En la Parte 1ª resolvimos el primer componente del misterio de la Mesa de Salomón: la Mesa en sí. Descubrimos sus raíces egipcias y desciframos su más sagrado secreto.
Ahora procedamos a resolver su segundo componente: Salomón. Desde el punto de vista histórico y arqueológico, no hay evidencia de que el Rey Salomón existiese y, tras lo revelado en la primera parte, tampoco pareciese que su figura fuese necesaria para explicar la mesa. Pero a mí los enigmas me fascinan y el Rey Sabio es de los más célebres e intrigantes. Además, yo no habría resuelto el misterio de la mesa de no prestar atención a todos los detalles, máxime cuando alguno no me cuadra.
La leyenda de la Mesa de Salomón surge de la cábala judía, la cual a su vez nace de la cábala egipcia. Sabiendo que la mesa y su secreto son elementos esotéricos eminentemente egipcios, ¿nos vamos a conformar con concluir que sabios judíos un buen día se la apropiaron para asociarla aleatoriamente a su rey más glorioso? No me cuadra. Para que esta asociación cabalística entre la mesa y Salomón tenga sentido, Salomón, o el personaje en que se inspiró, tuvo que ser necesariamente egipcio también. Es decir, que para mí tiene más sentido que los sabios judíos adoptaron el paquete completo… Al menos esa era mi lógica cuando me puse a investigar. Lo que no me esperaba era encontrar a un rey de carne y hueso que reinó sobre Jerusalén de verdad, construyó en Jerusalén un templo de verdad, en el cual había una mesa de verdad.
¿Cómo puede ser que yo halle un monarca de carne y hueso cuando no hay evidencia de ninguno? En cuanto os revele los detalles os vais a quedar boquiabiertos. Así que vayamos a ello.
Para solucionar su enigma hay que atacarlo desde dos frentes temporales distintos. Empezaremos por el encuadre histórico en el cual supuestamente vivió y reinó Salomón, el siglo X a. de C., y acabaremos con el encuadre histórico en el cual su historia quedó escrita y aderezada, el siglo VI a. C.
El SIGLO X A. C. – UN PERIODO OSCURO Y MISTERIOSO
Insisto, no hay evidencia escrita -fuera del Viejo Testamento- ni arqueológica que avale la existencia de Salomón, ya sea directa o indirectamente, por asociación, o en referencias de imperios vecinos. Nada. Zero. Punto. Ello implica que, más allá de la persona del rey, su inmenso imperio lleno de riquezas brilla por su ausencia literalmente. Hoy por hoy, el consenso generalizado es que en el siglo X a. C. Jerusalén era una aldea sencilla y Judá una región de poblados dispersos ocupado en su mayor parte por pastores nómadas.
Sin embargo, esto no ha de disuadirnos porque tampoco hay evidencias en contra, y lo más fascinante del asunto es que este vacío informativo no afecta solo a Canaán, sino que abarca el oriente próximo, la región del Egeo, el Cáucaso, los Balcanes y el Mediterráneo Oriental, y ello como consecuencia a su vez de otro misterio insondable: El colapso unísono entre el 1.200 y 1.150 a. C. de todas las grandes civilizaciones de la época. Ciudades enteras quedaron arrasadas y sus prósperas culturas desintegradas hasta casi volver al analfabetismo. De ahí la falta de información que tiene a expertos perplejos. No exagero. En Grecia, por ejemplo, tras el colapso Minoico-Micénico, no volvería a aparecer la escritura hasta el 800 a. de C. En cuanto al Imperio Egipcio, aunque pudo sobrevivir la crisis, quedó tan debilitado que perdió su control casi milenario sobre Canaán.
Ahora procedamos a resolver su segundo componente: Salomón. Desde el punto de vista histórico y arqueológico, no hay evidencia de que el Rey Salomón existiese y, tras lo revelado en la primera parte, tampoco pareciese que su figura fuese necesaria para explicar la mesa. Pero a mí los enigmas me fascinan y el Rey Sabio es de los más célebres e intrigantes. Además, yo no habría resuelto el misterio de la mesa de no prestar atención a todos los detalles, máxime cuando alguno no me cuadra.
