<![CDATA[Victoria Caro - Official website - BLOG - ES]]>Tue, 26 Nov 2024 17:53:26 -0800Weebly<![CDATA[La Atlántida Perdida en la Traducción - Parte 3ª]]>Sat, 27 Apr 2019 17:41:18 GMThttp://victoriacaro.com/bloges/la-atlantida-perdida-en-la-traduccion-parte-3
Las cosas se ponen cada vez más interesantes… En la parte 1ª encontré la Atlántida. ¡Casi nada! Como Platón aclara que el relato le llega desde Egipto, me valió con revertir el nombre griego, Atlántida, a su versión egipcia para descubrir que se trataba de la tierra primigenia de los egipcios según uno de sus relatos mitológicos más importantes de la Creación. Esta tierra ancestral, la ubicaban en el Atlántico junto al Estrecho de Gibraltar (confirmando el emplazamiento que da Platón).

Se dice que toda mitología contiene un fondo de verdad; en este caso demuestra ser cierto. En la parte 2ª os mostré una humilde cueva, sita precisamente en el Estrecho de Gibraltar, que contiene un panel de arte rupestre cuyas imágenes presagian con una exactitud casi escalofriante la iconografía y los jeroglíficos que cientos de años más tarde vendrían a definir la civilización del Nilo.

Visto lo cual, si he descubierto la Atlántida y he reescrito la historia mediterránea, ¿qué me queda por conseguir?

¡Bastante! No he hecho más que rascar la superficie y creo vislumbrar lo que se esconde debajo. Pero antes de proseguir a romper más moldes históricos, en esta 3ª entrega me gustaría compartir alguna imagen más de la cueva porque, aparte de solidificar mi hipótesis, constituyen una ventana privilegiada al nacimiento de una da las civilizaciones más fascinantes de todos los tiempos. Pero esta cueva no es el único rastro que los antepasados egipcios dejaron en el frente atlántico. Veremos otras evidencias, así como algún descubrimiento arqueológico reciente complementario que en última estancia pavimentan el camino hacia más sorpresas.

UN ANTIGUO RELATO ÉPICO SE NOS REVELA

Imaginaros viviendo hace miles de años y un día os tropezáis con el libro del Quijote. El español no existe, ni el alfabeto que conocemos hoy. Observaríais los garabatos de sus páginas, posiblemente con la mirada en blanco, sin poder ni imaginar la gran aventura burlesca que cuenta. Lo mismo ocurre con los extraños trazos de las paredes de Laja Alta. Datados hacia el 4000 a. C., es difícil para el no iniciado discernir la extraordinaria historia que relatan; la de gentes que habían conquistado las olas y los vientos, gentes que se preguntaban por la vida y la muerte, capaces de organizarse para ceremonias funerarias complejas, estudiar los cielos y construir templos. Pero lo más impresionante es que lo sabemos porque construyeron una máquina del tiempo, un código de comunicación capaz de transmitir información a través de un túnel de 6.000 años de largo; un código que devendría uno de los archivos históricos más cautivadores de la historia humana, los jeroglíficos egipcios; y precursor precisamente del mismo alfabeto que un día nos daría la obra de calibre universal "Don Quijote de la Mancha". Tal es la importancia vital de este discreto abrigo gaditano.
En la parte 2ª nos centramos en los barcos. Descubrimos que se parecen muchísimo a los barcos de papiro egipcios y que parecían estar ejecutando una procesión funeraria o religiosa, tal como sería práctica habitual más tarde en Egipto. También descubrimos que el cuadrado con la bandera en la esquina, la imagen nº29, bien podría ser precursor del jeroglífico de templo, y que éstos efectivamente albergaba barcas sagradas, como la de la imagen nº 30, dentro de sus recinto más sacro.

Ahora, vamos a ver si esta iconografía es una coincidencia cósmica o un patrón sólido de evidencia.

LA IMAGEN Nº 1 – EL BARQUERO CELESTIAL
​Tómense un momento para analizar esta imagen. ¿Mirada en blanco? Está bien, permitidme que haga mi magia para revelaros el profundo y extraordinario significado que tiene. Aparenta ser una figura humana esquemática (apenas un palo a la derecha) que extiende un brazo desproporcionadamente largo con tres dedo grandes al final. Hasta aquí, la mayoría de los académicos están de acuerdo. En cuanto a qué es los que cruza el brazo, de eso no hay unanimidad. Lo que sí parece claro es que el artista quería atraer nuestra atención justamente a este elemento, así como a su relación con el brazo.
 
Ahora bien, si como yo, lo miráis desde una perspectiva egipcia, su mensaje de repente se entrevé vagamente.
En los jeroglíficos egipcios, alguien sujetando algo representa, entre otras cosas, una ocupación o labor definida por el artículo o herramienta que se sujeta. Un buen ejemplo sería un hombre con un remo o timón en la mano que representa a un marinero o la acción de navegar. Tiene sentido; hay un vínculo lógico entre la imagen y lo que significa. Por otro lado, habían otros jeroglíficos que evolucionaron hasta devenir códigos; símbolos que representan ideas (ideogramas), palabras (logogramas), o sonidos (fonogramas) más allá o desvinculados de la imagen. Por ejemplo, el polluelo de codorniz no representa un polluelo de codorniz sino a la semivocal w/u. Los dos tipos de jeroglíficos coexistían.

Volviendo a la imagen nº 1, vemos que la figura humana no es «realista» ni sujeta el artículo con la mano. Más bien la composición parece haber evolucionado hacia una construcción esquemática con el enfoque en el brazo, superpuesto a propósito sobre el artículo. Pero esta evolución no se ha completado aún. Veamos el producto terminado.
En la siguiente ilustración, además del marinero realista sujetando un remo o timón, he añadido una selección de jeroglíficos compuestos de brazos superpuestos sobre distintos elementos. ​El jeroglífico del brazo vino a representar, entre otras cosas, el fonema a. 
Se aprecia mejor ahora que la imagen nº 1 está en una fase de transición entre los dos tipos de jeroglíficos: la figura humana sigue apareciendo, pero ha quedado reducida a un palo pronto a desparecer.  Debo remarcar la extrema importancia de este detalle y lo que implica. Por un lado, si estoy en lo cierto, sería una muestra arqueológica de valor incalculable del nacimiento de un jeroglífico. Luego, pongámoslo en perspectiva cronológica: los jeroglíficos egipcios se califican de sistema de escritura a partir del 3100 a. C., mientras que la imagen nº 1 es cientos de años más antigua. Esto no solo reubica el nacimiento de los jeroglíficos al otro lado de Mediterráneo, como ya comentamos en la parte 1ª, sino que confirmaría que los jeroglíficos egipcios se desarrollaron antes e independientemente del sistema cuneiforme sumerio. Lo cual, más allá de incalculable, sería colosal. Verán: Se consideran tanto a Egipto como a Sumer las cunas de la civilización en el sentido tradicional* en gran parte por su invención de la escritura. Aunque los jeroglíficos y los signos cuneiformes son muy distintos, ambos aparecen más o menos al mismo tiempo en una zona geográfica relativamente próxima. Por consiguiente, es inevitable sospechar que uno influenció o inspiró la aparición del otro.

*Las antiguas civilizaciones muestran tal variedad de características, o falta de las mismas, que nadie sabe realmente cómo definir civilización. Algunas no tenían escritura.
​A Sumer se le suele acreditar el liderazgo al haber «evidencia» de proto-cuneiformes anteriores a la «evidencia» disponible de proto-jeroglíficos, como es el caso de las tablillas de Kish vistas a la izquierda. Halladas en Kish (en la actual Irak) y datadas en torno al 3500 a. C., son las precursoras más antiguas conocidas de la escritura cuneiforme. Entre tanto, los proto-jeroglíficos más antiguos encontrados hasta la fecha, en Abidos, Egipto, son del 3,250 a. C.
 
La imagen nº 1 desbarata todo esto.
Nota: La proto-escritura en general, entendida como la forma física del lenguaje, ya existía hace decenas de miles de años. Consiste mayoritariamente en trazos de formas geométricas simples que se repiten en soportes diferentes como pinturas rupestres o artefactos móviles como huesos grabados. Al día de hoy, la marca pintada más antigua se ha encontrado en España, en la Cueva del Castillo, Cantabria, y data de hace 40.000 años. El grabado más antiguo, por otra parte, es de hace 70.000 años y se ha encontrado en la Cueva Blombos de Sudáfrica. Sobre este tema recomiendo el libro de la paleoantropóloga Genevieve von Petzinger titulado (en Inglés) “The First Signs”.

Volviendo a la imagen nº 1, ¿qué puede significar? Al estar aparentemente en fase de transición, es posible que su significado aún tenga relación con la imagen, y si nos mantenemos fiel al tema náutico funerario de la cueva, creo razonable identificar el artículo misterioso con un remo o timón. Por consiguiente, la figura humana sería un marinero o barquero. Pero, su construcción evolucionada nos dice que hay algo más, sino la imagen de un hombre sujetando un remo hubiese sido suficiente. Resumiendo, creo que sé de qué se trata:

En la tradición funeraria egipcia hay una figura importante que casa con esta iconografía náutica: el Barquero Celestial. Era el encargado de pilotar la barca de papiro que transporta al difunto de modo seguro al más allá. En textos funerarios posteriores, el viaje se complica con la necesidad de pronunciar una serie de encantamientos para conseguir peaje seguro. En esta cueva más antigua, pienso que su presencia sea sencillamente simbólica de un deseo de buen viaje para el difunto objeto de la procesión de barcos.

MÁS JEROGLÍFICOS Y DESCUBRIMIENTOS ENIGMÁTICOS

No teman, no voy a interpretar cada trazo, círculo y punto de la cueva. Dejaré eso para el libro. En lo que resta de esta entrada, analizaremos tres imágenes más, la nº5, 6 y 7, porque creo que son una muestra excelente de la enorme cantidad de información que puede guardar un simple trazo, círculo y punto. Localizados en la parte superior derecha de la cueva, parecen conformar un grupo, pero no lo son, al menos no inicialmente. Verán, la tecnología es una cosa maravillosa. El equipo del Dr. García Alonso, cuando dató el panel, también realizó un análisis espectro-radiométrico de 34 de los motivos pictóricos con objeto de obtener la firma espectral de cada uno. Traducción: La luz se refleja de modo diferente según la composición del pigmento y su aglutinante, dando lugar a una firma espectral característica.
​​Las imágenes del panel no se pintaron todas al mismo tiempo, pero gracias a sus firmas espectrales, el equipo pudo identificar y agrupar las que sí los fueron. 
Las imágenes nº 5, 6, y 7, pese aparentar formar un grupo, presentan firmas espectrales distintas. De hecho es evidente a primera vista. Si miran la imagen real, notarán que el pigmento de la flecha (imagen nº 7) difiere claramente de las otras dos. Pero, por otro lado, su firma espectral las empareja con otras imágenes de la cueva, haciendo que su interpretación sea cuanto más interesante.

IMAGEN Nº 5 - ¿EL DIOS ATUM?

Confieso que esta es algo incierta. El sol está emparejado con los barcos nº22, 23 y 30. Curiosamente, de todos los barcos, estos tres son las representaciones más fidedignas de barcas sagradas. El nº 22 es una copia exacta de un barco de papiro (se ven claramente las ataduras); el nº 23 representa una barca sagrada paseada en una procesión, y el nº 30 fue enmarcado —aunque en momento diferente— con el proto-jeroglífico de un templo, convirtiéndola en la barca sagrada por excelencia. Es decir, pareciese que el artista quisiese dejar constancia de cada ejemplo iconográfico de barca sagrada que había. 
¿Qué valor añadiría por tanto el sol a éste catálogo pictográfico? Si recuerdan, según la versión de Shu de la Creación, su padre el dios Atum surge (como Poseidón) de las aguas del caos (el Océano Atlántico) y se posa sobre el monte primordial (¿Atlántida?) para crear su primer par de gemelos, siendo el mayor Shu (al igual que lo era su homólogo Atlas). Coincide que Atum era un dios solar, y el más antiguo de Egipto. La religión egipcia era fundamentalmente solar, y con el tiempo al astro rey se le adoró bajo varios aspectos. El dios Ra, compitiendo con Amón, Jepri y Atón, acabó por predominar como deidad solar, pero en cuanto a su aspecto de sol naciente o el del mediodía. Atum, sin embargo, retuvo para sí sin competencia, una relación exclusiva con el oeste, en cuanto a su aspecto de sol poniente. Considerando que fueron 3.000 años lo que duró la historia del antiguo Egipto, esta exclusividad persistente denota el significado profundo que debió tener. Y el significado no es otro que el sol del crepúsculo se asocia con la muerte y el más allá, por tanto, su imagen en una escena funeraria con barcas sagradas, o incluso solares, tiene muchísimo sentido.
 
Por otra parte, debo señalar que a Atum nunca se le representó con la forma de un sol, sino más bien en forma humana con las características de un rey (más como Poseidón lo era de la Atlántida). ¿Significa esto que el sol devino una figura antropomórfica después de mil años? ¿O es la imagen del sol otra cosa completamente diferente? En este caso, no tengo la respuesta aún.

Pasemos a la imagen siguiente. Es más definitiva y, sobre todo, trascendental para nuestra causa.

IMAGEN Nº 6 – LA CASA DE DIOS

Ésta me encanta. No sólo porque se trata de otro proto-jeroglífico de valor incalculable, sino porque debería erradicar cualquier duda de que lo que vemos en esta cueva son efectivamente precursores de futuros jeroglíficos. 
​La imagen nº 6 se trata en realidad de dos. Por una parte tenemos un refugio de caña que vino a representar el sonido h, pero también hacía las veces de logograma para vivienda. Luego, ¿recuerdan la imagen nº 29? Era un cuadrado con una bandera en una esquina. Vimos que la bandera era simbólica de «dios» o «lo divino», así adherida al cuadrado, recinto, juntos significaban «templo». Ocurre lo mismo con la imagen nº 6. La bandera adherida a la vivienda, componen juntas el jeroglífico para «Casa de Dios».
​En definitiva, lo que tenemos en España es nada menos que dos sinónimos de «templo» pintados empleando exactamente la misma fórmula + iconografía que se emplearía cientos de años más tarde en Egipto. No puede ser casualidad.
​Además, la imagen nº 6 pertenece a un grupo espectral fascinante demasiado extenso de explicar aquí. Sepan, por ejemplo, que en él tenemos la imagen nº 24, la bandera divina (aunque ésta en particular muestra una característica interesantísima), que junto con la que se encuentra en el barco nº 15, suman 4 banderas divinas en ésta cueva. 
Luego, creo que la imagen nº 14 podría ser la imagen más antigua de la corona roja egipcia, y la imagen nº 34 es tan notable que se merece una entrada de blog para ella sola. 

IMAGEN Nº 7 – FLECHAS MISTERIOSAS POR TODAS PARTES

Para ir terminando, recordemos lo que intento hacer aquí. Intento demostrar que la Atlántida existió, que estaba ubicada en la costa Atlántica de la península ibérica, y que sus gentes pudieron ser los antepasados del antiguo Egipto. Con esto en mente, echen un vistazo a lo que Platón nos dice sobre la expansión geográfica de la «mítica» Atlántida:

“Ahora bien, en esta isla de Atlántida había un gran y maravilloso imperio que dominaba sobre toda la isla y varias otras, y sobre partes del continente, y, más aún, los hombres de la Atlántida habían sometido a partes de Libia dentro de las columnas de Heracles hasta Egipto, y de Europa hasta la Tirrenia.” –Critias en el Timeo

Si recuerdan, en la parte 1ª explico que el vocablo «isla» (nesos) en griego podía describir cualquier tierra seca rodeada por completo o en parte de agua. Por ejemplo, Peloponesos, Isla de Pelops, es una península griega. Asi, la referencia a «toda la isla» en este caso podría referirse a la península ibérica. Piensen en ello, el pasaje tendría más sentido si dijera: “… esta isla de Atlántida… que dominaba sobre toda la península… y sobre partes del continente (resto de Europa)…”.

Tengan en cuenta que esta confusión con la palabra «isla» parecía ser habitual en esos días. En egipcio, «isla» podía incluso significar tierra extranjera, y lo mismo ocurre en hebreo. En la Biblia, el vocablo «islas» se traduce tal cual, así como costas o naciones dependiendo del pasaje. En cuanto a Libia, en esos tiempos definía el norte de África desde Egipto hasta el Atlántico, y Tirrenia era Italia.

Resumiendo, lo que Platón nos dice es que la Atlántida dominaba gran parte del continente europeo, y sus tentáculos se adentraban en el Mediterráneo (dentro de las columnas de Heracles – Estrecho de Gibraltar) hasta Egipto por el sur y hasta Italia por el norte. Esta información es extremadamente importante y relevante para nuestra causa porque efectivamente en los registros arqueológicos hay una misteriosa civilización atlántica que se ajusta a esta descripción geográfica exactamente. Y, curiosamente, el vínculo entre ella y la Atlántida nos viene de la mano de nuestra inocente flecha, la imagen nº 7. Os va a asombrar la cantidad de información que puede contener una simple flecha…
​Si nos alejamos un poco, vemos que hay de hecho un total de cinco, aunque en arqueología el término descriptivo utilizado es «ancoriforme» porque la punta suele ser más bien curvada. En el arte esquemático estas anclas se consideran antropomorfas, queriendo decir que son representaciones simplificadas del cuerpo humano reducidas al torso y los brazos (hay evidencia de su evolución y se suelen encontrar cerca de figuras equivalentes de cuerpo entero). Las anclas empiezan a aparecer por toda la península ibérica y el frente atlántico europeo hacia el quinto milenio. 
Realmente el arte esquemático lleva existiendo decenas de miles de años junto a obras maestras más realistas como el bisonte de Altamira. El esquemático pretende ser simbólico y por ello es minimizado a su forma más simple, pero reconocible.
​Hay gran variedad de figuras esquemáticas, pero en el caso de los anclas concretamente, y pese a su abundancia, poco se sabe sobre ellas salvo que suelen aparecer en un contexto funerario coincidiendo con la aparición de la cultura megalítica (constructores de estructuras masivas de piedra) en la Europa occidental.
​Inicialmente, la primera ola de megalitos (las burbujas rosas del mapa) está datada hacia mediados del quinto milenio a. C. Lo extraño es que aparecen simultáneamente, aunque de modo aislado entre sí, a lo largo del frente atlántico europeo principalmente en Francia, España y Portugal, con algún caso suelto en el Mediterráneo hasta Egipto por el sur e Italia por el norte… ¿os suena?
 
