglo VI a. de C. La destrucción del Templo de Salomón se produjo en el 586 a. de C., mientras que las “visiones” de Ezequiel sobre el Templo Nuevo se han datado en torno al 572 a. C.
Es plausible que el grandioso Templo que visualizó Ezequiel para Jerusalén se basara al detalle en otro más humilde que ya existía en el exilio, y que el Dios que le vino a ver en sus visiones fuese la hermosa presencia divina española vestida con sus ruedas de Tarsis que en dicho templo moraba.
Pero ante la duda, ofrezco otra evidencia que considero quizá la más fascinante si cabe. Se trata de un sello administrativo hallado entre los objetos pertenecientes al altar de Cancho Roano. El sello, de forma cúbico, aúna en sus cuatro caras las imágenes simbólicas de la visión de Ezequiel, las Damas y el Templo de Salomón:
En vista del extraordinario parecido, ¿no sería que a Ezequiel le llegaran noticias de la reconstrucción del Templo en tierras lejanas por otro grupo exiliado? Las fechas coinciden. Se estima la construcción de Cancho Roano, el palacio-santuario de los Tartessos, entre principios y mediados del siglo VI a. de C. La destrucción del Templo de Salomón se produjo en el 586 a. de C., mientras que las “visiones” de Ezequiel sobre el Templo Nuevo se han datado en torno al 572 a. C.
Es plausible que el grandioso Templo que visualizó Ezequiel para Jerusalén se basara al detalle en otro más humilde que ya existía en el exilio, y que el Dios que le vino a ver en sus visiones fuese la hermosa presencia divina española vestida con sus ruedas de Tarsis que en dicho templo moraba.
Pero ante la duda, ofrezco otra evidencia que considero quizá la más fascinante si cabe. Se trata de un sello administrativo hallado entre los objetos pertenecientes al altar de Cancho Roano. El sello, de forma cúbico, aúna en sus cuatro caras las imágenes simbólicas de la visión de Ezequiel, las Damas y el Templo de Salomón:
Las interpretaciones siguientes son mías y no del libro de donde extraigo esta imagen:
Cara mayor primera: Se ve una figura humana junto a cuatro animales que coinciden exactamente con las cuatro caras de las criaturas aladas o querubines que describe Ezequiel. Se aprecia, por tanto, una figura humana cuyo miembro masculino no deja lugar a dudas de que se trata de un hombre. Junto a él hay un ave, un toro, y dos criaturas de cuellos alargados, posiblemente serpopardos. En el arte de Mesopotamia y Egipto los serpodardos eran leones de cuellos extremadamente largos que solían representarse enrollados. Por el tamaño reducido del sello, de tan sólo 16 mm por 13mm, es de entender que al autor le resultó más fácil unir los cuellos y ahorrarse las cabezas. En cualquier caso, los leones suelen componer los cuerpos de los querubines y en pares han sido compañeros protectores de las Diosas Madre de hace tiempos inmemorables.
Cara mayor segunda: Es la escena de un carro y su conductor, pero dejando claro, a falta del miembro correspondiente, de que en éste caso se trata de una mujer, y por tanto de una Diosa. Lo interesante es que el carro además transporta un ánfora con cenizas al modo que lo hicieran las Damas.
Cara menor primera: Es una imagen de dos cabras con ademán rampante propia de la iconografía de Asera, especialmente cuando se la representa como el árbol sagrado.
Cara menor segunda: Imagen de dos querubines enfrentados cuyas alas apuntan sobre sus cabezas hacia el centro. Este es el símbolo inequívoco del Arca de la Alianza y, por consiguiente, del Templo de Salomón.
“Y los querubines extenderán por encima las alas, cubriendo con sus alas la cubierta: sus caras la una enfrente de la otra, mirando a la cubierta las caras de los querubines” - Éxodo 25:20
Es decir, este sello, en sus caras mayores contiene todos los elementos del trono-carro divino de la visión de Ezequiel, y las caras menores nos clarifican quién es la diosa y de donde proviene.