La leyenda de la Mesa de Salomón surge de la cábala judía, la cual a su vez nace de la cábala egipcia. Sabiendo que la mesa y su secreto son elementos esotéricos eminentemente egipcios, ¿nos vamos a conformar con concluir que sabios judíos un buen día se la apropiaron para asociarla aleatoriamente a su rey más glorioso? No me cuadra. Para que esta asociación cabalística entre la mesa y Salomón tenga sentido, Salomón, o el personaje en que se inspiró, tuvo que ser necesariamente egipcio también. Es decir, que para mí tiene más sentido que los sabios judíos adoptaron el paquete completo… Al menos esa era mi lógica cuando me puse a investigar. Lo que no me esperaba era encontrar a un rey de carne y hueso que reinó sobre Jerusalén de verdad, construyó en Jerusalén un templo de verdad, en el cual había una mesa de verdad.
¿Cómo puede ser que yo halle un monarca de carne y hueso cuando no hay evidencia de ninguno? En cuanto os revele los detalles os vais a quedar boquiabiertos. Así que vayamos a ello.
Para solucionar su enigma hay que atacarlo desde dos frentes temporales distintos. Empezaremos por el encuadre histórico en el cual supuestamente vivió y reinó Salomón, el siglo X a. de C., y acabaremos con el encuadre histórico en el cual su historia quedó escrita y aderezada, el siglo VI a. C.
El SIGLO X A. C. – UN PERIODO OSCURO Y MISTERIOSO
Insisto, no hay evidencia escrita -fuera del Viejo Testamento- ni arqueológica que avale la existencia de Salomón, ya sea directa o indirectamente, por asociación, o en referencias de imperios vecinos. Nada. Zero. Punto. Ello implica que, más allá de la persona del rey, su inmenso imperio lleno de riquezas brilla por su ausencia literalmente. Hoy por hoy, el consenso generalizado es que en el siglo X a. C. Jerusalén era una aldea sencilla y Judá una región de poblados dispersos ocupado en su mayor parte por pastores nómadas.
Sin embargo, esto no ha de disuadirnos porque tampoco hay evidencias en contra, y lo más fascinante del asunto es que este vacío informativo no afecta solo a Canaán, sino que abarca el oriente próximo, la región del Egeo, el Cáucaso, los Balcanes y el Mediterráneo Oriental, y ello como consecuencia a su vez de otro misterio insondable: El colapso unísono entre el 1.200 y 1.150 a. C. de todas las grandes civilizaciones de la época. Ciudades enteras quedaron arrasadas y sus prósperas culturas desintegradas hasta casi volver al analfabetismo. De ahí la falta de información que tiene a expertos perplejos. No exagero. En Grecia, por ejemplo, tras el colapso Minoico-Micénico, no volvería a aparecer la escritura hasta el 800 a. de C. En cuanto al Imperio Egipcio, aunque pudo sobrevivir la crisis, quedó tan debilitado que perdió su control casi milenario sobre Canaán.
¿Qué produjo tal devastación y regresión cultural? No se sabe a ciencia cierta. Se sospecha una combinación desafortunada de cambios climáticos y desastres naturales que provocaron grandes migraciones. Pero sobre todo, y a falta de misterios, parece deberse al azote de una enigmática confederación de pueblos llamados los Pueblos del Mar. De origen incierto, lo poco que se sabe sobre ellos nos llega a través de la única superviviente, Egipto… |
Y en este punto es donde yo me pongo a salivar porque empiezan a aparecer las claves que me enderezan en dirección al éxito.
LA ESTELA DE MERNEPTAH
Los incógnitos Pueblos del Mar empezaron a atacar Egipto durante el reinado de Ramsés II (1279 a. C. - 1213 a. C.) y volvieron a atacar estando su hijo, el faraón Merneptah, en el trono (1213 a. C. - 1203 a. C.). Éste consiguió vencerles según presume en cuatro inscripciones: la Gran inscripción de Karnak, el Obelisco de El Cairo, la Estela de Atribis y, en la estela que nos interesa, la archifamosa Estela de Merneptah.