Luego, durante el cuarto milenio a. C., las áreas costeras entre las agrupaciones aisladas se rellenaron (burbujas verdes), dando lugar a una civilización ininterrumpida que abarca todo el frente atlántico desde Marruecos a Suecia, para luego expandirse por el resto del Mediterráneo.
​Este mapa pertenece a una tesis publicada por la Dra. Bettina Schulz Paulsson tan recientemente como febrero de 2019. Es el resultado de un estudio estadístico de 2.410 megalitos europeos (de un total de más de 35.000). Del estudio se dedujo que estas gentes tenían una cultura homogénea, ya que la ubicación y diseño de los megalitos eran similares cuando no idénticos, pero distinta de la tradición oriental. Debieron ser marineros consumados con una amplia red comercial, e identificó la Bretaña francesa como el posible núcleo original debido a la gran concentración de megalitos, en cuanto a número y antigüedad, en la región.  Pero yo, con esta última conclusión, difiero respetuosamente. El análisis, por su naturaleza «estadística», desvirtúa un dato fundamental: Los megalitos más antiguos, en términos absolutos, no se encuentran en Francia. Verán, se distinguen en general tres tipos de monumentos megalíticos: una piedra sola hincada en el suelo (monolito), un círculo de piedras (crómlech), y tumbas de piedras masivas (dolmen). Coincide que el más antiguo de cada uno se ha encontrado en el sudoeste de la península ibérica. Concretamente, un menhir en Portugal es más antiguo que los franceses en tres mil años (tres ceros, tres veces).
  1. El menhir más antiguo: Quinta da Queimada (Portugal), 8000 a. C. – la segunda estructura de piedra más antigua del mundo.

  2. El crómlech más antiguo: Almendres, Évora (Portugal), 6000 a. C.
  3. El dolmen más antiguo: Alberite, Villamartín (España), 4000 a. C. (cerca de Laja Alta)
Nota: Gobekli Tepe (Turquía), un templo de piedra datado hacia el 9000 a. C. es la estructura megalítica más antigua del mundo.
​El caso es que había una civilización atlántica, con una organización social capaz de construir monumentos masivos de piedra y con los conocimientos para diseñar calendarios sofisticados, escribir y expresarse artísticamente, mientras mantenía una red comercial rica y extensa por tierra, pero sobre todo por mar. Una «gran y maravillosa civilización» como lo puso Platón con un núcleo importante exactamente donde lo puso Platón. Y estas gentes del atlántico dejaron su huella en el Mediterráneo tan lejos como Egipto por el sur, Italia por el norte… y más allá.
​Hasta ahora hemos visto evidencias localizadas en el oeste que presagiaban la venida de una gran civilización en el este. Y créanme, hay más. Pero, para ir finalizando, echemos un vistazo a alguna evidencia ubicada en el este dejada ahí por una gran civilización que llegó del oeste*.

*Actualización - 3 de mayo de 2019: Según un estudio publicado el 12 de junio de 2018 en Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), (resumen traducido aquí), estudios genéticos indican que bien se produjo una sustitución de población o una incursión importante desde la península ibérica hacia el Norte de África entre el 5000 y 3000 a. C.
Las imágenes de la izquierda se tomaron en otra cueva no lejos de Laja Alta, pero en el lado mediterráneo del Estrecho de Gibraltar, en Málaga. Como mencioné antes, los ancoriformes proliferaron en la península ibérica desde el 5º milenio, normalmente en un contexto funerario, frecuentemente relacionado con dólmenes.

La imagen de la derecha es de un dolmen hallado tan recientemente como en el 2015 en la otra punta del Mediterráneo, en los Altos del Golán, Israel. Hay cientos de dólmenes en el próximo oriente, la mayoría de en torno del 2000 a. C. pero habitualmente adjudicados a la tradición oriental. Éste es el único que contiene arte, y ese arte coincide en ser un montón de anclas grabadas en la tapa de piedra. Pues, os podéis creer que por mucho que he buscado no he encontrado mención alguna de su parecido con el arte esquemático atlántico.  Pero hay más.
​En esta misma región hay otra tumba igualmente extraordinaria por su singularidad. Rujm el-Hiri es un monumento megalítico del tercer milenio a. C. consistente en un túmulo central rodeado de varios anillos concéntricos. Elementos del diseño parecen alienarse con acontecimientos astronómicos, y los entusiastas de la Atlántida quieren ver en él trazos de la isla perdida de Platón.
 
Pues es posible que tengan razón, ¿porque adivinen dónde hay otro igual, aunque más antiguo, grande y complejo, hallado incluso más recientemente? En la Atlántida, claro.
​En el pueblo de Carmona, Sevilla, hay de hecho dos estructuras de círculos concéntricos. Desafortunadamente, ambas están muy dañadas. La que se ve aquí a la derecha, conocida como los Anillos de Alcores, la descubrió recientemente Manuel Ruiz Pineda. Con ocho círculos concéntricos, lo más destacado es la elipse de 312 metros de diámetro que la rodea, denotando su alineación sofisticada con acontecimientos astronómicos.
 
Su ubicación en Carmona no es baladí. Este pueblo milenario, tiene unos de los yacimientos arqueológicos tartesios más ricos, y se encontraba a orillas del que fue antaño el Lacus Lingustinos donde algunos sospechan que está enterrada la Atlántida.
 
Coincide además que la descripción que hace Platón de las esferas celestiales en el Timeo, tras introducir la Atlántida, es la de un universo compuesto por ocho anillos concéntricos con la Tierra en el centro. Los atlantes parecían estar obcecados con los anillos concéntricos.  
​Espero que os hayáis percatado de lo reciente que son la mayoría de los descubrimientos arqueológicos. Pues hay más, así que estad atentos… queda pendiente contaros la otra sorpresa histórica que vaticiné en la introducción…
]]>
<![CDATA[La Atlántida Perdida en la Traducción - Parte 2ª]]>Wed, 17 Apr 2019 14:46:03 GMThttp://victoriacaro.com/bloges/la-atlantida-perdida-en-la-traduccion-parte-2
En la parte 1ª conseguimos nuestro primer objetivo: encontrar la Atlántida. Según Platón, el relato proviene de Egipto donde su antecesor Solón lo escuchó de sacerdotes. Al tomar nota, Solón tradujo los nombres del egipcio al griego en base al «significado» de los mismos. Así, sabiendo que Atlantis nesos significa “isla de Atlas”, lo revertimos al equivalente egipcio con la esperanza de encontrar un topónimo alternativo más reconocible en los textos antiguos.

Tuvimos éxito, pero éste no vino sin presentarnos primero un desafío descorazonador: En tanto que es cierto que el dios Atlas tiene en efecto un homólogo egipcio, el dios Shu, que además da nombre a cierto lugar, se hizo patente que el relato de la Atlántida no era más que la versión griega de unos de los relatos de la Creación más importantes del antiguo Egipto. En definitiva, para los egipcios la Atlántida era la tierra mítica de sus antepasados divinos.

Pese, a ello no perdimos la esperanza. No sería la primera vez que un lugar «real» fuese revestido con alusiones míticas. Continuamos con la traducción y encontramos que “isla de Atlas” equivalía en egipcio a algo así como “Tierra divina del dios Shu de las aguas del oeste”, pronunciado Ta.Shu.sh. También descubrimos que la traducción produjo un efecto dominó: el Ta.Shu.sh egipcio equivalía a su vez al Tarshish fenicio, que a su vez parece estar relacionado con el Tartessos griego. En otras palabras, «Ta.Shu.sh» resultó ser el eslabón perdido que vinculaba a más de un topónimos «reconocible» con la Atlántida, ubicándolos además a todos en la costa atlántica del sudoeste de España.

Aun así el enigma no queda resuelto del todo. ¿Se nombró a una isla española en honor de una tierra mítica egipcia por coincidir en rasgos y ubicación? o ¿fue realmente la costa atlántica de la península ibérica la tierra de los antepasados egipcios recordada a través de la mitología?

Mi objetivo en esta segunda parte es demostraros que a los antiguos egipcios no les falló la mitología.

LA ATLÁNTIDA CON OTRO NOMBRE…
​Hoy, en arqueología, el núcleo de la región que nos interesa comprende un área formada por Huelva, Sevilla y Cádiz en la costa atlántica del sudoeste de España, y conocida por la variante griega, Tartessos.
 
Aunque su área de influencia es mayor, alcanzando los ricos yacimientos del sur de Portugal, el valle del Guadiana y la costa mediterránea.  
Consolidar el Tartessos arqueológico con el Tartessos mítico (La Atlántida) va a ser complicado pese a que Tartessos siempre ha sido la principal candidata para albergar la isla perdida. La región lleva bajo escrutinio científico serio tan solo unas décadas, y lo que se ha hallado hasta el momento se limita al período de la presencia fenicia en el área (siglos VIII-V a. C.). Dejando a un lado lo confuso que es tildar un período fenicio con un apelativo griego, lo que realmente es una lástima es lo que choca la imagen arqueológica (la de nativos cuasi-primitivos explotados por los fenicios) con la imagen más grandiosa que les dan los textos históricos. Verán, para los griegos Tartessos era una tierra legendaria llena de maravillas, para los romanos era cuna milenaria de sabios letrados; mientras que en el Viejo Testamento se la referencia repetidamente como un santuario político y religioso, refugio esperanzador de los perseguidos o conquistados sin hogar.

Me temo que los arqueólogos, al acaparar la mítica Tartessos para su período fenicio, están limitando su mayor potencial, sobre todo cuando algunos de estos arqueólogos no quiere saber nada de su lado mítico. Mejor sería que llamasen a lo suyo el “Período Fenicio” y dejasen espacio a que la legendaria Tartessos sea descubierta. Pues lo va a necesitar. Cada día emerge un descubrimiento nuevo que desmonta lo que se sabía el día anterior, y si lo que les voy a mostrar a continuación es acertado, la historia está a punto de cambiar radicalmente.

Sea como fuere, no os tengo esperando más. Tal como os prometí en la parte 1ª, os presento…

EL LETRERO «BIENVENIDOS A LA ATLÁNTIDA»

Se trata de un panel de arte rupestre pintado cientos de años antes de nacer el Egipto antiguo, pero repleto de iconografía y jeroglíficos «egipcios», que por tanto certificaría la región como su tierra ancestral: la Atlántida.
Sé que así a primera vista quizá no impresione demasiado, pero os ruego fe. El panel real está muy deteriorado, con lo cual trabajaré con ésta reproducción por conveniencia. No obstante, tendréis oportunidad de apreciar las imágenes reales según os las describa, y una vez que haya terminado, os prometo que quedaréis boquiabiertos.

INFORMACIÓN SOBRE EL PANEL
Se encuentra en la Cueva de la Laja Alta, en la provincia de Cádiz (Gadeira), España, cerca del Estrecho de Gibraltar (Columnas de Heracles o Hércules), en un sendero natural que comunica la costa mediterránea con la atlántica. Si recordáis, Platón menciona esta región precisamente cuando describe la parcela que recibe el gemelo de Atlas, Gadeiro, como:
 
“…la parte extrema de la isla (Atlántida) hacia las columnas de Heracles, frente al territorio ahora llamado la región de Gadeira en esa parte del mundo,”
Con lo cual, la cueva estaría «técnicamente» localizada en el lugar donde antaño se ubicaba la columna europea de Shu (de Heracles o Hércules). Aparte de la crucial relevancia de su emplazamiento para nuestra búsqueda, lo que es importante que recordéis es que el arte rupestre de esta cueva ha sido datado hacia el 4000 a. C. Pongamos esto en perspectiva:

  1. Cuando se habla del antiguo Egipto, se habla del reino unificado (unión del Alto y Bajo Egipto) que nació con el rey Narmer (1ª dinastía) hacia el 3100 a. C. El arte rupestre de Laja Alta es anterior al Egipto dinástico en casi mil años.
  2. Asimismo, los jeroglíficos más antiguos hallados hasta la fecha (en una tumba de Abidos, Egipto), han sido datados hacia el 3.250 a. C. Por tanto, digamos que identifico jeroglíficos en nuestro panel… éstos serían al menos 700 años más antiguos.

¿Ven por dónde voy? Este panel de arte rupestre está localizado a más de 3.500 km al otro lado del Mediterráneo exactamente donde la mitología egipcia ubica su tierra ancestral, la Atlántida, y contiene precisamente iconografía «egipcia» que es cientos de años, cuando no miles*, anteriores al nacimiento de Egipto. 

*La mayor parte de las imágenes son rojas, aunque algunas son negras. Sólo las negras tenían restos orgánicos suficientes para la datación de carbono, y como se encuentran sobre las rojas, se estima por consiguiente que las rojas son más antiguas. Cuánto es difícil saber. El proyecto fue encabezado por el Dr. Eduardo García Alonso entre 2013-2014, mientras que su informe, vinculado aquí, se publicó tan recientemente como a finales del 2018. Así, en alguna parte un@ académic@ está ahora haciendo las mismas conexiones que yo, porque hasta esta asombrosa datación, el arte de esta cueva se adjudicaba al “período fenicio” (tres mil años más tarde). Como dije antes, cada día se hacen nuevos descubrimientos que desmontan lo que se sabía hasta el día anterior.

A nosotros lo que nos importa —de momento— en nuestra búsqueda de la Atlántida, es lo que quieren decir la diferentes imágenes, y lo que su interpretación implica en cuento a su datación relativa con Egipto. Empezaremos con la pieza central:

LOS BARCOS
Hay 8 barcos, quizá 9 (nº23 parece dos). Concentrados en la parte más prominente de la cueva, su variedad es formidable para su tiempo, principalmente porque la nueva datación convierte a los 6 con velas, las imágenes más antiguas de veleros del mundo.

Los humanos hemos estado navegando las aguas del planeta decenas de miles de años usando canoas, balsas o lo que flotase. Vamos, que hasta las hormigas saben emplear una hoja para cruzar un río. Con lo cual, conquistar cuerpos de agua, ya sean grandes o pequeños, no es la hazaña. Construir velas y sus componentes estructurales asociados, entender los vientos y encontrar evidencia de ello en el lugar menos esperado es la hazaña. Hasta ahora, la invención de la vela se atribuía a las civilizaciones del levante hacia finales del 4º milenio a. C. Algunos piensan que fueron los sumerios y otros los egipcios. Pero este humilde panel español prueba que la vela estaba bien en uso mucho antes, cientos de años antes, al otro lado del mar, en el lejano poniente. Y no son las únicas imágenes. La península ibérica está salpicada de pinturas rupestres o petroglifos de veleros. De hecho, hay una escena en particular en otra cueva, datada incluso antes que la de Laja Alta, que yo creo contiene barcos veleros. (Lo compartiré con vosotros en otro momento y os aseguro que tiene el potencial de romper todos los modelos históricos sobre la navegación).

Centrémonos por ahora en dos elementos importantes relacionados con los barcos de Laja Alta: uno es la popa alta y curvada, común a todos ellos, y el otro es el marco cuadrado nº29 que es exclusivo del barco nº30.

Insisto, la variedad de estilos de estos barcos es chocante para su tiempo: algunos tienen velas, otros tienen remos, y los hay con ambos. Pero lo que tienen todos en común es la popa elevada y curvada. Ese detalle nos insinúa un par de cosas: Una, que los barcos pertenecen a una población determinada, frente por ejemplo a que la escena represente un puerto internacional. Luego, como todas las popas están posicionadas a la derecha (salvo quizá la que pertenece al barco nº28), parecería que se dirigiesen en la misma dirección a modo de una procesión. Pues ambos detalles identifican el panel con una cultura concreta por medio de la asociación… ya que efectivamente hay otro lugar con imágenes de barcos de ese mismo estilo… representados igualmente en una procesión… donde además los cuadrados tienen un alto significado simbólico: Egipto.

El estilo de vida en Egipto, cuando menos su supervivencia, revolvía en torno al rio Nilo. Por ello, en sus orillas, ya a finales del 4º milenio, empiezan a aparecer una variedad de embarcaciones en petroglifos, pinturas y cerámicas, que aparentan ser de carácter funerario o religioso. Y, curiosamente, la pintura funeraria más antigua hallada hasta la fecha (c. 3200 a. C. – predinástica) es precisamente una procesión funeraria de barcos:
Notaréis que una de las embarcaciones destaca por su color y forma: el barco negro de popa elevada y curvada. Se interpreta como el barco sagrado del difunto. A falta de otros medios de transporte en esos tiempos (aún no habían carros), y la dependencia del Nilo, contribuyó a que el barco adquiriese connotaciones sagradas. Los egipcios creían que sus dioses cruzaban los cielos en barco, así como que sus líderes requerían de uno para unirse a ellos en el «Más Allá». Por eso, se guardaban réplicas de barcas sagradas en los templos o se construían de tamaño real para acompañar al difunto en su tumba.

Para el transporte fluvial diario o la pesca, los barcos se construyeron inicialmente con tallos de papiro entrelazados y rematados en alto a los finales; la popa algo más elevada. Pese a la fragilidad* del casco, hay evidencia del uso de velas tan pronto como finales de la era predinástica, y son éstos barcos de junco con vela los que se ven en la cueva española. Si miráis con atención la imagen nº22, notareis que la embarcación tiene líneas verticales en el casco que evocan las ataduras de las cañas. 