¡Y para rematar…!
En el siglo XII, “coincide” que ocurre en España algo estrechamente relacionado con lo anteriormente expuesto: renace la Cábala ancestral de los judíos a mano de los sefardíes. Y es el rabino español, Moisés de Guadalajara, quien al siglo siguiente recopila el ideario de esta disciplina esotérica en la obra cuasi-sacra, el Zohar. El tema es de extrema importancia porque, como ya expliqué, la mística judía cree que entre las palabras sagradas hebreas de la Torá, del Tárgum, de los profetas, y de otros escritos rabínicos, se oculta el conocimiento secreto, íntimo y trascendental de la naturaleza de Dios, de la Creación y, en definitiva, de la existencia. Por tanto los cabalistas piensan que a través de la interpretación mística y alegórica de estos textos, al entenderse que son de inspiración divina, se llega a la sabiduría suprema, incluyendo el entendimiento más íntimo de Dios.
Pues bien, uno de los textos centrales del esoterismo judío es concretamente la visión del carro divino de Ezequiel. Tal es su relevancia que dio lugar a una doctrina mística propia, el Merkabah, que a su vez sienta la base de la Cábala medieval sefardí española. ¿Coincidencia?
¿Puede ser también mera coincidencia que precisamente la Cábala española sea la que reintroduzca la esencia femenina de Shejiná y su papel fundamental en el equilibrio del universo? Como para la Cábala el dios infinito, cósmico e incomprensible se entiende como masculino y su manifestación como femenina, el equilibrio entre ambos es lo que mantiene la armonía de la existencia. La reintroducción de Shejiná como la cara femenina de Dios se considera una de las mayores aportaciones de la Cábala española al Judaísmo.
La conclusión que se puede aventurar de todo esto es que la Cábala medieval sefardí no hizo más que volver a sacar a la luz, un conocimiento que los judíos españoles guardaban y protegían desde que sus antepasados encontraran refugio en Tartessos; lugar donde reconstruyeron la morada de su Dios en el exilio y donde preservaron el culto tradicional personificado en nuestras Damas Españolas. Pero no habría de durar. En el siglo IV a. de C. arribaría la persecución de los ídolos a nuestras costas como se aprecia en el brutal ataque que sufrió la Dama de Guardamar. ¿Será por ello que Cancho Roano fue quemado y enterrado intencionadamente por sus propios residents en el mismo siglo? Quizá se recurriese a tan drástica resolución para evitar su sacrilegio, pues con mucho miramiento su altar se dejó intacto del mismo modo que con tiento se enterró a la Dama de Elche para salvarla.
Luego cabe preguntarse, si Cancho Roano vino a reemplazar el Templo de Salomón en el exilio, ¿acogería también alguna de sus reliquias? Tengo razones para pensar que sí, pero cuáles y a dónde pudieron ir a parar es tema para otro día… o pueden hallar la respuesta en mi última novela "Mary´s Apostles".
Cara mayor primera: Se ve una figura humana junto a cuatro animales que coinciden exactamente con las cuatro caras de las criaturas aladas o querubines que describe Ezequiel. Se aprecia, por tanto, una figura humana cuyo miembro masculino no deja lugar a dudas de que se trata de un hombre. Junto a él hay un ave, un toro, y dos criaturas de cuellos alargados, posiblemente serpopardos. En el arte de Mesopotamia y Egipto los serpodardos eran leones de cuellos extremadamente largos que solían representarse enrollados. Por el tamaño reducido del sello, de tan sólo 16 mm por 13mm, es de entender que al autor le resultó más fácil unir los cuellos y ahorrarse las cabezas. En cualquier caso, los leones suelen componer los cuerpos de los querubines y en pares han sido compañeros protectores de las Diosas Madre de hace tiempos inmemorables.