LA ESTELA DE MERNEPTAH
Los incógnitos Pueblos del Mar empezaron a atacar Egipto durante el reinado de Ramsés II (1279 a. C. - 1213 a. C.) y volvieron a atacar estando su hijo, el faraón Merneptah, en el trono (1213 a. C. - 1203 a. C.). Éste consiguió vencerles según presume en cuatro inscripciones: la Gran inscripción de Karnak, el Obelisco de El Cairo, la Estela de Atribis y, en la estela que nos interesa, la archifamosa Estela de Merneptah.
Su importancia consiste en que en ella se encuentra la más antigua referencia extra-bíblica a un pueblo nómada (no nación) llamado Israel (aunque son varios los críticos que leen Jezreel, una ciudad y valle del norte de la actual Israel).
La Estela celebra la victoria del faraón sobre los Pueblos del Mar, pero inserta al final algo que en principio no debería tener nada que ver: el éxito de otra campaña militar en la región de Canaán un par de años antes.
La Estela celebra la victoria del faraón sobre los Pueblos del Mar, pero inserta al final algo que en principio no debería tener nada que ver: el éxito de otra campaña militar en la región de Canaán un par de años antes.
Algunas voces piensan que este pasaje final no debería interpretarse como el éxito de una campaña militar de Merneptah en Canaán, sino como un canto a la paz traída a la zona de Canaán tras el azote de los Pueblos del Mar gracias a la victoria del faraón contra ellos. Canaán era provincia Egipcia y caía bajo su velo.
Esto está muy bien, ¿pero qué tiene que ver con Salomón? Bastante. La influencia egipcia sobre Canaán era milenaria, pero concretamente en el período inmediatamente al colapso informativo, Canaán era provincia de Egipto. Por ello, la presencia de los faraones Ramsés II y Merneptah es de las más impactantes en la zona, lo que hace pensar que contribuyeron de modo instrumental a inspirar la narrativa de la historia israelita.
Si recordáis, Ramsés II es el mismo faraón que, además de llevar “moises” en su nombre, es el que tenía una tienda de campaña con trono portátil para sus batallas de Canaán iguales al tabernáculo y el Arca de la Alianza como se aprecia en sus inscripciones de Karnak (ver ilustración de la parte 1ª). Esto y otros detalles hacen sospechar que pudiera ser el faraón asociado al Éxodo. Asimismo, son muchos los paralelismos interesantes entre las batallas de Ramsés II en Canaán con las de Josué en su conquista de la Tierra Prometida, Arca de la Alianza incluida.
Luego, el hecho de que sea precisamente su hijo, Merneptah, el que menciona al pueblo “nómada” israelita, cuan pueblo bíblico que deambula durante 40 años, no hace más que reforzar la hipótesis anterior.
Hasta aquí os he contado lo que ya se sabe o sospecha. Ahora pasamos a lo que yo he elucubrado y sospecho.
Me imagino que habéis prestado atención al nombre de Merneptah sabiendo como ya expliqué la importancia de los nombres en la esotérica judía-egipcia. Mientras que en el del padre se encuentra el nombre Moisés, en el del hijo se encuentra el nombre secreto de dios, Ptah. Bueno, pues este detalle, en apariencia una tontería, pero considerando lo anterior, hizo que tuviera la curiosidad de indagar un poco más sobre Merneptah… ¡y qué acierto fue!
Averigüé que su nombre de nacimiento completo es Merneptah Hotep-Her-Maat. Es decir, que además del nombre secreto de Dios, Ptah, en su nombre también aparece la mesa, Hotep, aunque esto ni siquiera es lo más interesante. Cuando vi la traducción de su nombre completo, Querido por Ptah, Pacificador, pensé: ¡Anda, igual que Salomón!
Esto está muy bien, ¿pero qué tiene que ver con Salomón? Bastante. La influencia egipcia sobre Canaán era milenaria, pero concretamente en el período inmediatamente al colapso informativo, Canaán era provincia de Egipto. Por ello, la presencia de los faraones Ramsés II y Merneptah es de las más impactantes en la zona, lo que hace pensar que contribuyeron de modo instrumental a inspirar la narrativa de la historia israelita.