*Pese a su aparente fragilidad, se han construido modelos capaces de cruzar el Atlántico.
​Los barcos de madera aparecen en Egipto en torno al 3000 a. C., reteniendo el mismo diseño, pero con la popa convertida en una flor de loto sagrada. Y barcos más robustos capaces de bregar con las olas del Mediterráneo, empezarían a surcar el mar hacia el 2300 a. C.
​Visto lo visto, surge la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible hallar barcos egipcios, llevando a cabo una ceremonia egipcia, en una cueva al otro lado del Mediterráneo, pero cientos de años antes de que existiera siquiera Egipto? Aunque ya puestos, ¿cómo puedo estar tan segura de que se trata precisamente de barcos egipcios? Después de todo, los sumerios también construyeron barcos de junco, y es posible que incluso antes que los egipcios (parece haber alguna evidencia de que navegaban el mar Arábico antes de que los egipcios se aventuraran al mar Rojo o al Mediterráneo).
​La imagen nº 30, el misterioso cuadrado con lo que parece una bandera en la esquina, zanja el tema. Los investigadores no están seguros qué representa, aunque sugieren razonablemente un puerto o recinto de pesca.
 
Yo difiero. Pienso que se trata de un templo. Es más, me atrevería a ir tan lejos como aseverar que se trata nada menos que del proto-jeroglífico egipcio de templo.
Soy consciente de lo atrevido de la tesis, pues adelantaría la aparición de la escritura unos 700 años, y ubicaría el fabuloso acontecimiento histórico al lado opuesto del Mediterráneo. Pero, les ruego me permitan sustanciarlo:

En la siguiente ilustración os muestro el jeroglífico de la diosa Hathor, que en realidad es la combinación de dos.
​Uno es el cuadrado. Representa un recinto o edificio, en este caso un templo, que funciona como logograma de las consonantes ht. Los egipcios no escribían las vocales, con lo cual cada uno lo pronuncia como quiere: hat, hut, hwt. El segundo jeroglífico es un halcón, el dios Horus (hr). Así, ht (templo) + hr (Horus) deletrean hthr, que con vocales viene a ser Hathor. 
Noten como los jeroglíficos no se han posicionado uno al lado del otro, sino que el de Horus se ha introducido dentro del de templo, del mismo modo que las imágenes de dioses en la vida real se guardaban dentro del templo. Como Hathor es una diosa, se adoptó dicha composición simbólica para su nombre.

Con este simbolismo en mente, y volviendo a las imágenes nº 29 y 30, lo que yo veo es un barco sagrado dentro de un templo. Es más, el hecho de que el cuadrado de Laja Alta muestre una bandera en la esquina lo confirma. Verán, en Egipto a la entrada de los templos se alzaban banderas (netjer), que simbolizaban a los dioses o lo divino. Por ello, era común referirse a un templo como hut-netjer, es decir, “edificio sagrado” o “palacio de dios”. Pues bien, para representar la «casa de dios» con jeroglíficos, se usaba el del templo (ht – hut) junto a una bandera (ntr-netjer), que es justo lo que vemos en la cueva española.
Luego, en cuanto al barco, éste está posicionado dentro del templo porque se trata de una barca sagrada. Ya vimos que la barca sagrada era el medio de transporte de los dioses, y que réplicas se guardaban dentro del templo en su recinto más sacro junto a la capilla del dios (como se ve en la imagen del Templo de Edfu). Estas mismas réplicas eran las que se usaban para pasear las imágenes de los dioses en las procesiones anuales.

En definitiva, la cueva española contiene la imagen de un templo, con bandera y barca sagrada, que devendría cientos de años después nada menos que a convertirse en un jeroglífico egipcio. Esto ya de por sí, no tiene precio.

Es difícil saber si en el caso de nuestra cueva la imagen es sólo proto-jeroglífica o de hecho representa un templo real que se hallase en la vecindad. Lo que sí puedo deciros es que coincide que el término fenicio “Gadir”, que dio nombre a Cádiz, quiere decir precisamente “recinto” en general o “edificio amurallado”. Y se les adjudica asimismo a los fenicios la construcción del famoso templo de Melkart (o Hércules) en las antiguas islas de Gadeira. Me pregunto si el templo ya estaría ahí cuando llegaron, y de ahí el nombre que le dieron a la isla…
​Pero hay más: De entre los barcos de la cueva, destaca uno que es diferente, el nº 23. Parece un barco encima de otro barco, y además es el único con barquero. Pues resulta que, luego en Egipto, las mismas barcas sagradas eran paseadas en procesión, no sólo en tierra, sino también por el rio. El honor de hacerlo le solía corresponder a un soldado destacado. ¿Me pregunto por tanto si es esto lo que representa la imagen nº 23? Al igual que se ve en el relieve del Templo de Edfu, la imagen nº23 sería una balsa paseando la barca sagrada, con barquero incluido, e incluso bandera sagrada, la imagen nº 24. Si miran con atención el relieve, a la izquierda de la barca sagrada, delante del barquero, hay una bandera. 
Son demasiadas las coincidencias. Nuestro panel de Laja Alta presagia claramente una escena egipcia consistente en todos sus elementos.

Para terminar con los barcos, me gustaría compartir un ejemplo más de una procesión relacionada con un faraón difunto. Antes vimos una imagen similar en la tumba 100, que se piensa perteneció a un líder predinástico. La siguiente ilustración corresponde a un recinto subterráneo hallado recientemente en Egipto que guardaba una barca sagrada de tamaño real. Este recinto era parte de un complejo funerario mayor que contaba igualmente con templo. Datado hacia el 1850 a. C., sus paredes se grabaron con cientos de barcos; unos con velas, otros con remos, y algunos con ambos…
​De nuevo, la semejanza entre la escena de la tumba egipcia y la de la cueva española es notable. Pero, ¿y si os dijera que escenas como éstas con varios barcos en procesión son raras? Tanto que las tres que os he mostrado aquí son las únicas conocidas. 
Considerar lo siguiente: las dos escenas egipcias estaban ocultas a la vista en tumbas de élite. Y recuerden que los jeroglíficos eran el dominio exclusivo de los escribas. Sin embargo, al otro lado del Mediterráneo nos encontramos con una escena mucho más antigua que los presagia al más mínimo detalle…

Pues esto era tan solo un avance. En La Atlántida Perdida en la Traducción – Parte 3ª, descubriremos más jeroglíficos de valor histórico incalculable, analizaremos una imagen francamente intrigante, y veremos algún descubrimiento arqueológico reciente que cimienta lo dicho aquí; todo lo cual vendrá a sumar una sorpresa histórica que no podéis ni empezar a imaginar…
]]>
<![CDATA[La Atlántida Perdida en la Traducción - Parte 1ª]]>Fri, 12 Apr 2019 16:23:45 GMThttp://victoriacaro.com/bloges/la-atlantida-perdida-en-la-traduccion-parte-1
La Atlántida se viene debatiendo más de 2.400 años, y cada uno de los múltiples detalles que la describen ha sido analizado hasta la saciedad para confirmar o negar su existencia, cuando no escogido, retocado o ignorado a conveniencia para justificar un emplazamiento determinado. El resultado es un ejército de creyentes dedicados a buscarla por todos los rincones del planeta; un número creciente de autores que se inventan tonterías porque vende; y luego están los académicos exasperados que miran al cielo con la sola mención de la isla mítica.

Así las cosas, ¿qué puedo contribuir yo?

¿Qué tal una traducción que deje el tema zanjado de una vez por todas? Efectivamente, Platón nos dice que el relato de la Atlántida proviene de Egipto, y que todos los nombres, excepto uno, fueron traducidos del egipcio al griego —atención, esto es sumamente importante— en base a su significado.

Es decir, que pese a todo lo manoseado que está el tema, me bastó “revertir” la traducción del nombre «Atlántida» al egipcio según su significado para encontrarla. Os asombrarían cuán pocos lo han intentado…

LA ATLÁNTIDA SEGÚN PLATÓN

Es bien sabido que Platón fue uno de los filósofos griegos* más destacados. Nació presumiblemente en Atenas hacia el año 427 a. C. en el seno de una familia acomodada, y fue discípulo de unos de los mayores sabios de su tiempo, Sócrates; seguidor de un genio matemático, Pitágoras; y mentor a su vez de otro celebrito, Aristóteles.

*Es importante entender que hasta la llegada de los filósofos griegos, el mundo natural se interpretaba desde una perspectiva mitológica, es decir, los dioses lo explicaban todo. Incluso cuando se hacían observaciones astronómicas brillantes por parte de los sumerios, o los egipcios conseguían adelantos sustanciales en la geometría y la medicina, siempre prevalecía un gran componente divino. La inestimable contribución de los filósofos griegos fue la creación de un nuevo marco de pensamiento por el cual el mundo natural pasó a entenderse también desde una perspectiva lógica. Ello no quiere decir que se desmarcaron de lo divino por completo, más bien todo lo contrario, pero pavimentaron el camino hacia el método científico. En el caso de Platón, aunque prefería  la lógica (el logos), también abrazaba el valor del relato (el mito) como herramienta educativa. A veces recurría a tradiciones mitológicas existentes, y otras se inventaba su propio cuento, pero no engañaba con ello. En lo referente al relato de la Atlántida, Platón insiste repetidamente que no se lo inventa. La mayoría de los académicos arguyen que sí.

Platón solía presentar su filosofía a modo de un diálogo entre personajes reales. Cada uno exponía sus argumentos para sumar en última instancia el pensamiento de Platón.

Uno de los diálogos más celebrados del filósofo es La República. Escrita en torno al 380 a. C., en ella Platón —a través de Sócrates— plantea los ideales de una organización social y estatal perfecta. Unos veinte años más tarde, vuelve al tema intentando aportar un caso real que ejemplifique la superioridad de un estado ideal ante un conflicto bélico. Para ello, Platón recurre a un diálogo dividido en tres monólogos sucesivos que plantea como si tuviesen lugar al día siguiente de la República. Los participantes son cuatro: Por una parte Sócrates, que ahora se limita a escuchar como el maestro sabio y, por otra, Timeo, Critias, y Hermócrates, que son los que toman turno para hablar.
Timeo da nombre al primer diálogo (libro). En él empieza por especular en general sobre la creación y la naturaleza física del universo, para luego especular más concretamente sobre la creación y la naturaleza de los seres humanos. Pero primero introduce el conflicto entre Atenas y la Atlántida como el objetivo último de la conversación; relato que queda postergado al turno de Critias.
 
Así, Critias, quien da nombre al segundo diálogo (libro), recoge donde lo deja Timeo, para presentar un caso real de estado idílico, al cual debería evolucionar el ser humano tras su creación, y devenir ser social y ciudadano. En definitiva, el estado ideal «real» es Atenas, y gracias a su eficiente organización social, triunfa en una batalla épica contra un enemigo formidable, Atlántida. El diálogo quedó interrumpido a media frase, con lo cual,
 
El tercero, el de Hermócrates, nunca llegó a escribirse, o así se supone.
Por tanto, las fuentes primarias y únicas sobre la Atlántida son el Timeo y el Critias. Cualquier otra mención es siempre en referencia a estos dos diálogos.

Nota: Anteriormente a Platón hay algún caso en la literatura griega en la cual aparece la palabra «atlántida» pues significa “de Atlas”. Por ejemplo, en la mitología griega, el dios Atlas tiene siete hijas, las Pléyades, que son referenciadas como las hijas “de Atlas”. Platón usa el término junto a “isla” —Atlantis nesos—, lo que viene a significar la “isla de Atlas”.

Entonces, ¿qué es lo que nos cuenta Platón sobre la isla Atlántida?

Resumiendo muchísimo, describe una especie de tierra rodeada de agua, localizada en algún lugar del Atlántico junto a las columnas de Heracles (Hércules para los Romanos). Esta tierra le pertenece al principio al dios Poseidón, quien construye dos fosos concéntricos y navegables en torno a la parte central, para protegerla, dando lugar a la imagen típica que tenemos de la Atlántida como una isla formada por anillos. Poseidón se reserva la parte central para sí y su esposa humana Clito, y construye en ella un palacio, varios templos, puentes y más. Juntos tienen cinco pares de gemelos que acaban heredando la isla y creando una civilización avanzada, rica, y satisfecha. Pero con el paso del tiempo, a la par que se diluye el ADN divino en las nuevas generaciones, sus descendientes acaban por degenerar en una confederación codiciosa que intenta hacerse con el Mediterráneo. Este ataque lo fecha Platón unos 9.300 años antes de su tiempo. Atenas, sola ante el peligro, se enfrenta valientemente a los Atlantes en nombre de “todos aquellos que habitan dentro de las columnas”, y pone fin al tema. Por último, una serie de “terremotos e inundaciones violentas” hace que la fabulosa Atlántida acabe por hundirse en las aguas del olvido, dejando detrás unos “bancos de arena impasables e impenetrables”.

Sin entrar siquiera en el extraordinario número de detalles que ofrece Platón, algunos anacrónicos y otros exagerados, que contribuyen al atractivo de la Atlántida, podéis entender ya, aunque sea por la mitología y las fechas descomunales, por qué los académicos serios miran al cielo. Pero también es cierto, que Platón dice igualmente que Atenas fue fundada por la diosa Atenea y nadie duda de que la capital griega exista. Lo cierto es que en tiempos de antaño (y se podría decir que incluso hoy) todos presumían de ser descendientes de dioses, y recurrían a la exageración y el embellecimiento para exaltar el poder de su nación y los éxitos de sus líderes… Por no mencionar que uno es cuanto más grande en la victoria, cuanto más grandioso es el enemigo.

En cualquier caso, la descripción que se hace de la Atlántida en el Critias, junto a su introducción en el Timeo, es el enfoque exclusivo de aquellos interesados en encontrar la isla perdida. La parte de la creación del mundo según Timeo es descartada como irrelevante, lo cual os aviso ya es un grave error. Más adelante veremos por qué.

Primero, la traducción del nombre…

El CRITIAS NOS SUMINISTRA LA CLAVE FUNDAMENTAL

Critias, el personaje que le da nombre al segundo diálogo, era familiar de Platón por el lado de su madre. No está claro cuál exactamente, puesto que había tres generaciones de tíos con el mismo nombre. Da igual, lo que importa es que, al escoger un pariente, Platón nos está diciendo que recibió el relato de la Atlántida a través de su familia. Resulta que el filósofo estaba emparentado varias generaciones atrás con nada menos que Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia y reconocido legislador que sentó las bases de la democracia ateniense. Platón nos dice que fue su antecesor Solón el que visitó Sais*, ciudad del delta en Egipto, donde sacerdotes le cuentan la historia de la Atlántida. Al ser Atenas la heroína del relato, Solón toma nota con intención de compartirla a su vuelta en uno de sus poemas. No llega a hacerlo, pero el manuscrito pasa de mano en mano hasta llegar a Platón. 

*Es muy probable que Solón visitase Egipto en torno al 590 a. C., y concretamente Sais que era la capital en ese momento. De hecho, era costumbre a partir del siglo IX a. C. que los griegos educados peregrinasen en algún momento de sus vidas a Egipto. Verán, entre el 1200 a. C. y el 800 a. C., Grecia atravesó un periodo conocido como la Edad Oscura resultado de un colapso generalizado (el colapso de la Edad del Bronce) que sufrieron todas las grandes civilizaciones orientales del Mediterráneo. Grecia quizá fuese de las más afectadas, tanto que sus grandes civilizaciones minoicas y micénicas regresaron prácticamente al analfabetismo. Sólo sobrevivió Egipto convirtiéndose en el archivo histórico y del conocimiento de la región. (La sabiduría mesopotámica también sobrevivió a duras penas, pero ensombrecida por conflictos internos). Por ello, cuando Grecia recuperó la escritura en el siglo VIII a. C., tornó la mirada a Egipto para recuperar el conocimiento perdido e, incluso, su propia historia. Esto explica por qué la filosofía y la mitología griega están enraizadas en las de Egipto (aunque con claras influencias mesopotámica, también). Los hombres sabios de Grecia eran como esponjas humanas absorbiendo todo el conocimiento que podían de su entorno para luego regurgitarlo en forma ilustrada.

Pero volviendo a la Atlántida: En el diálogo, cuando Critias, siguiendo la descripción de la antigua Atenas, procede a diseccionar las maravillas del enemigo, empieza por decirnos algo crucial en cuanto a su vital importancia para comprender realmente la Atlántida:

“Solón, quien pretendía usar el relato para su poema, indagó sobre el significado de los nombres, y descubrió que los egipcios de antaño, al escribirlos, los  habían traducido a su propio idioma, y recuperó el significado de varios nombres, y, al anotarlos, los tradujo a su vez a nuestro idioma.”

La clave es que Solón no se limitó a ajustar un nombre foráneo a la pronunciación griega, como por ejemplo London en inglés deviene “Londres” en español. Lo que hizo fue indagar sobre el significado del mismo y lo tradujo al griego. No sorprende por ello que no se haya encontrado mención de la Atlántida en otros registros históricos. Si os digo que anoche tuve para cenar «planta de huevo» (traducción de eggplant del inglés al español según el significado del nombre), os resultaría difícil entender que me estoy refiriendo a la berenjena.

Así pues, vamos allá. Empezaremos por revertir el nombre de la Atlántida a su significado equivalente en egipcio, y ver a partir de ahí si podemos identificar un topónimo más conocido.