Cara mayor segunda: Es la escena de un carro y su conductor, pero dejando claro, a falta del miembro correspondiente, de que en éste caso se trata de una mujer, y por tanto de una Diosa. Lo interesante es que el carro además transporta un ánfora con cenizas al modo que lo hicieran las Damas.
Cara menor primera: Es una imagen de dos cabras con ademán rampante propia de la iconografía de Asera, especialmente cuando se la representa como el árbol sagrado.
Cara menor segunda: Imagen de dos querubines enfrentados cuyas alas apuntan sobre sus cabezas hacia el centro. Este es el símbolo inequívoco del Arca de la Alianza y, por consiguiente, del Templo de Salomón.
“Y los querubines extenderán por encima las alas, cubriendo con sus alas la cubierta: sus caras la una enfrente de la otra, mirando a la cubierta las caras de los querubines” - Éxodo 25:20
Es decir, este sello, en sus caras mayores contiene todos los elementos del trono-carro divino de la visión de Ezequiel, y las caras menores nos clarifican quién es la diosa y de donde proviene.
¡Y para rematar…!
En el siglo XII, “coincide” que ocurre en España algo estrechamente relacionado con lo anteriormente expuesto: renace la Cábala ancestral de los judíos a mano de los sefardíes. Y es el rabino español, Moisés de Guadalajara, quien al siglo siguiente recopila el ideario de esta disciplina esotérica en la obra cuasi-sacra, el Zohar. El tema es de extrema importancia porque, como ya expliqué, la mística judía cree que entre las palabras sagradas hebreas de la Torá, del Tárgum, de los profetas, y de otros escritos rabínicos, se oculta el conocimiento secreto, íntimo y trascendental de la naturaleza de Dios, de la Creación y, en definitiva, de la existencia. Por tanto los cabalistas piensan que a través de la interpretación mística y alegórica de estos textos, al entenderse que son de inspiración divina, se llega a la sabiduría suprema, incluyendo el entendimiento más íntimo de Dios.
Pues bien, uno de los textos centrales del esoterismo judío es concretamente la visión del carro divino de Ezequiel. Tal es su relevancia que dio lugar a una doctrina mística propia, el Merkabah, que a su vez sienta la base de la Cábala medieval sefardí española. ¿Coincidencia?
¿Puede ser también mera coincidencia que precisamente la Cábala española sea la que reintroduzca la esencia femenina de Shejiná y su papel fundamental en el equilibrio del universo? Como para la Cábala el dios infinito, cósmico e incomprensible se entiende como masculino y su manifestación como femenina, el equilibrio entre ambos es lo que mantiene la armonía de la existencia. La reintroducción de Shejiná como la cara femenina de Dios se considera una de las mayores aportaciones de la Cábala española al Judaísmo.
La conclusión que se puede aventurar de todo esto es que la Cábala medieval sefardí no hizo más que volver a sacar a la luz, un conocimiento que los judíos españoles guardaban y protegían desde que sus antepasados encontraran refugio en Tartessos; lugar donde reconstruyeron la morada de su Dios en el exilio y donde preservaron el culto tradicional personificado en nuestras Damas Españolas. Pero no habría de durar. En el siglo IV a. de C. arribaría la persecución de los ídolos a nuestras costas como se aprecia en el brutal ataque que sufrió la Dama de Guardamar. ¿Será por ello que Cancho Roano fue quemado y enterrado intencionadamente por sus propios residents en el mismo siglo? Quizá se recurriese a tan drástica resolución para evitar su sacrilegio, pues con mucho miramiento su altar se dejó intacto del mismo modo que con tiento se enterró a la Dama de Elche para salvarla.
Luego cabe preguntarse, si Cancho Roano vino a reemplazar el Templo de Salomón en el exilio, ¿acogería también alguna de sus reliquias? Tengo razones para pensar que sí, pero cuáles y a dónde pudieron ir a parar es tema para otro día… o pueden hallar la respuesta en mi última novela "Mary´s Apostles".