Si recordáis, Ramsés II es el mismo faraón que, además de llevar “moises” en su nombre, es el que tenía una tienda de campaña con trono portátil para sus batallas de Canaán iguales al tabernáculo y el Arca de la Alianza como se aprecia en sus inscripciones de Karnak (ver ilustración de la parte 1ª). Esto y otros detalles hacen sospechar que pudiera ser el faraón asociado al Éxodo. Asimismo, son muchos los paralelismos interesantes entre las batallas de Ramsés II en Canaán con las de Josué en su conquista de la Tierra Prometida, Arca de la Alianza incluida.
Luego, el hecho de que sea precisamente su hijo, Merneptah, el que menciona al pueblo “nómada” israelita, cuan pueblo bíblico que deambula durante 40 años, no hace más que reforzar la hipótesis anterior.
Hasta aquí os he contado lo que ya se sabe o sospecha. Ahora pasamos a lo que yo he elucubrado y sospecho.
Me imagino que habéis prestado atención al nombre de Merneptah sabiendo como ya expliqué la importancia de los nombres en la esotérica judía-egipcia. Mientras que en el del padre se encuentra el nombre Moisés, en el del hijo se encuentra el nombre secreto de dios, Ptah. Bueno, pues este detalle, en apariencia una tontería, pero considerando lo anterior, hizo que tuviera la curiosidad de indagar un poco más sobre Merneptah… ¡y qué acierto fue!
Averigüé que su nombre de nacimiento completo es Merneptah Hotep-Her-Maat. Es decir, que además del nombre secreto de Dios, Ptah, en su nombre también aparece la mesa, Hotep, aunque esto ni siquiera es lo más interesante. Cuando vi la traducción de su nombre completo, Querido por Ptah, Pacificador, pensé: ¡Anda, igual que Salomón!
Efectivamente. ¿Sabían que Salomón tenía dos nombres también? Según 2 Samuel 12:25, el profeta Natán le puso el de Jedidiah que significa Querido por el Señor. Y ya sabemos que los judíos emplean Señor en lugar del nombre de Dios porque tienen prohibido pronunciarlo.
¿Y qué significa Salomón? Nada menos que Pacífico. Según el Viejo Testamento, Dios le escoge para rey porque sus manos están limpias de sangre, contribuyendo a que su reinado sea el más pacífico y próspero de Israel… ¿Cómo la paz que trajo Merneptah?
Lógicamente, tras esta interesante coincidencia, seguí indagando.
Merneptah era el decimotercer hijo de Ramsés II y lo tuvo con su segunda esposa. Y volví a pensar, ¡anda, casi igual que Salomón!, pues el Rey Sabio fue el décimo de David y también de la segunda esposa, y en ambos casos, a pesar de tener a tantísimos hermanos por delante, los dos sucedieron a sus poderosos padres en el trono.
Vale, de momento tenemos dos coincidencias interesantes que por otra parte son bastante normales para la época, pero lo que nos va revelando es lo que se parece la figura del monarca Israelita a la de un faraón. Recordemos además que a Salomón se le estima rey de un rico y poderoso Reino Unificado. Pues coincide que Egipto era efectivamente un imperio rico y poderoso que se caracterizaba por ser el Reino Unificado por antonomasia (la suma del Egipto Alto y el Egipto Bajo). Y si esto no fuese suficiente, hay un detalle en la Biblia que nos lo deja claro:
“Salomón se emparentó con el Faraón, rey de Egipto: tomó la hija del Faraón, y la llevó a la ciudad de David, hasta que terminó de construir su propia casa, la Casa del Señor, y el muro en torno a Jerusalén.” -1 Reyes 1, 3:1
De las 700 mujeres que supuestamente tuvo Salomón, a la única que se menciona, y no por su nombre (dato importante), es la “hija del faraón”. Esta es una clave descarada donde las haya porque era imposible que Salomón, un rey extranjero, se casase con la hija de un faraón. En Egipto jamás dejaron a las “hijas del faraón” casarse con nadie fuera de la familia, cuanto menos con extranjeros, pues ellas eran las que transmitían la legitimidad del trono. Por consiguiente, para que el reinado de un faraón fuese legítimo, debía casarse necesariamente con la “hija del faraón”. Con ello se aseguraban que el trono quedaba siempre dentro de la familia y en manos egipcias, explicando de paso por qué los faraones se casaban con hermanas.