DEL GRIEGO VOLVEMOS AL EGIPCIO

Atlántida significa “de Atlas”, y se llamó así porque, cuando Poseidón dividió su territorio en 10 partes para distribuirlo entre sus 10 hijos, Atlas, al ser el mayor, recibe la isla central o capital y le da su nombre. Curiosamente, esto implica que de los tres anillos que acostumbramos a asociar con la famosa isla, en realidad, solo la porción central es la Atlántida. El resto pasa a ser de los hermanos de Atlas, y sólo otra parte es mencionada por su nombre, la que recibe el hermano gemelo de Atlas, Gadeiro. Éste hereda concretamente:

“la parte extrema de la isla hacia las Columnas de Hércules, frente al territorio ahora llamado la región de Gadeira en esa parte del mundo,”

Este es un buen momento para confesar que realmente no necesitamos traducir nada para saber dónde estaba ubicada la Atlántida. Platón nos lo detalla con tal precisión que solo le faltaba darnos las coordenadas GPS. Parece mentira con lo que se la busca. Verán, al igual que ocurrió con Atlas, el territorio heredado por su hermano Gadeiro recibió su nombre, pero a diferencia de Atlas, el nombre de Gadeiro pasó a identificar también la región adyacente “en esa parte del mundo”. Gadeira es el único topónimo que no se tradujo y, efectivamente, hay una Gadeira bien documentada en esa parte del mundo. Gadeira era la versión griega de Gadir, un puesto comercial fundado supuestamente por los fenicios en el siglo XI a. C. conocido hoy como Cádiz. Capital de provincia, Cádiz es una isla en la desembocadura del rio Guadalquivir en la costa sudeste de España en el lado Atlántico del Estrecho de Gibraltar.
Platón no pudo ser más específico. Coloca la Atlántida en una isla vecina a Gadir; una región bien conocida durante cientos de años, cuando no milenios antes de Platón por su riqueza en metales. Los fenicios la conocían como Tarshish (Tarsis), mientras que en la literatura griega aparece como Tartessos. Curiosamente, los griegos no fundaron puestos comerciales cerca hasta después de la visita de Solón a Sais en Egipto, momento en el que se empieza a mencionar a Tartessos en su literatura. En tiempos de Platón, los cartagineses dominaban el Mediterráneo occidental, eliminando a Tartessos de los escritos históricos. Esto quizá explique por qué ni Solón ni Platón hicieron la conexión entre la Atlántida y Tartessos, aunque personalmente creo que hay otra razón que explicaré más adelante.

Sea como fuere, Tartessos ha sido contendiente principal para albergar la Atlántida desde el principio, y descubrimientos geológicos y arqueológicos recientes lo soportan:

  • La costa ha sufrido terremotos y tsunamis de tamaños considerables, dando lugar a cambios importantes de la línea de costa. Por ejemplo, el lago Lacus Ligustinos (ver mapa) llegaba antaño hasta Sevilla y era navegable. Hoy en su lugar hay marismas y “bancos de arenas impasables e impenetrables”, es decir, el Parque nacional y natural de Doñana. Desafortunadamente, debido a su naturaleza de humedal, presenta desafíos considerables para la excavación arqueológica con la tecnología actual.
  • La zona colindante está salpicada con algunos de los monumentos megalíticos más antiguos del mundo, algunos diseñados como círculos concéntricos y entendidos como calendarios sofisticados, denotando el carácter avanzado de sus gentes.

Lo que no se ha encontrado aún es una evidencia irrefutable como, por ejemplo, un letrero que diga “Bienvenidos a la Atlántida”… eso es, hasta que lo encontré yo, claro. De hecho, tengo dos pruebas asombrosas y, como la traducción es una, volvamos a ella.

En la mitología griega, Atlas era un titán castigado a sujetar los cielos por intentar hacerse con el dominio del universo.
El poeta griego Hesíodo recopiló la mitología griega en un libro (hacia el 700 a. C.), y sitúa a Atlas en el fin del mundo en el extremo occidental, cerca de las columnas de Heracles en el Atlántico. De ahí el nombre del océano también. (Según una de tantas versiones, Heracles alza las columnas para ayudar a Atlas sujetar el cielo).
 
Como la mitología griega está enraizada en la mitología Egipcia, Atlas ciertamente tiene un homólogo egipcio: el dios Shu, que también soporta los cielos… en occidente… a veces con la ayuda de columnas.
Es importante recordar que estamos traduciendo significados, no fonemas, y al identificar al homólogo de Atlas en la mitología egipcia, la esperanza es encontrar un lugar nombrado en honor de Shu, consistente con el relato de la Atlántida, que suene más familiar. El problema es que nos vamos a encontrar con más de lo esperado. Al analizar la historia de Shu, una descubre que efectivamente mucho de los elementos de la historia de la Atlántida equivalen a muchos de los elementos de la historia de Shu, lo cual no es necesariamente buena noticia si lo que se pretende es encontrar un lugar real. Os explico:

Shu era uno de los dioses primordiales de Egipto, lo que quiere decir que era unos de los dioses iniciales de la Creación. Cada centro importante tenía una variante propia de la Creación, pero en general iba algo así: Al principio no había nada más que las agua primigenias del caos (identificadas con el Océano Atlántico) de las que surgió la colina primordial (¿la Atlántida?). En esta tierra primordial, el primer dios creador Atum (el sol), buscando el orden, tuvo una sucesión de gemelos descendientes (como Poseidón) para que le ayudaran. Shu (al igual que Atlas) era el mayor y personificaba el aire, mientras que su hermana gemela, Tefnut, personificaba la humedad/agua. Juntos tuvieron un par de gemelos: Geb, la tierra, y Nut, el cielo, que se querían tanto que vivían en una especie de abrazo perenne. (Geb y Nut, a su vez, tuvieron dos pares de gemelos: Osiris e Isis, Seth y Neftis). Pero para que pudiera haber vida en la tierra, Shu (aire) tuvo que separar a Nut (el cielo) de su hermano Geb (la tierra) elevando el cuerpo de su hija hasta formar con él la bóveda celeste. En la ilustración del papiro pueden ver a Shu con los brazos en alto sujetando el cuerpo estrellado de su hija, Nut. A sus pies, se ve tumbado a su hijo, Geb, la tierra.
A veces a Shu le asistían unas columnas, las columnas de Shu y, como Atlas, soportaba a su hija, la bóveda celeste, en el oeste. Esto queda patente en el papiro de la imagen gracias al emblema del oeste que he resaltado con óvulos blancos. Este detalle es importante porque la asociación de Shu con el oeste era tan fuerte, que su pluma identificativa (que suele portar en la cabeza) fue incorporada al emblema en sí.

Pues bien, nos enfrentamos a una pregunta incómoda: ¿Es la Atlántida simplemente una versión aderezada griega de la cosmogonía Egipcia (creación del mundo)? Antes de responder, os tengo que advertir de que las cosas se ponen aún peor. Verán, aquí es donde viene a colación la creación del mundo según Timeo que antes dije era un error descartar como irrelevante a la historia de la Atlántida. La versión de la Creación según Platón, tal como la expone en el Timeo, se parece muchísimo a una versión “lógica” de la Creación egipcia. Es como si Platón hubiese tomado el relato mítico de Shu y la hubiese dividido en dos partes: una versión lógica para el Timeo, y otra mítica equivalente con fin  educativo para el Critias
De nuevo me explico con un resumen extremadamente condensado:
 
Según la versión lógica de Timeo, en el principio había una sustancia del caos (como las aguas del caos). Dios, que es bondad y busca el orden, a modo de demiurgo (artesano en griego), moldea la sustancia caótica en los cuatro elementos de la naturaleza: fuego (Atum), aire (Shu), agua (Tefnut), tierra (Geb) y el globo celestial (Nut).
Platón, como buen admirador de Pitágoras, también creía que la naturaleza se podía entender en términos matemáticos.  Por ello, adereza la Creación de Timeo con mucha geometría complicada en la que no voy a entrar aquí. Sólo os diré por ejemplo que los cuatro elementos están constituidos por triángulos diminutos, y el modo en que los elementos se relacionan según su composición geométrica es sospechosamente similar a como Shu (aire) y Tefnut (agua) se relacionan con su padre Atum (fuego).

La buena noticia es que, pese a todo, no hay lugar para el desánimo. Resulta que las correlaciones entre la Creación de Timeo, el relato mítico de Shu y la historia de la Atlántica confirmarían que Platón no se la inventó, sino que en todo caso la recibió de verdad como parte de un paquete mayor de literaratura Egipcia.

Para entender esto, os explico una coincidencia notable porque es muy importante. Los dioses Creadores egipcios son en su mayoría divinidades solares, salvo una, que se alza como la «demiurgo» por excelencia. Se trata de una mujer, la diosa Neit, que teje la Creación. También coincide en ser la fundadora y patrona  de la ciudad de Sais donde Solón oyó la historia de la Atlántida. La diosa Neit es de las divinidades más antiguas de Egipto y, como Sais era la capital del Bajo Egipto, sus símbolos (la abeja y la corona roja) fueron incorporados a la iconografía que pasó a representar el reino unificado de Egipto. Es decir, no es cualquier diosa. Pues, otra coincidencia es que su homóloga griega es nada menos que Atenea, la fundadora y patrona de Atenas, y esta conexión la destaca enfáticamente Timeo. Así, una se pregunta si la victoria de Atenas contra la Atlántida no sería asimismo una “traducción de significado” de una victoria que le corresponde realmente a Sais. Lo digo porque vuelve a coincidir que fue precisamente Egipto la que se enfrentó sola a una confederación formidable llamada los Pueblos del Mar que trajo las civilizaciones orientales del Mediterráneo a sus rodillas, dando lugar al infame Colapso de la Edad del Bronce. Egipto nos dejó una imagen icónica en uno de sus templos conocida como la Batalla del Delta, siendo el Delta donde se haya precisamente Sais. Sospecho que Solón tradujo el “significado” de más de un relato egipcio al griego.

Asimismo, es muy probable que Platón visitase Heliópolis en Egipto, que en su tiempo era a donde iban todos a educarse, como hizo Pitágoras. Heliópolis es precisamente el centro donde impera la versión de la Creación que os he contado de Atum y Shu. Mi impresión personal es que Platón se percató de las semejanzas entre el relato egipcio y el da la Atlántida, y por ello no vio sentido en conectar la “mítica” Atlántida con la muy “real” Tartessos.

Pero quizá de lo que no se percató Platón es del fondo de verdad que late en la historia de la Creación Egipcia en lo relativo al posible origen de sus antepasados “divinos” en el lejano Atlántico.

Puedo demostrarlo, así que continuemos con la traducción.

¿DE “ISLA DE ATLAS” A “ISLA DE SHU”?

En definitiva, si fue verdad que Solón obtuvo la historia de la Atlántida de sacerdotes Egipcios y adaptó el nombre a un equivalente griego, la traducción al revés más sencilla de “isla de Atlas” sería razonablemente “isla de Shu”.

Obviamente, no va a ser tan sencillo. Las traducciones nunca lo son. Por un lado, la palabra “isla” en griego conlleva alguna complicación, y luego los jeroglíficos egipcios también se los traen con convenciones especiales que hay que tener en cuenta.

El término nesos, aunque traducido generalmente como “isla”, parece tener un significado más amplio, algo más parecido a “tierra seca rodeada total o parcialmente por agua”. Consecuentemente, el término también se aplicaba a península, costa, archipiélago y más. Como os podéis imaginar, éste es uno de esos datos que se manipula convenientemente para justificar el emplazamiento de la Atlántida prácticamente en cualquier punto del planeta, incluso en medio del desierto (buscar el Ojo de Mauritania, es muy chulo).

Sin embargo, a los egipcios no les gustaba la vaguedad: Puesto que los jeroglíficos pueden tener varias funciones y significados, los escribas empleaban otros jeroglíficos como determinativos o aclaradores. Era la norma.

Naturalmente, a lo largo de los 3.000 años de historia egipcia, el nombre de Shu vino a ser representado de varios modos.
​En la ilustración de la derecha, muestro el más común y revelador. Está compuesto por cuatro jeroglíficos. Empezaremos por el principal. La pluma de Shu, que se llama shu por él, y que de por sí sería suficiente para escribir su nombre. Sin embargo, para aclarar que la pluma se refiere al dios y no a sí misma, se añade el determinativo de dios (la imagen de un dios). Por tanto, mientras que en griego Atlántida es simplemente “de Atlas”, con jeroglíficos egipcios necesariamente ha de traducirse como “del (dios) Shu”.
Pero vemos dos determinativos más que en principio funcionarían como aclaradores de sonido.

Uno es el rectángulo horizontal. Es un estanque o piscina que puede funcionar como tal cuando hace de logograma, pero también representa el sonido sh inglés cuando hace de fonograma, porque así es como se pronuncia estanque en egipcio. Finalmente, hay un pajarito, una cría de codorniz, que representa la semivocal w/u. El resultado, pensé inicialmente, es: Dios (determinativo que no se pronuncia necesariamente) + la pluma (Shu) + la codorniz (aclarador del sonido-u, no se pronuncia) + el estanque (aclarador del sonido-sh, no se pronuncia). Es decir, cuatro jeroglíficos, pero solo se pronuncia la pluma; los demás están para aclarar dudas.

Por suerte le hice caso a mi intuición de que algo no cuadraba con tanto aclarador. Hasta cierto punto, la redundancia de aclaradores de sonido no era de extrañar. Generalmente, solo se escribían las consonantes, con lo cual la codorniz aseguraba que la vocal correcta era pronunciada en relación con la pluma (no vayamos a ofender al dios). Lo que me pareció extraño fue el orden de los jeroglíficos. Las normas exigían que el jeroglífico identificativo del dios o la diosa, por razones de jerarquía, se antepusiera a los demás dentro del grupo que formaban el nombre. Entonces, ¿qué hacía el estanque, no más que un determinativo, delante de la pluma del dios?
​Resumiendo, resulta que el jeroglífico del estanque es especial. A diferencia de los otros que son imágenes en perfil, el estanque o piscina se representa a ojo de pájaro. La norma del perfil se sacrificó para asegurar que el estanque se reconocía como tal debido a su simbolismo divino. El estanque viene a representar en última estancia las aguas del caos, donde surgió la montaña primordial, y donde fueron creados los dioses iniciales. Así, esta montaña en las aguas del caos, localizada en la frontera entre el cielo y la tierra (donde Shu los separa) vino a ser conocida como La Tierra Divina o de Dios, y con el tiempo también el más allá o el paraíso. El más allá se asoció con el oeste porque es donde se pone el sol.
 
Al final, todo empieza, la Creación, y acaba, el Paraíso, en el mismo sitio.
Por consiguiente, ese rectángulo inocente nos aclara dos cosas fundamentales: Una, expande la identidad del dios, definiéndolo algo así como «Dios Shu de las aguas del oeste», y, dos, al no ser un determinativo, sino parte integrante de la identidad de Shu, ha de pronunciarse.

Tenemos de momento el equivalente egipcio de “de Atlas”: Shu.sh. Volvamos ahora a nesos. Ya comenté que era un término de significado impreciso, por lo cual es difícil saber exactamente qué accidente geográfico en concreto tradujo Solón.
​Si nos mantenemos consistentes con el tema, sabemos que los egipcios se referían al domino de Shu —la región lindante entre le tierra y el cielo, que él separaba, donde surgió el monte primordial en las aguas del oeste— como Tierra Divina. A mí, montaña + agua, (la descripción de la isla central de la Atlántida, por cierto) me parece que casa bien con nesos. Tierra Divina se representa añadiendo una bandera, determinativo de “dios” o “divino”, al jeroglífico de tierra, una especie de óvulo aplastado que viene a ser un trocito de tierra.
​Teniendo todo lo anterior en cuenta, os presento mi sugerencia para la traducción en reverso del nombre de la Atlántida al egipcio antiguo.
Vale, reconozco que a primera vista, la Atlántida en jeroglíficos egipcios no acaba de ser del todo familiar. Pero, ¿y su pronunciación (de derecha a izquierda): ta.Shu.sh? Si habéis estado prestando atención os debería sonar muy familiar, como Tarshish, ¿no os parece?

A mí me parece que vamos por buen camino, pero asegurémonos de ello.

DE EGIPCIO A FENICIO

​Se piensa que el alfabeto que utilizamos hoy fue la idea genial de los fenicios (Cananeos del actual Líbano). En torno al siglo XI a. C., durante el colapso del Bronce, los cananeos se aprovecharon del vacío competitivo en el Mediterráneo y prosperaron como navegantes supremos, desarrollando una red comercial que abarcaría el mar entero, empezando con la fundación de Gadir (Gadeira) justo al otro lado. (Yo tengo otra teoría sobre todo ésto que ya os contaré en otra entrada de blog).
 
Para controlar mejor el volumen elevado de transacciones comerciales, cogieron los jeroglíficos egipcios y los simplificaron hasta inventar el alfabeto.
​Así, mientras los egipcios se recuperaban del ataque de los Pueblos del Mar, los griegos se marchitaban en el olvido, y la región mesopotámica andaba liada con sus conflictos internos, los fenicios se aventuraron al fin del mundo para acabar acomodándose en la “Tierra Divina de Shu”. Canaán estuvo ocupada por Egipto cientos de años. Los fenicios conocían bien su mitología, y escribirían Ta.Shu.sh empleando su alfabeto nuevo y reluciente del siguiente modo:

  • Tierra (ta): Los fenicio representaron ta con la letra X.
  • La bandera se convirtió en la letra R.
  • Shu + estanque: Los fenicios tampoco usaban vocales, así solo el sonido sh de la pluma y del estanque se transferirían a la letra W.
 
El resultado (de derecha a izquierda) es: ta.r.sh.sh, pronunciado: Tarshish. ¡Bingo!
​Para demostrar que no me lo estoy inventando, lo que es realmente notable (y conveniente para mi) es que pese a haber supuestamente inventado el alfabeto, a los fenicios no les dio mucho por escribir y, sin embargo uno de los pocos escritos fenicios que han sobrevivido, contiene precisamente el topónimo Tarshish
 
Hallada en Cerdeña, la Estela de Nora ha sido datada entre los siglos IX y VIII a. C. La primera línea de arriba, enmarcada con un rectángulo  blanco, contiene nuestras cuatro letras fenicias. Es aún muy debatido lo que dice el texto completo, pero parece celebrar la construcción de un templo, ya sea por razones fundacionales o militares, por alguien procedente de Tarshish.
 
Este apelativo, que en castellano traducimos como Tarsis, aparece asimismo varias veces en el Viejo Testamento en relación con Tiro, la capital fenicia. Por ejemplo, cuando habla de los “barcos de Tarsis” que traían entre otras mercancías oro y plata al Rey Salomón.
También aparece en una tableta asiria datada de siglo VII a. C. en la cual Asarhaddón presume de triunfar sobre los egipcios y los fenicios por el dominio del Mediterráneo:

“Todos los reyes de la tierras rodeadas por agua —desde Chipre y Jonia, y tan lejos como Tarshish, se rinden a mis pies.”

Pero no hemos terminado aún. Nos queda vincular Tarshish con Tartessos. Para evitar hacer esta entrega más larga de lo que ya es, acordemos (lo pueden consultar Uds. mismos) que pese a mucho debate, la mayoría de los expertos coinciden en considerarlos el mismo lugar. En lo que no se ponen de acuerdo es qué término surgió primero. En archivos históricos no hay duda de que Tarshish aparece primero (la Estela de Nora), con lo cual Tartessos se podría entender como la adaptación griega de Tarshish. Después de todo, los griegos también adoptaron el alfabeto fenicio. Fue así como volvieron a las letras. Sin embargo, como era de esperar, no está el tema tan claro.
​El término Tartessos contiene el sufijo “-ssos” que se empleaba antes de la Edad Oscura griega; posiblemente de origen anatolio (Turco). Esto quiere decir que Tartessos es un apelativo anterior a la fundación fenicia de Cádiz.
 
Realmente, da igual. Hay suficiente evidencia de que los minoicos, micénicos y anatolios comerciaban con la península ibérica a la vez que lo hacían con Egipto. Así, tanto Tartessos como Tarshish pudieron venir del mismo lugar: Ta.Shu.sh.
Pues ahí lo tenéis, misión cumplida. Tenemos traducción: la Atlántida es Ta.Shu.sh/Tarshish/Tartessos. Aunque el problema que tenemos ahora es que la traducción en sí no demuestra necesariamente que la Atlántida fuese un lugar real. Marineros conocedores de la mitología Egipcia podían haber nombrado la región atlántica de la península ibérica en honor de la Tierra Divina egipcia por coincidir en rasgos y ubicación… salvo que yo pueda demostrar que esta región fue realmente la tierra de los antepasados atlánticos de los Egipcios, con anillos concéntricos incluidos.

Aquí es donde viene a colación mi segunda evidencia cuan letrero “Bienvenidos a la Atlántida”. Se trata de una cueva localizada en el Estrecho de Gibraltar repleta de arte rupestre que yo identifico como iconografía y jeroglíficos Egipcios, pero datados cientos de años antes de que existiera Egipto.

Ahora es cuando empieza la verdadera aventura en busca de la Atlántida, y os lo cuento en la segunda parte de La Atlántida perdida en la traducción.
]]>
<![CDATA[La Mesa de Salomón Descifrada (Parte 2ª)]]>Mon, 29 Oct 2018 17:48:57 GMThttp://victoriacaro.com/bloges/la-mesa-de-salomon-descifrada-parte-2
En la Parte 1ª resolvimos el primer componente del misterio de la Mesa de Salomón: la Mesa en sí. Descubrimos sus raíces egipcias y desciframos su más sagrado secreto.

Ahora procedamos a resolver su segundo componente: Salomón. Desde el punto de vista histórico y arqueológico, no hay evidencia de que el Rey Salomón existiese y, tras lo revelado en la primera parte, tampoco pareciese que su figura fuese necesaria para explicar la mesa. Pero a mí los enigmas me fascinan y el Rey Sabio es de los más célebres e intrigantes. Además, yo no habría resuelto el misterio de la mesa de no prestar atención a todos los detalles, máxime cuando alguno no me cuadra. 

La leyenda de la Mesa de Salomón surge de la cábala judía, la cual a su vez nace de la cábala egipcia. Sabiendo que la mesa y su secreto son elementos esotéricos eminentemente egipcios, ¿nos vamos a conformar con concluir que sabios judíos un buen día se la apropiaron para asociarla aleatoriamente a su rey más glorioso? No me cuadra. Para que esta asociación cabalística entre la mesa y Salomón tenga sentido, Salomón, o el personaje en que se inspiró, tuvo que ser necesariamente egipcio también. Es decir, que para mí tiene más sentido que los sabios judíos adoptaron el paquete completo… Al menos esa era mi lógica cuando me puse a investigar. Lo que no me esperaba era encontrar a un rey de carne y hueso que reinó sobre Jerusalén de verdad, construyó en Jerusalén un templo de verdad, en el cual había una mesa de verdad.

¿Cómo puede ser que yo halle un monarca de carne y hueso cuando no hay evidencia de ninguno? En cuanto os revele los detalles os vais a quedar boquiabiertos. Así que vayamos a ello.

Para solucionar su enigma hay que atacarlo desde dos frentes temporales distintos. Empezaremos por el encuadre histórico en el cual supuestamente vivió y reinó Salomón, el siglo X a. de C., y acabaremos con el encuadre histórico en el cual su historia quedó escrita y aderezada, el siglo VI a. C. 

El SIGLO X A. C. – UN PERIODO OSCURO Y MISTERIOSO

Insisto, no hay evidencia escrita -fuera del Viejo Testamento- ni arqueológica que avale la existencia de Salomón, ya sea directa o indirectamente, por asociación, o en referencias de imperios vecinos. Nada. Zero. Punto. Ello implica que, más allá de la persona del rey, su inmenso imperio lleno de riquezas brilla por su ausencia literalmente. Hoy por hoy, el consenso generalizado es que en el siglo X a. C. Jerusalén era una aldea sencilla y Judá una región de poblados dispersos ocupado en su mayor parte por pastores nómadas.

​Sin embargo, esto no ha de disuadirnos porque tampoco hay evidencias en contra, y lo más fascinante del asunto es que este vacío informativo no afecta solo a Canaán, sino que abarca el oriente próximo, la región del Egeo, el Cáucaso, los Balcanes y el Mediterráneo Oriental, y ello como consecuencia a su vez de otro misterio insondable: El colapso unísono entre el 1.200 y 1.150 a. C. de todas las grandes civilizaciones de la época. Ciudades enteras quedaron arrasadas y sus prósperas culturas desintegradas hasta casi volver al analfabetismo. De ahí la falta de información que tiene a expertos perplejos. No exagero. En Grecia, por ejemplo, tras el colapso Minoico-Micénico, no volvería a aparecer la escritura hasta el 800 a. de C. En cuanto al Imperio Egipcio, aunque pudo sobrevivir la crisis, quedó tan debilitado que perdió su control casi milenario sobre Canaán. 
​¿Qué produjo tal devastación y regresión cultural? No se sabe a ciencia cierta. Se sospecha una combinación desafortunada de cambios climáticos y desastres naturales que provocaron grandes migraciones. Pero sobre todo, y a falta de misterios, parece deberse al azote de una enigmática confederación de pueblos llamados los Pueblos del Mar. De origen incierto, lo poco que se sabe sobre ellos nos llega a través de la única superviviente, Egipto…
Y en este punto es donde yo me pongo a salivar porque empiezan a aparecer las claves que me enderezan en dirección al éxito.

LA ESTELA DE MERNEPTAH

​Los incógnitos Pueblos del Mar empezaron a atacar Egipto durante el reinado de Ramsés II (1279 a. C. - 1213 a. C.) y volvieron a atacar estando su hijo, el faraón Merneptah, en el trono (1213 a. C. - 1203 a. C.). Éste consiguió vencerles según presume en cuatro inscripciones: la Gran inscripción de Karnak, el Obelisco de El Cairo, la Estela de Atribis y, en la estela que nos interesa, la archifamosa Estela de Merneptah. 

​Su importancia consiste en que en ella se encuentra la más antigua referencia extra-bíblica a un pueblo nómada (no nación) llamado Israel (aunque son varios los críticos que leen Jezreel, una ciudad y valle del norte de la actual Israel).
 

La Estela celebra la victoria del faraón sobre los Pueblos del Mar, pero inserta al final algo que en principio no debería tener nada que ver: el éxito de otra campaña militar en la región de Canaán un par de años antes. 
Algunas voces piensan que este pasaje final no debería interpretarse como el éxito de una campaña militar de Merneptah en Canaán, sino como un canto a la paz traída a la zona de Canaán tras el azote de los Pueblos del Mar gracias a la victoria del faraón contra ellos. Canaán era provincia Egipcia y caía bajo su velo.

Esto está muy bien, ¿pero qué tiene que ver con Salomón? Bastante. La influencia egipcia sobre Canaán era milenaria, pero concretamente en el período inmediatamente al colapso informativo, Canaán era provincia de Egipto. Por ello, la presencia de los faraones Ramsés II y Merneptah es de las más impactantes en la zona, lo que hace pensar que contribuyeron de modo instrumental a inspirar la narrativa de la historia israelita.

Si recordáis, Ramsés II es el mismo faraón que, además de llevar “moises” en su nombre, es el que tenía una tienda de campaña con trono portátil para sus batallas de Canaán iguales al tabernáculo y el Arca de la Alianza como se aprecia en sus inscripciones de Karnak (ver ilustración de la parte 1ª). Esto y otros detalles hacen sospechar que pudiera ser el faraón asociado al Éxodo. Asimismo, son muchos los paralelismos interesantes entre las batallas de Ramsés II en Canaán con las de Josué en su conquista de la Tierra Prometida, Arca de la Alianza incluida.

Luego, el hecho de que sea precisamente su hijo, Merneptah, el que menciona al pueblo “nómada” israelita, cuan pueblo bíblico que deambula durante 40 años, no hace más que reforzar la hipótesis anterior.

Hasta aquí os he contado lo que ya se sabe o sospecha. Ahora pasamos a lo que yo he elucubrado y sospecho.

Me imagino que habéis prestado atención al nombre de Merneptah sabiendo como ya expliqué la importancia de los nombres en la esotérica judía-egipcia. Mientras que en el del padre se encuentra el nombre Moisés, en el del hijo se encuentra el nombre secreto de dios, Ptah. Bueno, pues este detalle, en apariencia una tontería, pero considerando lo anterior, hizo que tuviera la curiosidad de indagar un poco más sobre Merneptah… ¡y qué acierto fue! 

Averigüé que su nombre de nacimiento completo es Merneptah Hotep-Her-Maat. Es decir, que además del nombre secreto de Dios, Ptah, en su nombre también aparece la mesa, Hotep, aunque esto ni siquiera es lo más interesante. Cuando vi la traducción de su nombre completo, Querido por Ptah, Pacificador, pensé: ¡Anda, igual que Salomón! 
Efectivamente. ¿Sabían que Salomón tenía dos nombres también? Según 2 Samuel 12:25, el profeta Natán le puso el de Jedidiah que significa Querido por el Señor. Y ya sabemos que los judíos emplean Señor en lugar del nombre de Dios porque tienen prohibido pronunciarlo.

¿Y qué significa Salomón? Nada menos que Pacífico. Según el Viejo Testamento, Dios le escoge para rey porque sus manos están limpias de sangre, contribuyendo a que su reinado sea el más pacífico y próspero de Israel… ¿Cómo la paz que trajo Merneptah?

Lógicamente, tras esta interesante coincidencia, seguí indagando.

Merneptah era el decimotercer hijo de Ramsés II y lo tuvo con su segunda esposa. Y volví a pensar, ¡anda, casi igual que Salomón!, pues el Rey Sabio fue el décimo de David y también de la segunda esposa, y en ambos casos, a pesar de tener a tantísimos hermanos por delante, los dos sucedieron a sus poderosos padres en el trono. 

Vale, de momento tenemos dos coincidencias interesantes que por otra parte son bastante normales para la época, pero lo que nos va revelando es lo que se parece la figura del monarca Israelita a la de un faraón. Recordemos además que a Salomón se le estima rey de un rico y poderoso Reino Unificado. Pues coincide que Egipto era efectivamente un imperio rico y poderoso que se caracterizaba por ser el Reino Unificado por antonomasia (la suma del Egipto Alto y el Egipto Bajo). Y si esto no fuese suficiente, hay un detalle en la Biblia que nos lo deja claro:

“Salomón se emparentó con el Faraón, rey de Egipto: tomó la hija del Faraón, y la llevó a la ciudad de David, hasta que terminó de construir su propia casa, la Casa del Señor, y el muro en torno a Jerusalén.” -1 Reyes 1, 3:1

De las 700 mujeres que supuestamente tuvo Salomón, a la única que se menciona, y no por su nombre (dato importante), es la “hija del faraón”. Esta es una clave descarada donde las haya porque era imposible que Salomón, un rey extranjero, se casase con la hija de un faraón. En Egipto jamás dejaron a las “hijas del faraón” casarse con nadie fuera de la familia, cuanto menos con extranjeros, pues ellas eran las que transmitían la legitimidad del trono. Por consiguiente, para que el reinado de un faraón fuese legítimo, debía casarse necesariamente con la “hija del faraón”. Con ello se aseguraban que el trono quedaba siempre dentro de la familia y en manos egipcias, explicando de paso por qué los faraones se casaban con hermanas. 

Pues bien, si en este pasaje sustituimos a Salomón por Merneptah y a David por Ramsés, leemos una realidad histórica: Efectivamente, Merneptah, como buen faraón, se casó con la “hija del faraón”, es decir, su hermana. La llevó a la Ciudad de su padre, Pi-Ramsés, hasta que terminó de construir su propio palacio en Menfis junto al Templo de Ptah (el que, si recordáis, le da nombre a Egipto).

Y ya para rematar, una coincidencia más: A la muerte de Merneptah se produjo una lucha por el poder entre dos de sus hijos resultando en la ruptura, aunque temporal, del Reino Unido de Egipto… es decir, ¡anda, igual que pasó tras la muerte de Salomón! Israel quedaría dividida en Samaria o Reino de Israel al norte y Judá al sur.

¿Pudo Merneptah ser la inspiración histórica en la que se basó la figura del Rey Salomón? No. Yo me atrevo a ir un paso más allá. Voy aportar evidencias que sugieren que Merneptah era Salomón. 

¿QUÉ HACE UN TEMPLO EGIPCIO EN JERUSALEN? 

Entre los siglos XV y XII a. C., cuando Canaán era provincia Egipcia, abarcaba Siria, Líbano, Jordania y lo que hoy conocemos como Israel, es decir, expansión casi equivalente a la que ocupaba el Reino Unificado de Israel, según la Biblia. Para controlar el área y recolectar tributos, Egipto erigió en ella centros administrativos y guarniciones con sus residencias y templos correspondientes. Por ejemplo, unos marfiles del siglo XIII a. C. hallados en Megido hablan del “Ptah de Ascalón” (ciudad de Canaán también mencionada en la Estela de Merneptah) dando a ver que hubo un templo o capilla en ella dedicada a Ptah.

Y aquí viene la primera sorpresa. Investigando, investigando, descubrí que justamente en Jerusalén también hay restos arqueológicos de un templo egipcio datado al siglo XIII a. C., gracias a un artículo titulado en inglés ¿Qué hace un Templo Egipcio en Jerusalén? del prestigioso arqueólogo Gabriel Barkay.  

Según nos cuenta Barkay, el templo fue descubierto en 1882 por el Dominico Pere M. J. Lagrange, quien a su vez narra el hallazgo en su obra Saint Etienne et son sanctuaire a Jerusalem. Entre los restos encontró una estela funeraria con 17 jeroglíficos, un par de capiteles típicos egipcios decorados con flor de loto, los restos de lo que parece una mesa de ofrendas (ay, ay, ay, ¡¿la verdadera mesa de Salomón?!) y no sé qué más. Desafortunadamente, nadie le dio mucha importancia al descubrimiento, con lo cual cubrieron los restos y construyeron encima El Ecole Biblique et Archeologique Francaise y el Monasterio Dominico de Saint Etienne.

Gabriel Barkay, tras leer este documento, tuvo el acierto de recuperar algunos de los artefactos mencionados y otros como vasijas y más fragmentos con jeroglíficos. Desde entonces, expertos como Peter van der Veen, han continuado recuperando restos egipcios del siglo XIII a. C. desperdigados por sótanos de museos y colecciones privadas. Entre ellos quiero destacar dos que nos vienen al dedillo:
  1. Una estatua de granito rojo estimada una reina egipcia del periodo de Merneptah. ¿La “hija del faraón”?
  2. Una estatua sedente sin cabeza que Barkay piensa es Ptah. ¿Pudo el Templo estar dedicado a Ptah?
Es decir, que la presencia egipcia era más importante en Jerusalén de lo que se piensa. Pero, esto no es suficiente. Para que mi hipótesis se sostenga mínimamente, necesito evidencia directa de que fue Merneptah, y no otro faraón del siglo XIII, el que dejó huella en Jerusalén.

Barkay me dio la solución en bandeja. En su artículo, entre los ejemplos que cita de la presencia egipcia en Jerusalén, hace alusión a un párrafo de la Biblia, Josué 15:9, en el cual se menciona la Fuente de Neftoa. En castellano este nombre no se parece en nada a Merneptah, pero según los expertos (ej. Wilson 1969, p.258) su transliteración hebrea es Me-nephtoah, es decir, la Fuente de Merneptah, un puesto de control egipcio mencionado también en documentos extra-bíblicos como el papiro egipcio de Anastasi III. ¡Bingo!

Qué maravilla descubrir que efectivamente hubo un monarca de carne y hueso, que regía sobre un Reino Unificado rico y poderoso, que estaba casado con la hija del faraón, y que muy posiblemente fuese el artífice de la construcción de un templo en Jerusalén, mesa incluída. 

Es cierto que Merneptah vivó 200 años antes que Salomón. Pero también es cierto que las fechas atribuidas a Salomón son resultado de un cálculo (pues la Biblia no lo especifica) a partir de otras fechas mencionadas en la biblia, sin documento histórico independiente que lo apoye.