Pues bien, si en este pasaje sustituimos a Salomón por Merneptah y a David por Ramsés, leemos una realidad histórica: Efectivamente, Merneptah, como buen faraón, se casó con la “hija del faraón”, es decir, su hermana. La llevó a la Ciudad de su padre, Pi-Ramsés, hasta que terminó de construir su propio palacio en Menfis junto al Templo de Ptah (el que, si recordáis, le da nombre a Egipto).
Y ya para rematar, una coincidencia más: A la muerte de Merneptah se produjo una lucha por el poder entre dos de sus hijos resultando en la ruptura, aunque temporal, del Reino Unido de Egipto… es decir, ¡anda, igual que pasó tras la muerte de Salomón! Israel quedaría dividida en Samaria o Reino de Israel al norte y Judá al sur.
¿Pudo Merneptah ser la inspiración histórica en la que se basó la figura del Rey Salomón? No. Yo me atrevo a ir un paso más allá. Voy aportar evidencias que sugieren que Merneptah era Salomón.
¿QUÉ HACE UN TEMPLO EGIPCIO EN JERUSALEN?
Entre los siglos XV y XII a. C., cuando Canaán era provincia Egipcia, abarcaba Siria, Líbano, Jordania y lo que hoy conocemos como Israel, es decir, expansión casi equivalente a la que ocupaba el Reino Unificado de Israel, según la Biblia. Para controlar el área y recolectar tributos, Egipto erigió en ella centros administrativos y guarniciones con sus residencias y templos correspondientes. Por ejemplo, unos marfiles del siglo XIII a. C. hallados en Megido hablan del “Ptah de Ascalón” (ciudad de Canaán también mencionada en la Estela de Merneptah) dando a ver que hubo un templo o capilla en ella dedicada a Ptah.
Y aquí viene la primera sorpresa. Investigando, investigando, descubrí que justamente en Jerusalén también hay restos arqueológicos de un templo egipcio datado al siglo XIII a. C., gracias a un artículo titulado en inglés ¿Qué hace un Templo Egipcio en Jerusalén? del prestigioso arqueólogo Gabriel Barkay.
Según nos cuenta Barkay, el templo fue descubierto en 1882 por el Dominico Pere M. J. Lagrange, quien a su vez narra el hallazgo en su obra Saint Etienne et son sanctuaire a Jerusalem. Entre los restos encontró una estela funeraria con 17 jeroglíficos, un par de capiteles típicos egipcios decorados con flor de loto, los restos de lo que parece una mesa de ofrendas (ay, ay, ay, ¡¿la verdadera mesa de Salomón?!) y no sé qué más. Desafortunadamente, nadie le dio mucha importancia al descubrimiento, con lo cual cubrieron los restos y construyeron encima El Ecole Biblique et Archeologique Francaise y el Monasterio Dominico de Saint Etienne.
Gabriel Barkay, tras leer este documento, tuvo el acierto de recuperar algunos de los artefactos mencionados y otros como vasijas y más fragmentos con jeroglíficos. Desde entonces, expertos como Peter van der Veen, han continuado recuperando restos egipcios del siglo XIII a. C. desperdigados por sótanos de museos y colecciones privadas. Entre ellos quiero destacar dos que nos vienen al dedillo:
¿Y qué significa Salomón? Nada menos que Pacífico. Según el Viejo Testamento, Dios le escoge para rey porque sus manos están limpias de sangre, contribuyendo a que su reinado sea el más pacífico y próspero de Israel… ¿Cómo la paz que trajo Merneptah?
Lógicamente, tras esta interesante coincidencia, seguí indagando.
Merneptah era el decimotercer hijo de Ramsés II y lo tuvo con su segunda esposa. Y volví a pensar, ¡anda, casi igual que Salomón!, pues el Rey Sabio fue el décimo de David y también de la segunda esposa, y en ambos casos, a pesar de tener a tantísimos hermanos por delante, los dos sucedieron a sus poderosos padres en el trono.
Vale, de momento tenemos dos coincidencias interesantes que por otra parte son bastante normales para la época, pero lo que nos va revelando es lo que se parece la figura del monarca Israelita a la de un faraón. Recordemos además que a Salomón se le estima rey de un rico y poderoso Reino Unificado. Pues coincide que Egipto era efectivamente un imperio rico y poderoso que se caracterizaba por ser el Reino Unificado por antonomasia (la suma del Egipto Alto y el Egipto Bajo). Y si esto no fuese suficiente, hay un detalle en la Biblia que nos lo deja claro:
“Salomón se emparentó con el Faraón, rey de Egipto: tomó la hija del Faraón, y la llevó a la ciudad de David, hasta que terminó de construir su propia casa, la Casa del Señor, y el muro en torno a Jerusalén.” -1 Reyes 1, 3:1
De las 700 mujeres que supuestamente tuvo Salomón, a la única que se menciona, y no por su nombre (dato importante), es la “hija del faraón”. Esta es una clave descarada donde las haya porque era imposible que Salomón, un rey extranjero, se casase con la hija de un faraón. En Egipto jamás dejaron a las “hijas del faraón” casarse con nadie fuera de la familia, cuanto menos con extranjeros, pues ellas eran las que transmitían la legitimidad del trono. Por consiguiente, para que el reinado de un faraón fuese legítimo, debía casarse necesariamente con la “hija del faraón”. Con ello se aseguraban que el trono quedaba siempre dentro de la familia y en manos egipcias, explicando de paso por qué los faraones se casaban con hermanas.
Pues bien, si en este pasaje sustituimos a Salomón por Merneptah y a David por Ramsés, leemos una realidad histórica: Efectivamente, Merneptah, como buen faraón, se casó con la “hija del faraón”, es decir, su hermana. La llevó a la Ciudad de su padre, Pi-Ramsés, hasta que terminó de construir su propio palacio en Menfis junto al Templo de Ptah (el que, si recordáis, le da nombre a Egipto).
Y ya para rematar, una coincidencia más: A la muerte de Merneptah se produjo una lucha por el poder entre dos de sus hijos resultando en la ruptura, aunque temporal, del Reino Unido de Egipto… es decir, ¡anda, igual que pasó tras la muerte de Salomón! Israel quedaría dividida en Samaria o Reino de Israel al norte y Judá al sur.
¿Pudo Merneptah ser la inspiración histórica en la que se basó la figura del Rey Salomón? No. Yo me atrevo a ir un paso más allá. Voy aportar evidencias que sugieren que Merneptah era Salomón.
¿QUÉ HACE UN TEMPLO EGIPCIO EN JERUSALEN?
Entre los siglos XV y XII a. C., cuando Canaán era provincia Egipcia, abarcaba Siria, Líbano, Jordania y lo que hoy conocemos como Israel, es decir, expansión casi equivalente a la que ocupaba el Reino Unificado de Israel, según la Biblia. Para controlar el área y recolectar tributos, Egipto erigió en ella centros administrativos y guarniciones con sus residencias y templos correspondientes. Por ejemplo, unos marfiles del siglo XIII a. C. hallados en Megido hablan del “Ptah de Ascalón” (ciudad de Canaán también mencionada en la Estela de Merneptah) dando a ver que hubo un templo o capilla en ella dedicada a Ptah.
Y aquí viene la primera sorpresa. Investigando, investigando, descubrí que justamente en Jerusalén también hay restos arqueológicos de un templo egipcio datado al siglo XIII a. C., gracias a un artículo titulado en inglés ¿Qué hace un Templo Egipcio en Jerusalén? del prestigioso arqueólogo Gabriel Barkay.