¿Misterio resuelto? Aún no. Nos queda un último cabo suelto por atar… ¿Cómo nació la leyenda del Rey Sabio Judío?

EL SIGLO VI – EL PRIMER LIBRO DE LOS REYES Y LA UTOPIA DEL REY SABIO

Todo lo que sabemos sobre Salomón nos viene de una sola-única-exclusiva fuente: el Viejo Testamento, concretamente, los capítulos 1 al 11 del Primer Libro de los Reyes. En él, a su vez, el autor cita como fuente un texto desaparecido llamado los Anales (crónicas de los reyes) de Salomón (1 Reyes 11:41).

Los sabios judíos adjudican la autoría del Libro de los Reyes al profeta Jeremías, sobre el cual voy a destacar dos detalles importantísimos:

  1. Jeremías vivió en Jerusalén a finales del siglo VII a. C. durante el reinado de Josías y era su profeta de confianza. Coincide que éste es el rey que encuentra unos documentos históricos en el Templo de Jerusalén durante unas obras con los que compone el Deuteronomio, libro de la Biblia del que forma parte la historia de Salomón. Si el Templo de Salomón es en realidad el de Merneptah, tendría sentido que entre los documentos se hallaran los Anales de Merneptah traducidos como los Anales de Salomón.
  2. Jeremías también vivió la caída de Jerusalén –y destrucción del Templo- a manos de Babilonia en el año 586 a. C. Curiosamente, a diferencia del resto de los profetas y rabinos judíos que fueron exiliados a Babilonia, ¿adivinar dónde fue a parar Jeremías?… Egipto. 

La verdad es que no hay evidencia directa de que Josías ni Jeremías existiesen, pero detalles históricos relacionados con sus vidas parecen indicar que es muy posible que sí. En cualquier caso, fuese quien fuese el autor del Libro de los Reyes, el consenso es que el texto efectivamente pertenece en su mayor parte al siglo 6 a. C., con elementos claros del Deuteronomio.

Con lo cual, y hasta que la arqueología lo confirme o desmienta, una se puede imaginar a Jeremías, exiliado en tierras lejanas, doliente de un hogar arrasado y perdido, apretando contra su pecho lo único que le queda de su ciudad, los documentos históricos confiados a él. Afanado por dejar constancia de la historia quizá idealizada de su pueblo, traduce los Anales de Merneptah al hebreo, nombre y todo. Luego, cuando la traducción es incorporada a la recopilación bíblica de Babilonia (donde se compuso el Viejo Testamento más o menos como lo conocemos hoy), se adereza la memoria del antaño rey, por eso de no ser menos, con los ideales del rey sabio imperantes precisamente en Babilonia.  

Así nace la leyenda de un rey muy real: Salomón.

]]>
<![CDATA[La Mesa de Salomón Descifrada (Parte 1ª)]]>Mon, 04 Dec 2017 18:53:45 GMThttp://victoriacaro.com/bloges/la-mesa-de-salomon-descifrada-parte-1
Es incuestionable el atractivo proverbial del Rey Salomón. Sus enormes riquezas, su poderoso imperio y su atractivo entre las mujeres son atributos sin duda irresistibles. Pero es su extraordinaria sabiduría, concedida por el Todopoderoso, la que le convierte en el protagonista de todo enigma esotérico y masónico que valga su peso en misterio. Si además añadimos que se le adjudica ser el autor de varios textos sagrados, encarnar un juez sublime, y construir la primera casa de Dios cuan joyero de fabulosas reliquias mágicas, la épica está servida. 

Con tal currículo pareciese un desacierto por mi parte centrar mi entrada de hoy en un humilde mueble, una mesa de ofrendas que el Rey Sabio encargó construir para el primer templo de Jerusalén. El caso es que la mística de esta reliquia, desconocida en el extranjero, esconde un secreto de sabor exclusivamente español gracias a la convergencia de los cabalistas judíos e historiadores musulmanes en tierras hispanas durante sus respectivas edades de oro. 

Según cuentan los primeros, Salomón hizo grabar el nombre secreto de Dios en la mesa en forma de un jeroglífico, entendiéndose éste en su acepción de escritura sagrada. Y lo hizo codificado porque el conocimiento del nombre divino da acceso al poder divino.

Hoy en España, la Mesa de Salomón está de moda, y son muchos los cazadores de tesoros los la buscan en Toledo o Jaén. Yo me topé con la leyenda indagando para mi novela Las Apósteles de María. Me despertó tal curiosidad que me propuse averiguar si había algún fundamento racional e histórico. Para mi sorpresa, lo había. 

Es cierto, por increíble que parezca, el jeroglífico sagrado de la fabulosa mesa existe, y yo lo he encontrado y descifrado. Os lo cuento aquí… ¡Es realmente fascinante! 

ACLAREMOS PRIMERO ALGÚN MALENTENDIDO 

La narrativa relacionada con la búsqueda de la mesa en España se justifica por un acontecimiento histórico que ocurrió mil años después de su presunta fabricación, cuando en el año 70 d. C., el que más tarde sería emperador romano, el General Tito saquea el Templo de Jerusalén y se la lleva a Roma como parte del espolio. 
​A partir de aquí se le sigue el rastro a manos de los Visigodos hasta Toledo donde cogen la batuta los historiadores musulmanes. Éstos nos cuentan que Musa y Tariq, los conquistadores de la península, conocedores de su inmensa riqueza, tienen entre sus objetivos apoderarse de la mesa cuando invaden España. Parece ser que Tariq la encuentra primero, pero las voces discrepan en cuanto a su suerte final. Las hay que dicen que acabó en Damasco; otras aducen que desapareció en Jaén camino de Damasco, y luego hay un grupo misceláneo que la localizan en los lugares más dispares y variopintos del resto de España.
El problema es que cuando se trata el fascinante tema se suele obviar un detallito importante. La Mesa de Salomón de la que se apoderó Tito, ni era de Salomón, ni la encontró en el Templo de Salomón. Éste, el primer templo, fue saqueado repetidamente y luego destruido por Nabucodonosor II en el año 587 a. C. El templo que desvalijó Tito fue el segundo construido por Zorobabel en el 515 a. C., aunque es más conocido como el Templo de Herodes, al ser este rey el que lo reconstruye y amplía.

Pese al empeño de argumentar -sin evidencias- que la mesa original pudo esconderse de los pillajes durante mil años hasta caer en manos de Tito, es más posible (con las reservas oportunas) que el comandante romano se hiciese con la mesa referenciada en las Cartas de Aristeas del siglo III a. C. En ellas se constata que el faraón Ptolomeo II ordenó construir una mesa idéntica en opulencia a la de Salomón para donarla al Templo de Zorobabel en sustitución de la original. 

LA VERDADERA MESA DE SALOMÓN

Sin desmerecer el valor histórico y material de la mesa que llegase a Toledo, la que me interesa a mí es la original, la que encargó construir el Rey Sabio para su fabuloso templo, y en la cual hizo grabar el nombre secreto de Dios.

Claro que ahora nos hallamos ante otro problema. Dejando a un lado lo inverosímil que pueda parecer tener acceso al infinito poder-todopoderoso del Creador del universo, nos hallamos ante otro detallito importante que no podemos obviar tampoco: Hoy por hoy, no hay ni una sola evidencia de que Salomón existiera. Ni un sello o guijarro con su nombre. Ni una mención de soslayo en los registros arqueológicos de los vecinos colindantes. Éstos, versados en la escritura y dados a dejar sus relaciones internacionales escritas detalladamente, no lo mencionan a él, ni a su imperio. ¡Nada de nada!

Entonces, ¿cómo encontré y descifré su jeroglífico? Haciendo lo que hace todo buen investigador: desgrané el mito buscando cualquier ápice de verdad histórica y así, investigando, investigando, cosa que disfruto enormemente, ¡la encontré!   

LA PUNTA DEL HILO: MOISÉS

Empecemos por Moisés. ¿Por qué? Pues porque, según la Biblia, concretamente el Éxodo, fue Moisés quien construyó la primera mesa junto al resto de las reliquias del Tabernáculo que luego replicaría Salomón para su templo. Además -detalle importante- fue a él a quien Dios le reveló su nombre, Así, pues, parece buen lugar para empezar a buscar.

El desafío es considerable. Al igual que Salomón, de Moisés tampoco hay evidencia alguna de que existiese. Lo único que se sabe con certeza, es que su nombre “Moisés” existió y etimológicamente es egipcio. Significa: “nacido o hijo de…”. Es más, era enormemente común entre los faraones quienes lo empleaban siempre antepuesto por el nombre de un dios como es el caso, por mencionar un ejemplo, el de Ramsés (Hijo de Ra).
Efectivamente, el Éxodo nos cuenta que Moisés nació en Egipto de padres hebreos. Para salvarle de una matanza, la madre lo mete en una cesta que deposita en un rio. Las aguas le harán llegar a las manos de una princesa egipcia quien decide criarlo en palacio. 
En hebreo, el Éxodo se conoce como Shemot que significa “Nombres”
Así pues, en nuestra búsqueda de la mesa, Moisés, o mejor dicho su nombre, nos apunta hacia Egipto. Tendremos éxito enseguida, pues sin mucho esfuerzo descubriremos que el nombre no es lo único que comparte Moisés con los faraones. Más bien lo comparte todo. El Éxodo es un relato que parece haber tomado prestado muchos de los elementos de la narrativa faraónica. No voy a entrar en todas las correlaciones porque de ello hay ensayos enteros escritos, ni es el interés de esta entrada. Pero sí les muestro a continuación un ejemplo interesante, y que viene al dedillo. 

EL  TABERNÁCULO

Moisés, a modo de un faraón nómada, reúne en sí las funciones de líder moral, legislador y espiritual de su pueblo, y es escogido por (nacido de…) Dios para hacer de intermediario. Para ello, ha de construir un templo (primera obligación de todo faraón), en su caso portátil, el Tabernáculo, donde Dios pueda residir entre su pueblo. 
​​​Las particularidades de este santuario no tienen nada de especial. Desde Egipto a Mesopotamia y más allá, los templos, todos, se consideraban la residencia del dios correspondiente y se diseñaban con zona santa y otra más santa o santísima. Asimismo, al igual que el Tabernáculo, la mayoría de los templos disponían de arcas o capillas portátiles (para pasear a la deidad en las procesiones anuales), de mesas para las ofrendas, de incienso para los rituales y de lámparas para ver, ya que las zonas sacrosantas por su naturaleza no tenían ventanas. 
​Afinando un poco más, en Egipto la residencia portátil del faraón en el campo de batalla consistía en una tienda de campaña con planta semejante a la de un templo al hacer las veces de uno, y se representaba como tal en los relieves con afán de endiosar al faraón.  
Fíjense en la imagen de la izquierda. Muestra un segmento del campamento de Ramsés durante la Batalla de Qadesh. El recorte se centra en la tienda del faraón en la que se ve su trono representado por el cartucho de Ramsés y flanqueado a ambos lados por las alas extendidas del dios Horus (a quien los faraones representaban en la Tierra). El parecido de esta iconografía con el Arca de la Alianza a la derecha es incuestionable. El arca, según la Biblia, hacía las veces de cofre para las Tablas de la Ley, así como de trono para la presencia de Dios. El trono estaba constituido por dos querubines en la tapa, cuyas alas se extendían hacia el centro.

Para finalizar, a continuación muestro una capilla portátil y un cofre, ambos egipcios, comparables también en propósito y estilo al Arca de la Alianza. 

​Ahora vayamos a lo que nos interesa…

LA MESA DE LOS PANES DE LA PRESENCIA

Una mesa de ofrendas tampoco tiene nada de particular. Es lo que es, una mesa donde depositar las ofrendas que se hacen en el templo al dios correspondiente. En el caso de los hebreos, la mesa que le mandó Dios construir a Moisés se llama la mesa de los panes de la presencia. En ella había de colocarse doce panes (en dos pilas de seis) representativos de las doce tribus de Israel como ofrenda a la presencia de Dios. 
 
La pregunta que cabe hacerse entonces es, ¿por qué escogería Salomón un mueble en principio rudimentario para grabar algo tan preciado como la llave que da acceso a un poder infinito?

Para entenderlo tenemos que volver a Egipto donde la mesa adquiere su simbolismo trascendental y destacado.

Tengan presente que la antigua civilización egipcia tuvo una historia “escrita” de más de tres mil años con todos su cambios, altibajos y evolución. El resumen que ofrezco a continuación sobre su religión es tan puntual que resulta casi grotesco, pero necesario en aras de la brevedad.
​En tierras del Nilo hace 5.000 años los poblados vivían más o menos aislados, cada uno con sus tradiciones y dioses propios. Con afán de aunarlos bajo un mismo reino sin fisuras, se acomodaron todos los dioses en un panteón general. Aun así, era inevitable que el dios o la diosa de la ciudad predominante en cada momento, adquiriese protagonismo sobre los demás.

La ciudad de Menfis (a unos 20 km del Cairo) fue la primera capital del Egipto unificado y permaneció importante como centro comercial y artesanal a lo largo de los tres milenios. Por ello su dios patrón Ptah se alzó y permaneció como uno de los más sobresalientes.
 
Según la teología menfita, en el principio solo había caos. De entre ese caos surge el dios creador Ptah quien en su corazón piensa la creación y con su boca la hace realidad empleando la Palabra Divina. La creación es así orden y armonía en oposición al caos.
 
Consecuentemente, la primera y más importante función del faraón, como intermediario, es ser el custodio de ese orden universal. Y para conservarlo, se le encomienda edificar moradas terrenales a los dioses donde se les adora y satisface simbólicamente con ofrendas. 
 
El protagonismo de Ptah fue tal, que el nombre helenizado de su templo Hut-ka-Ptah (Templo de la presencia de Ptah) es el que dio nombre a Egipto.
Ptah, por ser el Creador, era el dios patrón de los constructores y artesanos, y por tanto lo habría sido de los esclavos hebreos.
En cuanto a las ofrendas, éstas eran variadas, desde carne y cerveza a frutos y vino. Pero la versión más sencilla, antigua y, en última estancia simbólica era un pan sobre una esterilla, porque en sus albores se depositaba el pan sobre una esterilla a los pies del dios. Así surgió su jeroglífico, htp, pronunciado hotep. (En la escritura egipcia, al igual que en la hebrea, las vocales no se escribían.) La mesa de las ofrendas se podía representar tal cual, solo con su imagen o ideograma o, por razones gramaticales y de estética, se le hacía acompañar por los jeroglíficos de sus fonemas t y p. Coincide, o quizá sea una consecuencia lógica, que el fonema t se representaba precisamente con un pan y la p con una esterilla. El resultado es un jeroglífico redundante.
Incluso cuando con el tiempo la esterilla se reemplazó por una mesa elaborada en piedra, simbólicamente, se seguía representando como una esterilla, a veces elevada a modo de altar. En su parte superior se grababa la imagen del pan y otras ofrendas.
Escogí para mostraros la imagen de la izquierda por la coincidencia de que en ella organizaran doce panes en dos grupo de seis a semejanza de la mesa judía.

Su valor simbólico como apaciguador de los dioses resultó en que hotep deviniera a significar también “estar satisfecho”, “estar en paz” o simplemente “paz”. Y con tal acepción se incorporó a los nombres de los faraones y altos cargos como es el caso por ejemplo de Amenhotep (Amón está satisfecho) o Imhotep (el que viene en paz).

En definitiva, se constata que las mesas no eran simples muebles utilitarios, sino elementos sagrados de gran valor simbólico sobre las que, efectivamente, se gravaban imágenes a su vez también altamente simbólicas. La leyenda de la Mesa de Salomón, de momento, se sostiene.

Vale, todo eso está muy bien, pero, ¿existió o no su mesa y qué es eso del nombre secreto de Dios?

El SHEM-SHEMAFORASH 

Para entender el nombre secreto de Dios, nos vamos a adentrar en el mundo de la cábala judía, donde nace precisamente la leyenda de la Mesa de Salomón.

Según la tradición judía, el hebreo es un idioma sagrado cuyas palabras ostentan la esencia del concepto que representan. Ello es debido a que Dios creó el mundo empleando el Verbo Divino. (¿Os suena familiar?) Es decir, Dios dijo: “Hágase la Luz”, y por contener la palabra “luz” su energía vital, la luz se hizo. Los mortales no tenemos tal poder… salvo, parece ser, que nos lo propongamos adquirirlo a través del estudio. Los sabios de la cábala se pasan la vida estudiando el Torá al creer que el conocimiento más íntimo de sus palabras sagradas lleva al más alto nivel del conocimiento esotérico, con todo lo que ello conlleva. El proceso iluminador consiste en ascender por cuatro niveles en los que se interpreta la palabra literalmente, metafóricamente, en combinación con otras e incluso alterando el orden de sus letras, así hasta alcanzar su comprensión más oculta o esotérica.

El gran dilema es que si este poder está al alcance de cualquier sabio dedicado, una persona indeseable con la misma entrega tendrían acceso a la esencia y poder de Dios con tan solo conocer su nombre. Se decidió por eso limitar su conocimiento únicamente al sumo sacerdote y su segundo. Salomón era el sumo sacerdote del primer templo. 

Los egipcios creían lo mismo. Es más, tenían tanto miedo a que un enemigo hiciera magia -a modo de vudú- con su nombre, que lo mantenían en secreto y solo lo revelavan en muerte para ser reconocidos por los dioses. Asimismo, los egipcios también creían que su escritura era sagrada, y es la razón de que los griegos la denominaran “jeroglíficos”, que en griego significa, pues eso, escritura sagrada. Luego con el tiempo, la palabra “jeroglífico” devino a significar “idea esotérica, misteriosa, oculta” (quizá porque se les olvidó cómo interpretarlos), y es con ésta acepción que la emplean los cabalistas (aunque aplicado al hebreo) para describir el modo en el que Salomón grabó el nombre de Dios en la mesa.

En palabras del historiador Juan Eslava Galán:
“Salomón lo confía a una forma jeroglífica de alfabeto sagrado que, aunque evita la escritura del nombre, contiene las pistas necesarias para su deducción."
Agárrense que nos aproximamos al momento eureka. Fue más o menos en este punto cuando se me ocurrió una tontería que no parece habérsele ocurrido a nadie: Viendo que los elementos de nuestra leyenda judía hunden sus raíces en Egipto, ¿en lugar de interpretar “jeroglífico” desde el punto de vista esotérico hebreo, porque no hacerlo volviendo a su raíz egipcia literal? El resultado fue: ¡BINGO!

PROCEDAMOS A HACER MAGIA 
Lo dicho, ¡BINGO! El jeroglífico de la mesa de los panes guarda en sí el nombre de un dios, y no el de un dios cualquiera, sino el del Dios de la Creación, el del Verbo Divino.

Ahora, hagamos de sabios cabalistas y ascendamos por los cuatros niveles para alcanzar el entendimiento de la esencia misma de su nombre… ¡y su poder!:
  1. Interpretación literal: Ptah, el nombre del Dios Creador. El que primero se creó a sí mismo y luego a los demás dioses y la Creación. El primero en Ser… ¿Os suena “Yo Soy”, Éxodo 3:14? Es el nombre que se da a sí mismo Dios cuando le pregunta Moisés. En hebreo lo interpretan como la raíz de YHWH.
  2. Metafórico: por asociación, ptah se emplea también como varios verbos: crear (por lo de la Creación), grabar (por lo de escribir sus Palabras Divinas) y ocupar el trono (su presencia en el templo).
  3. Combinación de sus letras: Si recuerdan, indiqué más arriba que el jeroglífico de la mesa es redundante. Su imagen, un pan sobre una esterilla, se repite con sus fonemas t y p al coincidir que éstos se representan con un pan y una esterilla. Pues las letras t y p forman parte igualmente de Ptah, resultando en que su nombre contiene la mesa de los panes sin necesidad de su ideograma. Es importante, porque Ptah creó orden, y esa armonía o paz se mantiene con la mesa. 
  4. Más combinaciones. Si los logogramas de p y t forman la imagen de la mesa hotep (paz), sus fonemas pt forman la palabra pet que en egipcio significa el Cielo o Reino de Dios.

Podríamos seguir así hasta escribir el Génesis, pero al final, el nombre secreto de Dios nos ilumina con un mensaje tan sencillo como hermoso, y quizá la frágil memoria del tiempo les hizo olvidar a los sabios judíos que el verdadero peligro radicaba en prohibir su conocimiento:
El nombre oculto de Dios es Ptah.
Ptah significa “crear”  y contiene “paz”
Y he ahí su poder divino: Crear Paz.

Ahora es nuestro.
 ¿Dónde deja esto a Salomón? Os lo cuento en la 2ª entrega de La Mesa de Salomón Descifrada.
]]>
<![CDATA[El Enigma del Carro Hopi]]>Mon, 28 Aug 2017 15:00:00 GMThttp://victoriacaro.com/bloges/el-enigma-del-carro-hopi
En Arizona, Estados Unidos, encaramados sobre tres mesetas en medio de un hermoso desierto de arenas rojizas, viven los hopi, una nación aborigen profundamente espiritual que tiene por sagrado un petroglifo de lo más enigmático: Un carro, pero no cualquier carro, sino uno sospechosamente parecido a los de la península ibérica del primer milenio antes de Cristo.

Si han leído mi entrada anterior titulada Tartessos en América, ya saben que son muchos los petroglifos y elementos culturales que muestran un paralelismo asombroso entre los hopi y los tartessos. Su magnitud en número, calidad y variedad desborda cualquier posibilidad de reducirlos a coincidencia y vislumbra un contacto importante y prolongado, aunque olvidado, entre los dos pueblos. 

Hoy me voy a centrar en este intrigante carro por varias razones. Una, porque el mero hecho de que se trata de un carro en un continente que no conoció el caballo hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI, es un hecho en sí extraordinario. Otra, porque de entre todos los elementos comunes que compartían los indígenas de Norteamérica con los de Iberia hace casi 3.000 años, éste es el más sagrado para los hopi hoy. ¿Por qué? ¿Qué secreto guarda para que lo hayan velado inmutable con tanto afán, tanto tiempo? 

En sus trazos quizá hallemos la clave…  

El Carro Hopi a ojos de los Hopi

Los hopi son una nación india con reserva propia en Arizona, aunque las huellas de sus ancestros se extienden por los estados de Nuevo México, Arizona, Utah y Colorado. Y aparte de pertenecer al grupo de los indios pueblo, llamados así por los primeros españoles al habitar en aldeas con viviendas de varios pisos hechos de adobe, lo más destacado de los hopi es su inamovible compromiso por conservar sus antiguas costumbres. Convencidos, según su tradición oral, de ser los guardianes de la paz por encargo del Gran Espíritu, sus rituales van todos encaminados a proteger el equilibrio del universo, no sólo para sí, sino para toda la humanidad. Tanto les caracteriza su misión que su apelativo “Hopi” significa precisamente “Los Pacíficos”. Ya Álvar Núñez Cabeza de Vaca, náufrago español de principios del siglo XVI y el primero en divisarlos durante su duro cautiverio de 8 años entre nativos americanos algo más agresivos, los exalta con admiración como un pueblo particularmente amable y pacífico. 

​Es esta filosofía en pos de armonía entre el hombre, la naturaleza y el universo la que impregna simbólicamente su petroglifo, grabado a su vez en una roca que llaman la Roca de las Profecías, y que sus ancianos interpretan del siguiente modo:


El grabado se compone de dos líneas o senderos de la vida. El sendero inferior, por su rectitud, simboliza la armonía del hombre con la naturaleza y es la que el Gran Espíritu, representado por la figura de la izquierda, advierte seguir. La superior, con final tortuoso, es un sendero corrompido por el materialismo del hombre blanco, representado por los cuatro personajes cogidos de las manos que pasean por ella hacia su destrucción. Aunque no todo está perdido. Todavía les queda una última oportunidad de encauzar su camino, pues a sus pies, ambos senderos están unidos por una línea que les permite pasarse a tiempo. El sendero de la armonía o de la paz se ve interrumpido por dos círculos representativos de las dos guerras mundiales, seguidos de un arco, amago de un tercer círculo, que auspicia la tercera guerra mundial si el hombre no corrige su curso.

El Carro Hopi a ojos de una española

Yo tuve la oportunidad de visitar La Roca de las Profecías a las afueras de Oraibi en el verano del 2016. Oraibi, fundado en el siglo X, es el pueblo más antiguo de los hopi, así como el asentamiento continuamente habitado más antiguo de Norteamérica. Pude comprobar y disfrutar de la amabilidad de sus gentes, pero también fui testigo de lo celosos que son de sus costumbres y cuan protectores de su petroglifo sagrado. Éste únicamente puede visitarse previa solicitud y acompañado por un hopi perteneciente a uno de los clanes concretos de Oraibi. 

Para mí, una escéptica innata, la experiencia fue casi espiritual, pues ya había terminado el primer borrador de mi novela y sabía bien lo que tenía ante mis ojos.

Os lo explicaré, pero primero un poco de historia para entendernos mejor: El carro como vehículo de transporte tirado por animal de carga aparece en torno a dos mil años antes de Cristo en la estepa euroasiática. Más o menos al mismo tiempo, en Mesopotamia se domestica el caballo lo que lleva seguidamente a readaptar el carro para la guerra. El éxito de esta arma bélica convierte al carro en símbolo del guerrero poderoso y victorioso, y así prodiga su aparición en ilustraciones y grabados por todo el Oriente Próximo y el Mediterráneo paseando a dioses y diosas, reyes y faraones.  

​En las tumbas de las élites más ricas, el carro deviene ajuar de prestigio donde se enterraba junto al difunto con su panoplia militar (lanzas, arcos, escudos) y artículos de lujo diversos (peines, espejos y liras). Mientras, en las tumbas más modestas había que conformarse con carros miniaturizados o exvotos y estelas grabadas con el conjunto de elementos heroizantes del difunto antes mencionados. 


En la península ibérica, en tiempos de los tartesios, allá por los siglos XI al VII a. de C., el carro parece tener un papel más bien ceremonial o simbólico que de uso real para la guerra a tenor de la ausencia de carros ligeros de guerra hallados. Lo que sí se han encontrado son cientos de estelas de guerrero, reminiscentes de las griegas, que muestran al difunto con o sin casco, acompañado de su espada o arco, escudo, espejo, peine, lira y por supuesto el carro. Hay que puntualizar no obstante que las estelas tartesias raramente se han encontrado cerca de una tumba, lo que hace presuponer que quizá fuesen realmente marcadores de terreno. El debate sigue abierto.

En cualquier caso, surge otra curiosidad en Iberia. Mientras las estelas muestran carros de guerra, lo que se ha encontrado en alguna tumba principesca, como en las necrópolis de La Joya en Huelva o Cerro Maquiz en Jaén, son restos de carros funerarios. Éstos tienen como misión transportar simbólicamente el difunto al Más Allá y se distinguen de los de guerra por tener una caja cuadrada más pesada, mientras que aquellos tienen una caja ligera con frente curvo en forma de “D”. Esta disyuntiva entre el carro de estela y el carro de tumba es un dato de extrema importancia al ser una característica autóctona de la península ibérica y muy propia de los tartesios. 


En tercer lugar voy hacer referencia a un tercer tipo de carro, el votivo. Por su importante valor simbólico, ya en Sumeria el carro se miniaturizó para servir de exvoto. Como tal, se convirtió en plataforma de escenas a su vez también simbólicas. En Tartessos tenemos un ejemplo exquisito en bronce del siglo VI a. de C. Hallado en Mérida, el carro porta una escena de caza de carácter divino, constatado así por la presencia del jabalí. Luego, en Monte da Costa Figueira, Portugal, apareció otro carro votivo fechado algo tardío, en torno al siglo IV a. de C., que parece servir de soporte para una escena funeraria de sacrificio animal. Se aprecia una procesión con sacerdotes, hombres, mujeres, algun flautista y los animales objeto del sacrificio.


Pues bien, ahora es cuando se produce la magia…

Si combinamos los elementos propios de las estelas tartesias (el guerrero con su arco y escudo como el de la estela de Carmona y los personajes danzantes de la estela de Ategua), con elementos propios de los carros funerarios tartesios (la caja cuadrada), y se combinan éstos al modo de las escenas propias de los exvotos tartesios, ¿qué obtenemos? 

Obtenemos el Carro Hopi como sólo un tartesio podría haberlo plasmado.


Efectivamente, eso es lo que vieron mis ojos: un carro tartesio. Pero recuerden que este petroglifo no es un grabado único y aislado. La huella tartesia está muy presente en el sudoeste americano y ofrezco numerosos y fascinantes ejemplos de ello en Tartesios en América, incluyendo grabados de otros carros. 

​Para mis ojos, lo realmente significativo de éste en particular es el secreto que esconde sus trazos. En mi novela, Mary's Apostles (Las Apóstoles de María), las protagonistas, aunque ficticias, lo descodifican basándose en claves históricas reales que hunden sus raíces atrás en el tiempo hasta llegar al mismísimo Rey Salomón…

]]>
<![CDATA[Tartessos en América]]>Thu, 13 Apr 2017 18:44:37 GMThttp://victoriacaro.com/bloges/tartessos-en-america
Según a quien se pregunte, los tartessos eran unos simples nativos de la Península Ibérica fuertemente influenciados por los fenicios o una civilización bíblica de mérito propio vinculada comercialmente con el Rey Salomón. Y si de los clásicos griegos se trata, bien podrían haber sido los supervivientes de la fabulosa Atlántida. De lo que ya no parece haber duda es de que existir, existieron, y no pasa un día en el que no se descubre su huella impresa en algún yacimiento arqueológico nuevo.

Pero lo más fascinante sobre este incógnito pueblo es que sus huellas no se limitasen a la Península Ibérica, sino que pudieran llegar nada menos ni nada más que al otro lado del Atlántico hace 3.000 años. 

En el transcurso de mis investigaciones para mi útlima novela, me topé con unos petroglifos en el sudoeste de Estados Unidos que mostraban un parecido asombroso con las estelas tartesias del sudoeste peninsular español... ¡y las equivalencies no se quedan ahí!

Veamos las evidencias; son muchas y variadas

Empecemos por las estelas que son quizá el registro más identificativo de los tartessos. Halladas en su mayoría en el sudoeste peninsular, datan de entre los siglos XI y VII a. de C. En general, se distinguen dos tipos bien diferenciadas: las de guerrero y las diademadas, con la rara excepción de un par de estelas híbridas encontradas en Sevilla y Córdoba en las que se combinan ambos temas.
Las estelas de guerrero más antiguas suelen contener a uno o varios personajes ataviados con cascos y acompañados de sus armas (espadas, escudos, arcos y flechas). Más tarde, como resultado de la influencia griega y fenicia, fueron incorporando adornos representativos de estatus social: carros, peines, espejos e instrumentos musicales.

En el caso de las estelas diademadas, sus personajes se han interpretado como figuras femeninas, quizá deidades protectoras, que a veces aparecen esquematizadas y en otras ocasiones más elaboradas vestidas con cinturones y joyas. En cualquier caso, el elemento protagonista y más destacado de la composición es siempre la diadema.

Especial mención, por su rareza, se merece la estela aparecida en Almadén de la Plata. Contiene a ambos personajes, el guerrero y la dama diademada, ambos del mismo tamaño, lo cual implicaría curiosamente que el guerrero y la diosa, si es eso lo que representan, son de la misma relevancia.

Qué pretenden representar las estelas, si personajes de autoridad, dioses, difuntos o marcadores de propiedad, aún está abierto a debate. Sea como fuere, lo realmente prodigioso es que estas mismas representaciones petrográficas del sudoeste peninsular, en todas sus variantes, se repiten de modo idéntico en el sudoeste americano.

A continuación les muestro una comparativa entre estelas de guerreros de Andalucía (arriba) y sus petroglifos homólogos americanos (abajo), todos del Estado de Utah:
Se aprecian los mismos cascos con cuernos, las mismas armas (lanzas y escudos de círculos concéntricos) y los mismos pendientes de bolas... así como las mismas escenas, las mismas posturas, las mismas manos con cuatro dedos, e incluso, hasta un espejo.


Aprovecho para mencionar que personajes ataviados con cuernos y bolas o rodetes se vienen representando en el arte rupestre Español desde el neolítico.

La ilustración a la derecha pertenece a una escena del Abrigo de Los Órganos en Jaen. En ella se ven, según los expertos, una mujer y un hombre esquematizados al estilo bitriangular tan frequente en nuestra península desde el milenio II a. de C. Este dato es interesante en vista del torso triangular que se repite en los personajes de Utah.

Resumiendo, tan simpáticos personajes tenían una larga presencia prehistórica en España, ¡y ahora los encontramos en Utah!

A continuación, unos ejemplos de equivalencias de representaciones diademadas.
Curiosamente, pese al alto número de estelas diademadas halladas en España, de momento lo que no se han encontrado son diademas reales. La que muestro en la ilustración, a modo de ejemplo, fue hallada en la necrópolis de La Colombine en Francia. Con ella se aprecia mejor la relevancia de la ilustración de Nuevo México en la que se ve una diadema con sus correspondientes volutas.

Pero más fascinantes es si cabe la equivalencia entre la ilustración de Almadén de la Plata y la de Coso. La primera, extraordinaria por su rareza, encuentra su equivalencia en un petroglifo de California en la que se ve un guerrero con casco de cuernos y adorno de bolas cubierto por una diadema. Si tenemos en cuenta que la opinión más generalizada es que las estelas diademadas representan deidades protectoras del guerrero difunto, la diadema californiana bien parece un velo protector del guerrero tartesio-americano que cubre.

Pero si esto aún no convence, muestro a continuación dos comparativas, a mi parecer, espectaculares.
Uno de los elementos característicos de las estelas de guerrero son los carros de guerra. Representados con una perspectiva de a vista de pájaro, en ellos se aprecian el bastidor con sus dos ruedas unidas por un eje, y el tirado enganchado a dos caballos muy esquematizados. Éstos se muestran a veces con sus patas dispuestas hacia el centro y otras veces hacia afuera. El carro, como símbolo de estatus social, se extendió por todo el Mediterráneo al oeste, por Asia en el este y hasta Suecia por el norte. Y en ocasiones se llegó a enterrar a un jefe de especial influencia y/o afluencia con un carro desmontado real.

Por todo ello, impresiona ver una representación de un carro desmontado en una roca de Utah, donde hasta llegar los españoles no había ni caballos ni carros. Lo mismo ocurre con el panel llamado Newspaper Rock, también en Utah no lejos del anterior, donde me encontré con un bastidor de un carro junto a un personaje montando a caballo. Y más abajo a la derecha, otra figura reminiscente de un carro tartesio.

Pero el tema no queda ahí. Veamos más ejemplos…
En estos dos petroglifos americanos divisé representaciones de carro que difieren en estilo de las estelas, pero que sin embargo también tienen correspondencias tartesias. El carro de Albuquerque, Nuevo México, no solo se parece al del sello del santuario tartesio Cancho Roano, sino que tiene a su izquierda el típico escudo de anillos concéntricos que hemos visto repetidas en las estelas de guerreros. Pero más curioso es, si cabe, la escena de caza de Utah. De este panel ya os he mostrado otro segmento en la ilustración anterior en el que se ven dos carros, lo que con éste suma tres representaciones de carros en un mismo panel. En el segmento aquí mostrado se ven a dos guerreros portando cascos con cuernos, un señor a caballo cazando, una rueda claramente simbólica de carro a modo del carro votivo, e incluso hay un perro como en la escena de Mérida.