Según nos cuenta Barkay, el templo fue descubierto en 1882 por el Dominico Pere M. J. Lagrange, quien a su vez narra el hallazgo en su obra Saint Etienne et son sanctuaire a Jerusalem. Entre los restos encontró una estela funeraria con 17 jeroglíficos, un par de capiteles típicos egipcios decorados con flor de loto, los restos de lo que parece una mesa de ofrendas (ay, ay, ay, ¡¿la verdadera mesa de Salomón?!) y no sé qué más. Desafortunadamente, nadie le dio mucha importancia al descubrimiento, con lo cual cubrieron los restos y construyeron encima El Ecole Biblique et Archeologique Francaise y el Monasterio Dominico de Saint Etienne.
Gabriel Barkay, tras leer este documento, tuvo el acierto de recuperar algunos de los artefactos mencionados y otros como vasijas y más fragmentos con jeroglíficos. Desde entonces, expertos como Peter van der Veen, han continuado recuperando restos egipcios del siglo XIII a. C. desperdigados por sótanos de museos y colecciones privadas. Entre ellos quiero destacar dos que nos vienen al dedillo:
- Una estatua de granito rojo estimada una reina egipcia del periodo de Merneptah. ¿La “hija del faraón”?
- Una estatua sedente sin cabeza que Barkay piensa es Ptah. ¿Pudo el Templo estar dedicado a Ptah?
Es decir, que la presencia egipcia era más importante en Jerusalén de lo que se piensa. Pero, esto no es suficiente. Para que mi hipótesis se sostenga mínimamente, necesito evidencia directa de que fue Merneptah, y no otro faraón del siglo XIII, el que dejó huella en Jerusalén.
Barkay me dio la solución en bandeja. En su artículo, entre los ejemplos que cita de la presencia egipcia en Jerusalén, hace alusión a un párrafo de la Biblia, Josué 15:9, en el cual se menciona la Fuente de Neftoa. En castellano este nombre no se parece en nada a Merneptah, pero según los expertos (ej. Wilson 1969, p.258) su transliteración hebrea es Me-nephtoah, es decir, la Fuente de Merneptah, un puesto de control egipcio mencionado también en documentos extra-bíblicos como el papiro egipcio de Anastasi III. ¡Bingo!
Qué maravilla descubrir que efectivamente hubo un monarca de carne y hueso, que regía sobre un Reino Unificado rico y poderoso, que estaba casado con la hija del faraón, y que muy posiblemente fuese el artífice de la construcción de un templo en Jerusalén, mesa incluída.
Es cierto que Merneptah vivó 200 años antes que Salomón. Pero también es cierto que las fechas atribuidas a Salomón son resultado de un cálculo (pues la Biblia no lo especifica) a partir de otras fechas mencionadas en la biblia, sin documento histórico independiente que lo apoye.
¿Misterio resuelto? Aún no. Nos queda un último cabo suelto por atar… ¿Cómo nació la leyenda del Rey Sabio Judío?
EL SIGLO VI – EL PRIMER LIBRO DE LOS REYES Y LA UTOPIA DEL REY SABIO
Todo lo que sabemos sobre Salomón nos viene de una sola-única-exclusiva fuente: el Viejo Testamento, concretamente, los capítulos 1 al 11 del Primer Libro de los Reyes. En él, a su vez, el autor cita como fuente un texto desaparecido llamado los Anales (crónicas de los reyes) de Salomón (1 Reyes 11:41).
Los sabios judíos adjudican la autoría del Libro de los Reyes al profeta Jeremías, sobre el cual voy a destacar dos detalles importantísimos:
La verdad es que no hay evidencia directa de que Josías ni Jeremías existiesen, pero detalles históricos relacionados con sus vidas parecen indicar que es muy posible que sí. En cualquier caso, fuese quien fuese el autor del Libro de los Reyes, el consenso es que el texto efectivamente pertenece en su mayor parte al siglo 6 a. C., con elementos claros del Deuteronomio.
Con lo cual, y hasta que la arqueología lo confirme o desmienta, una se puede imaginar a Jeremías, exiliado en tierras lejanas, doliente de un hogar arrasado y perdido, apretando contra su pecho lo único que le queda de su ciudad, los documentos históricos confiados a él. Afanado por dejar constancia de la historia quizá idealizada de su pueblo, traduce los Anales de Merneptah al hebreo, nombre y todo. Luego, cuando la traducción es incorporada a la recopilación bíblica de Babilonia (donde se compuso el Viejo Testamento más o menos como lo conocemos hoy), se adereza la memoria del antaño rey, por eso de no ser menos, con los ideales del rey sabio imperantes precisamente en Babilonia.
Así nace la leyenda de un rey muy real: Salomón.
Barkay me dio la solución en bandeja. En su artículo, entre los ejemplos que cita de la presencia egipcia en Jerusalén, hace alusión a un párrafo de la Biblia, Josué 15:9, en el cual se menciona la Fuente de Neftoa. En castellano este nombre no se parece en nada a Merneptah, pero según los expertos (ej. Wilson 1969, p.258) su transliteración hebrea es Me-nephtoah, es decir, la Fuente de Merneptah, un puesto de control egipcio mencionado también en documentos extra-bíblicos como el papiro egipcio de Anastasi III. ¡Bingo!
Qué maravilla descubrir que efectivamente hubo un monarca de carne y hueso, que regía sobre un Reino Unificado rico y poderoso, que estaba casado con la hija del faraón, y que muy posiblemente fuese el artífice de la construcción de un templo en Jerusalén, mesa incluída.
Es cierto que Merneptah vivó 200 años antes que Salomón. Pero también es cierto que las fechas atribuidas a Salomón son resultado de un cálculo (pues la Biblia no lo especifica) a partir de otras fechas mencionadas en la biblia, sin documento histórico independiente que lo apoye.
¿Misterio resuelto? Aún no. Nos queda un último cabo suelto por atar… ¿Cómo nació la leyenda del Rey Sabio Judío?
EL SIGLO VI – EL PRIMER LIBRO DE LOS REYES Y LA UTOPIA DEL REY SABIO
Todo lo que sabemos sobre Salomón nos viene de una sola-única-exclusiva fuente: el Viejo Testamento, concretamente, los capítulos 1 al 11 del Primer Libro de los Reyes. En él, a su vez, el autor cita como fuente un texto desaparecido llamado los Anales (crónicas de los reyes) de Salomón (1 Reyes 11:41).
Los sabios judíos adjudican la autoría del Libro de los Reyes al profeta Jeremías, sobre el cual voy a destacar dos detalles importantísimos:
- Jeremías vivió en Jerusalén a finales del siglo VII a. C. durante el reinado de Josías y era su profeta de confianza. Coincide que éste es el rey que encuentra unos documentos históricos en el Templo de Jerusalén durante unas obras con los que compone el Deuteronomio, libro de la Biblia del que forma parte la historia de Salomón. Si el Templo de Salomón es en realidad el de Merneptah, tendría sentido que entre los documentos se hallaran los Anales de Merneptah traducidos como los Anales de Salomón.
- Jeremías también vivió la caída de Jerusalén –y destrucción del Templo- a manos de Babilonia en el año 586 a. C. Curiosamente, a diferencia del resto de los profetas y rabinos judíos que fueron exiliados a Babilonia, ¿adivinar dónde fue a parar Jeremías?… Egipto.
La verdad es que no hay evidencia directa de que Josías ni Jeremías existiesen, pero detalles históricos relacionados con sus vidas parecen indicar que es muy posible que sí. En cualquier caso, fuese quien fuese el autor del Libro de los Reyes, el consenso es que el texto efectivamente pertenece en su mayor parte al siglo 6 a. C., con elementos claros del Deuteronomio.
Con lo cual, y hasta que la arqueología lo confirme o desmienta, una se puede imaginar a Jeremías, exiliado en tierras lejanas, doliente de un hogar arrasado y perdido, apretando contra su pecho lo único que le queda de su ciudad, los documentos históricos confiados a él. Afanado por dejar constancia de la historia quizá idealizada de su pueblo, traduce los Anales de Merneptah al hebreo, nombre y todo. Luego, cuando la traducción es incorporada a la recopilación bíblica de Babilonia (donde se compuso el Viejo Testamento más o menos como lo conocemos hoy), se adereza la memoria del antaño rey, por eso de no ser menos, con los ideales del rey sabio imperantes precisamente en Babilonia.
Así nace la leyenda de un rey muy real: Salomón.