Considerando que yo no soy arqueóloga y que me topé con estos petroglifos americanos por casualidad mientras investigaba para mi novela, a saber los petroglifos con equivalencias tartesias que deben haber en América que no se están interpretando como tal. El potencial de esta línea de investigación es enorme y podría abrir una nueva ventana revolucionaria a la comprensión de nuestro pasado histórico.

Con esto en mente os quiero dejar una comparativa más. Es importante porque creo que demuestra que los tartessos no solo visitaron América sino que muy posiblemente se quedaran y mezclaran con las gentes locales. Sólo así se explica la fuerte presencia y perduración de su arte en el tiempo, y que hasta hoy sigan honrando en sus costumbres a nuestra diosa ibérica más hermosa.
]]>
<![CDATA[La Cara de Dios es de Mujer Española]]>Wed, 22 Feb 2017 14:12:53 GMThttp://victoriacaro.com/bloges/la-cara-de-dios-es-de-mujer-espanola
Bella y enigmática… ¿quién es la Dama Ibérica? Yo propongo demostrar que es Dios. Sí, he escrito correctamente, no pretendía decir Diosa, ni mucho menos pagana, sino Dios, el Dios judeocristiano, que mira por donde tiene cara de mujer, y en el caso que nos concierne, de mujer española.

Vayamos por partes…

Aclaremos qué se entiende por la Cara de Dios

El Dios judeocristiano proviene de la tradición hebrea según la cual hay dos aspectos a considerar del mismo: una infinita e incomprensible sin forma física, y otra más accesible en cuanto a cómo se manifiesta al hombre. Esta última, su presencia divina, nos viene descrita en el Antiguo Testamento, pero en ningún caso con facciones masculinas.

Entonces, por mencionar un ejemplo, cuando el profeta Ezequiel dice ver a Dios venir a él montado sobre el famoso carro divino, ¿no dice ver a un hombre?:

     “… y encima de esa especie de trono, en lo más alto, una figura con aspecto de hombre.” -Ezequiel 1:26

No, la verdad es que nunca dijo tal cosa, pero se ha traducido incorrectamente así a lo largo de los siglos. En hebreo, en lugar de “hombre”, la palabra empleada es kavod que tiene difícil traducción pero significa algo así como “pesado” con el sentido de “meritorio de respeto, honor”. Teniendo en cuenta las connotaciones correspondientes, la traducción más acertada sería “gloria”, y así se ha corregido en las traducciones más recientes de la Biblia.

Atendiéndonos por tanto a los vocablos hebreos que empleó Ezequiel, lo que dijo haber visto es:
    
     … y encima de esa especie de trono, en lo más alto, una apariencia con aspecto de la gloria de Yahveh.


Si es así, ¿por qué cara de mujer?

El Dios con el que nos relacionamos los humanos, siempre atendiéndonos a la tradición judeocristiana, es el que se manifiesta a través de su creación. Esta manifestación, su presencia divina, es a la que los textos bíblicos hebreos se referían como kavod o gloria, a falta de mejor palabra, y la describían con aspecto de luz, resplandor, fuego o nube.

Kavod, no obstante, tiene una limitación: describe lo que el profeta ve en cuanto a su “peso, importancia”, pero no designa el concepto en sí de la presencia divina que se percibe. Por ello, los sabios judíos cuando interpretaban sus escrituras en torno al Siglo I, y las tradujeron al Arameo –recopilación conocida como el Tárgum-, vieron la necesidad de acuñar otro término, Shejiná, un sustantivo que deriva del verbo shaján, que quiere decir “residir”, y escogido por su relación con el vocablo bíblico mishkán, Tabernáculo, “donde reside o mora Dios”. Por tanto, Shejiná, vocablo de género femenino, define a “la residente” de la morada de Dios. Es importante aclarar que no es un atributo distinto de Dios, sino que ha de entenderse como Dios, su presencia entre nosotros. En definitiva, Shejiná es la cara de Dios.

Éste no es tema baladí. La elección de palabra y género se hizo concienzudamente. En la tradición judía, el idioma hebreo se considera sagrado y nada en él ocurre caprichosamente. Tanto es así, que basado en este entendimiento, surgió una rama de filosofía esotérica tan anciana como la Torá que busca la sabiduría trascendental a través del estudio de la esencia de las palabras hebreas y su relación entre sí.

Además, el concepto de Shejiná no era nuevo ni exclusivo de los sabios judíos, sino que venía personificado en las Diosas Madres desde la prehistoria, en particular en el Oriente Medio. Un ejemplo clarísimo es Tanit, la diosa patrona de Cartago, que heredera de una larguísima tradición cananea, ostentaba precisamente como epitafio, “La Cara de Dios”.

Los Judíos eran asimismo cananeos de origen y compartieron panteón divino hasta la invasión babilónica en el siglo VI a.C.  Hay evidencias arqueológicas -por el ingente número de figuras femeninas halladas en las excavaciones realizadas en los hogares de la época- de la extraordinaria devoción que tenía el pueblo judío por la Diosa Asera. Ésta, junto a Yahveh, era la Diosa Madre cananea que se veneraba en el Templo de Salomón como su consorte o aspecto femenino.

Pero desde la unificación del reino de Israel bajo Saúl, proliferó un movimiento patriarcal que promovía una identidad propia centrada en torno a un solo Dios, Yahveh. Así cuando se produjo la invasión babilónica en el 597 a. de C., un grupo patriarcal de rabinos exiliados en Babilonia culpó a Jerusalén de su propia desgracia por venerar a ídolos paganos. Asera recibió especial despecho por acaparar la devoción popular. Su persecución fue inmisericorde. Y como también coincide que fueron estos mismos sacerdotes y profetas los que durante su exilio plasmaron la tradición oral de la Torá en texto escrito, Asera fue prácticamente eliminada de la memoria histórica y bíblica salvo para referirse a ella como abominación. De este modo quedó cimentada para la posteridad la religión patriarcal de un solo Dios que, con el tiempo y la corrupción de las traducciones, adquiriría atributos exclusivamente masculinos.

¿Y qué tiene que ver todo esto con las Damas Ibéricas?

¡Todo! Es en este punto donde las cosas se ponen realmente interesantes pues es precisamente uno de los profetas exiliados quien nos va a dar las claves.

El profeta Ezequiel, ya mencionado, iba destinado a ser sacerdote en el Templo de Salomón cuando se produjo su exilio a Babilonia donde, según explica él mismo en su libro, fue llamado por Dios a ser profeta. Lo interesante del tema es que Ezequiel es de los pocos elegidos con el honor de ver a Dios cara a cara, y a pesar de pertenecer al movimiento patriarcal, en ningún momento le describe con atributos masculinos. Lo que sí hace, es darnos todos los elementos que nos describen a nuestras hermosas Damas.  

Me explico…

Ezequiel tuvo varias visiones, siete en total. En la primera nos relata que Dios aparece sobre un trono-carro algo peculiar. El trono volador es precedido por cuatro seres alados (querubines), cada uno con cuatro caras (las de un hombre, un león, un toro y un águila), mientras que las ruedas se desplazan libres a los lados de éstos, moviéndose al mismo compás.

Prestemos atención a los elementos de la visión:

Querubines: En la mayoría de los yacimientos se han hallado junto a las damas una serie de criaturas equivalentes a las cuatro caras: esfinges (cabeza humana, cuerpo de león, alas de águila), grifos (parte águila, parte león), toros y leones; animales mitológicos que por otra parte son propios del periodo orientalizante.

El trono-carro: El trono y el carro por separado eran símbolos habituales y lógicos de un rey, un dios o un guerrero. Pero combinados es importante recordar que se asociaban con las Diosas Madre como se ve con Astarté en las monedas de Sidón o en la iconografía de Cibeles. Por tanto, Ezequiel hace malabarismos con su lenguaje para evitar describir la presencia de Dios como femenina sabiendo que tampoco lo puede hacer como masculina. El resultado es: “una forma o apariencia con aspecto o semejanza de la gloria de Yahveh”.

Y es aquí donde entran nuestras Damas, porque se caracterizan por un elemento único y exclusivo visto asimismo de modo único y exclusivo en las visiones de Ezequiel: las ruedas.

Los rodetes de la Dama de Guardamar no dejan lugar a duda, son ruedas, que colocadas a los lados de la cara de la Diosa, o en su caso de la sacerdotisa que la representara, se movían al compás de la misma al modo que lo hacen en la visión de Ezequiel. Es indicativo que el profeta escribió su libro en el siglo VI a. de C., coincidiendo con la aparición y proliferación de estas Damas en España. Se entiende que con el tiempo y la distancia la representación de las ruedas variase artísticamente. En el caso de la Dama de Elche pasan a ser un tocado bellamente elaborado gracias a una mano helenística, mientras que en el caso de la Dama de Baza apenas si aparece como un disco colocado sobre las mejillas.

Pero no queda ahí el tema. He aquí otro dato curioso: Cuando el profeta describe las ruedas del trono divino, lo hace comparando su brillo con el de la piedra preciosa de Tarsis (Tartessos):

     “… y el aspecto de las ruedas eran como el de la piedra de Tarsis.” – Ezequiel 10:9

¿Es posible que lo que el profeta vio venir a él fuese el Dios(a) de Tartessos?

¿Qué hace Dios en España?

Tras la invasión de Jerusalén, y posterior destrucción de su fabuloso Templo, los judíos quedan dispersados. Un grupo importante llega a España, y de ello queda constancia en varios escritos. Por ejemplo, la tradición sefardí basa sus raíces ancestrales españolas en este pasaje en el cual identifican a Sefarad con España:

     “La multitud de los deportados de Israel ocupará Canaán hasta Sarepta, y los deportados de Jerusalén que están en Sefarad ocuparán las ciudades del  Negueb.” - Libro de Abdías 1:20

No hay que extrañarse de que la Península Ibérica fuese destino de refugiados. Conocido es el caso de Jonás, que queriendo eludir la petición de Dios de predicar el culto patriarcal en Nínive (donde la patrona era la Diosa Ishtar, la Asera Asiria), se embarca con destino a Tartessos (Tarsis):

     “Pero Jonás se levantó para ir a Tarsis, lejos de la presencia de Yahveh. Bajó a Yoppe y encontró una nave que iba a zarpar hacia Tarsis. Pagó el pasaje y se embarcó en ella para ir a con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Yahveh.” - Libro de Jonás 1:3

Y más claras no pueden ser las palabras del profeta Isaías, que lamentándose de la caída de Tiro, la capital fenicia, a manos de los Asirios, les dice a sus moradores que vayan a buscar refugio a Tarsis.

     “Pasad a Tarsis; gemid, moradores de la costa.” - Isaías 23:6

De hecho, es precisamente Isaías quien profetiza la vuelta de los hijos de Israel liderados por los que se hallan en Tartessos:

     “Ciertamente las costas Me esperarán, y las naves de Tarsis vendrán primero, para traer tus hijos de lejos, su plata y su oro con ellos…” –Isaías 60:9

En definitiva, la Biblia deja patente que era habitual buscar cobijo en tierras tartésicas, pero además parece insinuar que un grupo importante de Jerusalén así lo hizo. Ahora cabe preguntarse, ¿qué tenía este grupo de especial para liderar la vuelta? La respuesta quizá la encontremos en la siguiente evidencia…

¿Un Templo “Salomónico” Español?

Al poco de producirse la destrucción del Templo de Salomón en Jerusalén, se construye un santuario en España idéntico a la descripción que hace Ezequiel del nuevo Templo que había de sustituirlo.

Salvando las distancias en cuanto a las dimensiones, mucho más grandiosas en el imaginario de Ezequiel, las similitudes abarcan desde el diseño, las funciones y la orientación del edificio, a los más pequeños detalles como la localización de los pavimentos perimetrales y el acceso al agua. Y un dato curioso: en Cancho Roano se halló un telar en una sala adjunta al altar, al igual que los hubiera en el Templo de Salomón para vestir a Asera. Para el Templo Nuevo no se hace mención de ninguno lógicamente por la eliminación de Asera.

En vista del extraordinario parecido, ¿no sería que a Ezequiel le llegaran noticias de la reconstrucción del Templo en tierras lejanas por otro grupo exiliado? Las fechas coinciden. Se estima la construcción de Cancho Roano, el palacio-santuario de los Tartessos, entre principios y mediados del siglo VI a. de C. La destrucción del Templo de Salomón se produjo en el 586 a. de C., mientras que las “visiones” de Ezequiel sobre el Templo Nuevo se han datado en torno al 572 a. C.

Es plausible que el grandioso Templo que visualizó Ezequiel para Jerusalén se basara al detalle en otro más humilde que ya existía en el exilio, y que el Dios que le vino a ver en sus visiones fuese la hermosa presencia divina española vestida con sus ruedas de Tarsis que en dicho templo moraba.
 
Pero ante la duda, ofrezco otra evidencia que considero quizá la más fascinante si cabe. Se trata de un sello administrativo hallado entre los objetos pertenecientes al altar de Cancho Roano. El sello, de forma cúbico, aúna en sus cuatro caras las imágenes simbólicas de la visión de Ezequiel, las Damas y el Templo de Salomón:    

Las interpretaciones siguientes son mías y no del libro de donde extraigo esta imagen:

Cara mayor primera: Se ve una figura humana junto a cuatro animales que coinciden exactamente con las cuatro caras de las criaturas aladas o querubines que describe Ezequiel. Se aprecia, por tanto, una figura humana cuyo miembro masculino no deja lugar a dudas de que se trata de un hombre. Junto a él hay un ave, un toro, y dos criaturas de cuellos alargados, posiblemente serpopardos. En el arte de Mesopotamia y Egipto los serpodardos eran leones de cuellos extremadamente largos que solían representarse enrollados. Por el tamaño reducido del sello, de tan sólo 16 mm por 13mm, es de entender que al autor le resultó más fácil unir los cuellos y ahorrarse las cabezas. En cualquier caso, los leones suelen componer los cuerpos de los querubines y en pares han sido compañeros protectores de las Diosas Madre de hace tiempos inmemorables.

Cara mayor segunda: Es la escena de un carro y su conductor, pero dejando claro, a falta del miembro correspondiente, de que en éste caso se trata de una mujer, y por tanto de una Diosa. Lo interesante es que el carro además transporta un ánfora con cenizas al modo que lo hicieran las Damas.

Cara menor primera: Es una imagen de dos cabras con ademán rampante propia de la iconografía de Asera, especialmente cuando se la representa como el árbol sagrado.

Cara menor segunda: Imagen de dos querubines enfrentados cuyas alas apuntan sobre sus cabezas hacia el centro. Este es el símbolo inequívoco del Arca de la Alianza y, por consiguiente, del Templo de Salomón.

     “Y los querubines extenderán por encima las alas, cubriendo con sus alas la cubierta: sus caras la una enfrente de la otra, mirando a la cubierta las caras de los querubines” - Éxodo 25:20
 
Es decir, este sello, en sus caras mayores contiene todos los elementos del trono-carro divino de la visión de Ezequiel, y las caras menores nos clarifican quién es la diosa y de donde proviene.

¡Y para rematar…!

En el siglo XII, “coincide” que ocurre en España algo estrechamente relacionado con lo anteriormente expuesto: renace la Cábala ancestral de los judíos a mano de los sefardíes. Y es el rabino español, Moisés de Guadalajara, quien al siglo siguiente recopila el ideario de esta disciplina esotérica en la obra cuasi-sacra, el Zohar. El tema es de extrema importancia porque, como ya expliqué, la mística judía cree que entre las palabras sagradas hebreas de la Torá, del Tárgum, de los profetas, y de otros escritos rabínicos, se oculta el conocimiento secreto, íntimo y trascendental de la naturaleza de Dios, de la Creación y, en definitiva, de la existencia. Por tanto los cabalistas piensan que a través de la interpretación mística y alegórica de estos textos, al entenderse que son de inspiración divina, se llega a la sabiduría suprema, incluyendo el entendimiento más íntimo de Dios.

Pues bien, uno de los textos centrales del esoterismo judío es concretamente la visión del carro divino de Ezequiel. Tal es su relevancia que dio lugar a una doctrina mística propia, el Merkabah, que a su vez sienta la base de la Cábala medieval sefardí española. ¿Coincidencia?

¿Puede ser también mera coincidencia que precisamente la Cábala española sea la que reintroduzca la esencia femenina de Shejiná y su papel fundamental en el equilibrio del universo?  Como para la Cábala el dios infinito, cósmico e incomprensible se entiende como masculino y su manifestación como femenina, el equilibrio entre ambos es lo que mantiene la armonía de la existencia. La reintroducción de Shejiná como la cara femenina de Dios se considera una de las mayores aportaciones de la Cábala española al Judaísmo.

La conclusión que se puede aventurar de todo esto es que la Cábala medieval sefardí no hizo más que volver a sacar a la luz, un conocimiento que los judíos españoles guardaban y protegían desde que sus antepasados encontraran refugio en Tartessos; lugar donde reconstruyeron la morada de su Dios en el exilio y donde preservaron el culto tradicional personificado en nuestras Damas Españolas. Pero no habría de durar. En el siglo IV a. de C. arribaría la persecución de los ídolos a nuestras costas como se aprecia en el brutal ataque que sufrió la Dama de Guardamar. ¿Será por ello que Cancho Roano fue quemado y enterrado intencionadamente por sus propios residents en el mismo siglo? Quizá se recurriese a tan drástica resolución para evitar su sacrilegio, pues con mucho miramiento su altar se dejó intacto del mismo modo que con tiento se enterró a la Dama de Elche para salvarla.

Luego cabe preguntarse, si Cancho Roano vino a reemplazar el Templo de Salomón en el exilio, ¿acogería también alguna de sus reliquias? Tengo razones para pensar que sí, pero cuáles y a dónde pudieron ir a parar es tema para otro día… o pueden hallar la respuesta en mi última novela "Mary´s Apostles".  
]]>